La atmósfera es lo más importante. Lovecraft.
Pisos en pleno centro de Vitoria.
¡El precio del alquiler es una ganga!
Así se anunciaba la casa acogedora y luminosa a la que nos fuimos a vivir. ¡Qué contentas estábamos mi madre y yo cuando la recorrimos entera con las llaves en la mano! Un edificio moderno con dos alturas más ático y los miradores blancos contemplando la plaza de la Virgen Blanca, en el centro peatonal de la ciudad. La oportunidad parecía demasiado buena para dejarla pasar.
Desde el primer día que empezamos a vivir en ella, la atmósfera de misterio que emanaba despertó mi curiosidad. Comencé a leer sobre su historia y fue cuando tuve la extraña sensación de que una misteriosa presencia me vigilaba, lo que me obligaba a girar la cabeza para descubrir que estaba sola. ¡Qué desasosiego me entraba! Y por la noche. ¡Uf!, por la noche, parecía que compartíamos vivienda con «Los otros». La casa estaba llena de secretos que permanecían solapados por los sonidos del día, pero en el silencio de la noche era cuando se manifestaban. Ruidos sordos resonaban en el techo, susurros apenas audibles, pasos inexplicables por el pasillo… Se me ponían los pelos de punta. Y cuando una sombra cruzaba la pared de mi cuarto de lado a lado, empezaba a tiritar. Me tapaba entera y, toda sudada, sentía el escalofrío que me recorría la espalda. La primera noche no pegué ojo y muchas más. Como para dormir, si estaba acongojada. Para darme ánimos, me decía que de espíritus mi madre sabía mucho, pero por la mañana, me faltaba el valor para comentárselo. Y si ella no había notado nada. Nunca ha querido que me meta en estos temas tan suyos. Siempre me decía: «¡Ni se te ocurra! Traen muchos quebraderos de cabeza».
En el patio interior había restos del antiguo monasterio derribado para levantar las viviendas en el solar. Quizás los constructores los dejaron como un símbolo en memoria de lo que fue el emplazamiento. Los matorrales y espinos, como una maleza invasora, entrelazaban sus ramas asfixiando, en un laberinto de ruinas, grandes piedras musgosas que un día sostuvieron los arcos de una arquitectura gótica. El conjunto quedaba tan tupido que difícilmente podía atravesarlo un rayo de sol. Parecía un mausoleo a los caídos sin nombre a lo largo del tiempo. Es posible que fuera la profundidad de su silencio lo que me ensimismaba, y no podía dejar de observarlo sin sentir el peso de la historia que aquellos despojos acumulaban. Se me antojaba una historia oscura, de sometimiento y crueldad. Transmitía las actitudes violentas que, ocultas tras los rezos y cánticos solemnes, provocaban llantos y gritos dolorosos en los que fueron vejados. De las profundidades de aquel túmulo emanaba un lamento prolongado que contagiaba una profunda tristeza. ¡Era eso, claro! Allí, entre las ruinas del monasterio derruido, latía una presencia antigua que clamaba por ser liberada.
En esos momentos, comprendí que una mujer tan sensible como mi madre estaría viviendo la misma experiencia, cargando en soledad con el peso de los fantasmas de la casa para no preocuparme. ¡De qué manera estábamos pagando las ventajas de vivir en el centro de la ciudad!
Recordé que hacía unos días me había dado un susto de muerte. Se había incorporado de su butaca y la encontré como una aparición bajo el marco de la puerta del salón, con la mirada perdida en las sombras que se cernían en su cabeza.
—¡Mamá!, ¿¡qué estás haciendo ahí parada!?
No supo contestarme y lo achaqué a su aspecto tan débil que rayaba en la enfermedad. La ayudé a meterse en la cama y poco después se durmió. La lluvia sonaba en el mirador y el continuo goteo de los aleros me taladraba la cabeza.
Con el paso de los días mi madre recuperó la placidez de su semblante. Entonces me acerqué a ella, se encontraba somnolienta en su sillón frente a la chimenea, con la manta de sofá en las rodillas.
—Anoche no dormí bien, Nuria —dijo al verme.
Le acaricié las manos, siempre frías, y, sin más preámbulos, le pregunté:
—¿Es la casa, mamá?
—Pues claro que es la casa, hija —me respondió a la vez que me miraba con unos ojos dilatados—. No puede escapar de su pasado. Tenemos que irnos, silenciosas, como los inquilinos anteriores. Eso no evitará que el espectro de la casa de los miradores blancos cristalice en una leyenda por los alrededores.
—¿Marcharnos? Tú me has enseñado a afrontar la vida con valentía y determinación. Lo que no sé es cómo liberar al espíritu del viejo monasterio, sepultado bajo las viviendas, que sigue respirando a través de los muros.
—Sabes que hace tiempo dejé de ser médium. Fracasé en mi último intento porque había perdido el don. Además, ya no tengo la energía que se necesita.
A la mañana siguiente me desperté tras un sueño reparador. Se respiraba aire sano. Parecía que el edificio había dejado de ser un lugar de misterio para convertirse en un hogar. Fui corriendo donde mi madre que ya estaba levantada. Me hizo un gesto de no saber nada, más bien de no querer hablar conmigo sobre el tema. Pero al ver que me quedaba cortada, me sonrió de manera cómplice. Entonces le dije entusiasmada:
—Algún día, me explicarás cómo lo has hecho, ¿verdad?
Este relato participa en el concurso de El tintero de oro de este mes.
Me he inspirado para escribir este texto en el desaparecido convento de San Francisco de Vitoria-Gasteiz. Uno de los edificios más relevantes de la ciudad tanto a nivel histórico como artístico que fue pasto de la naciente especulación inmobiliaria. El monumento fue derribado en 1930 con la finalidad de construir viviendas en el solar.
El pasado reclamando lo que históricamente es suyo.
ResponderEliminarBuen relato, que tengas suerte.
Besos.
Así es, Alfred.
EliminarBesos.
Hola Pilar, muchas gracias por tu participación. Gran monumento en el que te has inspirado.
ResponderEliminarUn abrazo. :)
Gracias, Merche. ¡Un abrazo!
EliminarMuy buen relato, engancha, hay muchos lugares así en todas partes, donde el pasado no se borra y sigue estando presente para muchos, con sus vibras y percepciones, abrazo grande Themis
ResponderEliminarUn abrazo grande, Themis. Gracias por dejarme tan bonito comentario.
EliminarPrecisamente estaba viendo el programa del Cuarto Milenio y relatos de fantasmas. Un abrazo.
ResponderEliminarHola, Fede, ¿el Cuarto Milenio y relatos de fantasmas? Me imagino que dará yuyu.
EliminarUn abrazo.
Conocí Vitoria, hace dos veranos, era la única provincia de España que me quedaba por conocer y le pega de maravilla a tu relato, pequeñita, coqueta, con sabor a añejo y con ese halo misterioso de un pasado poderoso, tal cual le ocurre a tu relato- muy bien ubicada tu historia- Hay viviendas que absorben la energía de sus moradores, esta tuya absorbía la energía que emanaba de sus cimientos, te ha quedado un relato redondo MARIA PILAR, enhorabuena, un abrazo muy fuerte!
ResponderEliminarHola, María, encantada de que hayas conocido Vitoria. Es cierto todo eso que cuentas y también es una ciudad verde, repleta de espacios naturales y con una elevada calidad de vida.
EliminarGracias por la reflexión que me dejas sobre el relato.
¡Un fuerte abrazo!
Buen relato me gusto el final. Te mando un beso.
ResponderEliminarGracias, Citu. Un abrazo.
EliminarMuy buena, de nuevo, tu aportación al reto de El Tintero. Suerte en el concurso.
ResponderEliminarUn abrazo, María Pilar.
Hola, Chema, encantada de que lo veas así. Los relatos presentados son muy buenos.
Eliminar¡Un abrazo!
Muy buena historia.. Trasmite todo ese desasosiego del lugar, los ecos del pasado... Me encanta, lo puedo ver, la imagen de las ruinas del monasterio invadidas por la vegetación, como una presencia imponente y amenazadora. Has sabido describirlo muy bien!
ResponderEliminarUn abrazo!
Gracias, Maite.
Eliminar¡Un abrazo!
El antiguo monasterio, con su lúgubre pasado, emitirá energía negativa por más tiempo que pase. Madre e hija tendrán que irse. Muy bueno.
ResponderEliminarGracias, Cristina.
EliminarUn abrazo!
Cuánto misterio! Y cuánto he disfrutado tu relato, María Pilar!
ResponderEliminarSuerte!
Un beso.
Gracias, Carmen.
EliminarUn beso.
Un relato estupendo, Mª Pilar, donde conviertes a esa casa tan llena de dolor y de fantasmas en protagonista de la historia. Me ha encantado como dibujas la escena sin recurrir a fenómenos sobrenaturales pero haciendo sentir todo el peso de ese pasado atrapado entre sus muros y el aire de leyenda con que terminas. Fantástico.
ResponderEliminar¡Qué bonito análisis, Marta! Gracias!! Un abrazo.
EliminarEs mejor que sea la casa y no uno mismo, proque en este caso, si son espectros arraigados al lugar basta con huir de ellos. Pero si son fantasmas apegados a uno como persona, ya es mas dificil dejarlos atras
ResponderEliminarGracias, Jose. Dicen que hay lugares que cargan con su pasado y lo mejor es alejarse de ellos, claro. Descubrir el origen de los males que le aquejan a uno, es lo complicado.
EliminarMuy bonito y llevadero, sin estridencias, donde además de manera personal, he disfrutado rememorando lo linda que es la vitoriana capital de Álava y la de veces que he estado allá gozando la aristocracia del casco antiguo, que precisamente arranca en La Virgen Blanca.(y por donde desciende El Celedón)
ResponderEliminarAtentamente,
Juan El Portoventolero.[aka Juan Y Su Horizonte]🎩🧛♂️
Veo que conoces bien mi ciudad. Me alegro. Gracias por dejarme tu comentario.
EliminarMe ha encantado María Pilar.
ResponderEliminar¡Qué pena que fuese derrumbado semejante edificio!!
El relato me ha gustado mucho y que esté ambientado en Vitoria también.
Aplausos como siempre. Abrazo grande
Hola, Amaia, el edificio fue dinamitado estando declarado edificio protegido. Tropelías de los políticos de turno. Una pena.
EliminarUn fuerte abrazo.
María María! Difícilmente puedo encontrar palabras. Fíjate que en las últimas semanas he estado analizando que nada, ni siquiera con la mejor intención y conocimiento, puede dar un panorama certero de lo que es una obra de arte, ya sea pictórica o literaria. Así que en resumidas cuentas, no sé para qué se inventaron los críticos, aunque sé que son necesarios.
ResponderEliminarLo que sí puedo decirte, y sé que me repito contigo, es que es un total placer leerte. Y sí, debo decirlo, eres una gran escritora con tremendos matices. Me ha encantado este relato, tiene todo el misterio que atrapa, los olores del lugar y la emoción de estar allí con ese pasado. Eres la ganadora, sin duda.
Te mando un abrazo gigante 🌹🌹🌹
Hola, Maty, qué puedo decirte si me dejas sin palabras. Gracias de corazón. Un abrazo inmenso.
EliminarMe encanta Vitoria. Y me encanta como la describes, como nos llevas a la magia de sus calles y plazas. Me encanta ese misterio que envuelve tu relato. Un abrazo.
ResponderEliminar¡Qué alegría, Froi! Tú conoces bien Vitoria: el casco viejo con sus estrechas y empinadas calles medievales, el urbanismo del ensanche y la ciudad moderna. Una ciudad evocadora.
EliminarUn abrazo.
El pasado vuelve siempre, manifestándose de diferentes maneras, siempre reclamando su sitio.
ResponderEliminarMuy buena e inquietante historia, muy buena María Pilar, me gusta.
Un abrazo.
PATRICIA F.
Gracias, Patricia.
EliminarUn abrazo.
Hola Pilar,
ResponderEliminarUn magnifico relato, bien llevado a ese punto de misterio que tanto me gusta, un placer leerte, volveré. Ah!! Gracias por tu visita.
Te mando un abrazo!! Y suerte...
Gracias, Rosana. ¡¡Un abrazo!!
Eliminartransmites muy bien el desasosiego que sufren ambas.
ResponderEliminarLa madre, que era la que peor lo pasaba, ya podía haberse manifestado hace tiempo. Igual ya haría mese que estarian en otro sitio.
Abrazooo y suerte en el tintero
Me temo que la madre había aguantado sus crisis de pánico sin decir ni mu. Gracias, Gabilante.
EliminarAbrazote.
Muy bien construida tu historia, Pilar...Las descripciones nos llevan a los espíritus del pasado, que se mezclan con el presente, donde dos personas captan su presencia...Esas dos dimensiones, que todos tenemos cerca y a veces intuimos en viviendas, lugares históricos y también cuando escribimos y recibimos la inspiración...La sensibilidad humana es poderosa y siempre nos acerca al misterio.
ResponderEliminarMi felicitación por hacerla amena, cercana y real, amiga.
Mi abrazo entrañable y gracias por tu cercanía y buen hacer.
Gracias a ti, Mª Jesús.
EliminarUn inmenso abrazo.
Hola María Pilar. Una historia sencilla aparentemente que nos da su toque de misterio y nostalgia. Pareciera como que el mundo moderno quiesiera deshacerse del antiguo, y no hay necesidad de ello. Muy dulce tu prosa.
ResponderEliminarGracias, Noelia.
EliminarUn abrazo.
La especulación inmobiliaria siempre se lleva por delante viejas joyas del pasado. Me ha gustado tu relato siendo misterioso y reivindicativo al mismo tiempo! Un abrazote y mucha suerte en el concurso!
ResponderEliminarGracias, Marifelita.
EliminarUn abrazo.
¡Precioso relato María Pilar! Y magnífico edificio el protagonista, ese convento de San Francisco de Vitoria-Gasteiz, que debía estar lleno de secretos y sombras. La especulación inmobiliaria es lo que tiene, que no repara en la historia o el valor artístico.
ResponderEliminarMe gustó mucho que, sin dramas ni grandes apariciones, la acción se va desarrollando para llegar a ese final que concluye con la vida de madre e hija en ese lugar siniestro.
Un abrazo.
Marlen.
Gracias, Marlen.
EliminarUn abrazo.
Conmovida por tu descripción de Vitoria, llena de afecto. Dos veces la he visitado, y acaso no la conozca tan completamente como se merece, pero tengo un hermano que vive allí hace muchos años, y mi cuñada que era de allí, me la mostró con un amor como el tuyo. (Lamentablemente se nos fue hace un año). Un abrazo
ResponderEliminarGracias, Juana.
EliminarUn abrazo.
Gran relato.
ResponderEliminarEs un hecho que mientras lo leía he sentido como si me fuese a mudar a esa casa. Estoy buscando, pero no hay que fiarse de las gangas. Un abrazo.
Gracias. Un abrazo.
EliminarMe encantan los relatos de casas encantadas. Muy buen aporte, el tuyo, al reto.
ResponderEliminarSAludos.
Gracias, Manuela. Un abrazo.
EliminarHola María Pilar ha sido leer el título y acordarme de las casas con cristaleras y blancas en la plaza de la Virgen blanca. Qué relato tan bonito y lleno de magia y el misterio del monasterio de San Francisco siempre está ahí. un abrazo enorme y mucha suerte en el concurso.Un abrazo.
ResponderEliminarHola, Ainhoa, me alegro de que el relato te haya traído tan bellos recuerdos.
EliminarUn abrazo.
Muy bueno y muy bien ambientado. Enhorabuena, suerte.
ResponderEliminarGracias, Guille. Un abrazo.
EliminarExcelente, cómo sólo tú eres capaz.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
No me salen en la lista de lectura tus actualizaciones. 😌 Revisé y está normal mi seguimiento a tu blog.
Hola, Sara, no sabía lo de las actualizaciones en la lista de lecturas. Y no sé cómo puede resolverse. Tal vez añadiendo el blog de nuevo. Gracias por decírmelo.
EliminarUn fuerte abrazo.
La historia al principio me prometía ser la vida apacible de una madre y una hija. Para nada me esperaba que la madre fuese Médium.
ResponderEliminarMe ha encantado que elijas como escenario para la historia una ciudad real y tan bonita como Vitoria.
Un placer leerte.
¡Suerte en el Tintero!
Saludos desde Bilbao.
Un abrazo.
Gracias, Rebeca. Un abrazo.
EliminarBien planteado el clima del relato,
ResponderEliminarLa protagonista ha quedado con una pregunta, que tal vez no tenga respuesta. ¿Qué habrá hecho su madre? Para darle tranquilidad a ese lugar,
Un abrazo.
Gracias. Un abrazo.
EliminarHay lugares en los que pasan cosas que se nos escapa al entendimiento tal y como les pasa a tus protagonistas.
ResponderEliminarOriginal historia
Un abrazo Maria Pilar
Puri
Gracias, Puri. Un abrazo.
EliminarPerfectamente ambientado y narrado con ese aire de misterio, un relato fantástico Pilar! 😉 Saludos! 🙋♂️🙋♀️
ResponderEliminar¡¡Gracias!! Saludos.
Eliminar¡Hola, María Pilar! Nunca he visto ningún fantasma, incorpóreo quiero decir, pero hay lugares en los que la atmósfera se presenta tan densa y agobiante que provocan malestar. Quizá se deba a esas energías negativas o que el dolor se impregna en las paredes. Un estupendo relato donde los espíritus permanecen ocultos, pero presentes. Un abrazo!
ResponderEliminarGracias, David. Un abrazo.
Eliminar¡Hola, María Pilar! Sabes generar una narrativa llena de suspense y misterio en todo momento. Gran relato. Felicidades.
ResponderEliminar¡Un abrazo gigante!
¡¡Gracias!! Un abrazo.
EliminarHola, María Pilar. Bonito relato sobre una casa encantada. Describes muy bien la atmósfera y consigues que casi veamos los muros como si estuviéramos allí. Enhorabuena y suerte. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, Enrique.
EliminarUn abrazo.
Me gustan estas historias,gracias,cariños.
ResponderEliminarGracias, Fiaris. Un abrazo.
EliminarHola María Pilar, transmites muy bien el desasosiego de la protagonista y la atmósfera que sin fantasmas de por medio, resulta ser espectral. Menos mal que la madre recuperó el don y pudieron quedarse en una casa que con sus piedras cargadas de historia debía ser muy bonita. Buen relato, un abrazo!
ResponderEliminarGracias, Lola. Abrazos.
EliminarLlego tarde, y eso es una ventaja, porque ya han comentado asuntos con los que estoy muy de acuerdo. Puedo centrarme más en los detalles.
ResponderEliminarEn esta caso, la madre. La pieza clave de este relato, a mi entender. Más allá incluso de lo sobrenatural. Esa madre que encarna la sabiduría, que sabe lo que hay que hacer y que después se lleva consigo el misterio. Madre protectora, y fuerte, pese a su aparente fragilidad. Muy vasca esa madre, sí, que aporta una enorme dosis de realidad y pragmatismo a ese final con muchos significados de una historia que, precisamente por ese final, por esa madre, se sale del cuadro, se hace mucho más fantástica al convertir todo ese mundo irreal en algo sencillo, real y cotidiano. Al atarlo a la realidad.
Una madre que encarna a muchas madres, mediums también a su manera, de aquellas que curaban las heridas con un beso y espantaban con cuatro aspavientos a los demonios de la oscuridad y a los fantasmas que abrían la puerta del armario.
Me encanta que en esta historia no haya exorcistas de vida atormentada, ni parapsícologos del todo a cien, ni héroes adolescentes con sus deus ex machina paridos por la wikipedia, sino una madre de las de toda la la vida, de las de "a que voy yo y lo encuentro", que al final va, y lo encuentra, y lo pone de patitas en el otro mundo, pero sin decirle nada a su hija, que ya tendrá tiempo de comer huevo frito.
Un abrazo.
Hola, Isra. Por fin salió la madre. Una madre que no pregonaba lo que hacía o dejaba de hacer cuando lo creía conveniente, pero resolutiva, la que más. Los fantasmas, los terrores nocturnos, a escobazos los sacaba.
EliminarUn abrazo.
Hola, María Pilar. Existen muchos tipos de miedos, muchos relacionados con algo que nos ataca o parecido, pero el miedo a ese desconocido que vive en nuestra cabeza... Uf, ahí no hay escape.e ha gustado mucho cómo has ido construyendo ese miedo que la prota siente pero que no se ve, ni se percibe, y aunque en tu texto es real, sí que tiene esa parte que nace de nosotros mismos.un relato notable, compañera
ResponderEliminarJn abrazo
Hola, Pepe, tal vez ese miedo era el que asolaba a Nuria y una vez que lo habló con su madre desapareció de su cabeza.
Eliminar¡¡Gracias!! Un abrazo.
Hola, María Pilar. A medida que la cosa se complica nos vas enseñando las cartas para que no perdamos detalle de la historia y estemos más atentos si cabe al relato. Al final, la buena señora recuperó su toque y los espíritus del convento encontrarían su camino de paz.
ResponderEliminarBuen aporte al desafío del mes. Saludos y suerte.
Gracias, JM Vanjav. ¡Saludos!
EliminarHola, Pilar. Nos metes en una atmósfera de misterio e inquietud con gran maestría. Me gustó mucho tu relato. Un abrazo
ResponderEliminarGracias, Mirna. ¡Un abrazo!
EliminarUn relato muy interesante, Maria Pilar.
ResponderEliminarNo has ido muy lejos para inspirarte en el edificio para crear el relato. Además, muestras el lado positivo de conseguir, gracias a la constancia, salir de la situación.
Un fuerte abrazo :-)
Gracias, Miguel. Pues sí, me he quedado en casa. Siempre me ha inspirado más lo conocido que lo desconocido. Me encanta esa frase: "Pinta tu aldea y pintarás el mundo". Yo l hago mía en la escritura.
Eliminar¡Un fuerte abrazo! 🤗
Buena inspiración te dio ese convento, María Pilar.
ResponderEliminarHas escenificado de maravilla la angustia ques se siente ante entes de otros mundos, y sentir la impotencia... Luego el escenario de las ruinas es genial, pues en esos sitios si eres observadora como fue la hija, se siente esa "llamada de auxilio" , hay una energía diferente que parece hablar, lo hace real, hay muchos lugares impregnados con esas vibraciones. Y la madre, actúa correctamente (a mi entender) al no querer hablar de esos temas con la hija, si no se está preparada, hacer algo al respecto puede ocasionar trastornos serios, la madre lo sabe, por eso es ella, que reúne todas sus energías para liberar a esa Alma.
¡Genial! Leerte siempre es un verdadero placer, además estos temas me encantan. Hiciste un relato creíble, felicidades.
Un abrazo, y feliz mes de mayo :)
Hola Mila. Leyéndote puedo entender que estás muy familiarizada con el tema. Y sí, me pareció que la madre, como entendida, no consideraba conveniente implicar a la hija. Al menos, de momento. Pero la hija, muy sensible e intuitiva -de tal palo tal astilla- , llega a conclusiones y marca ya maneras de la madre. Lo he cerrado un poco antes, pero creo que se puede deducir que muy pronto habrá una conversación entre las dos.
ResponderEliminarGracias por tus bellas palabras.
¡Un abrazo! 🤗
Me encantó tu relato. Muy bien narrado. Felicitaciones querida amiga.
ResponderEliminarGracias, Oswaldo. Actualmente estoy alejada de este mundo virtual, pero hoy me he asomado a esta ventana y me he alegrado mucho al encontrarte por aquí a pesar de mi ausencia. Te lo agradezco un montón.
Eliminar