24 diciembre 2017

Un cuento de Navidad

Sergio va caminando por la Gran Vía de su ciudad, una calle llena de rostros ausentes. Solo y aterido de frío, extravía la mirada por su entorno. No, no brillará un cielo cuajado de estrellas, la potente iluminación navideña lo impedirá. Se detiene ante un contenedor de basura y con el cuerpo invertido rastrea las fauces del abismo. Lo que ve bajo la azulada luz le produce un estremecimiento: Cuento de Navidad de Charles Dickens. Tembloroso, lo coge. Se cubre los ojos con una mano gélida de mugre y las lágrimas ruedan al ritmo de sus espasmos. Es su voz de niño la que le llega desde el cálido hogar familiar:
—Mira mamá, ¡y también un cuento! ¿Me lo lees?
—Es tarde cariño, dormimos y te lo cuento mañana.
El pisar de algunas personas cruje en la nieve helada. Cual sombras en la noche, con grandes bolsas de regalos, pasan raudas mirándolo con desconfianza. Después, el silencio sólo es traspasado por las notas nostálgicas de un piano que desde un bar cercano perpetúa la canción "Oh blanca Navidad". ¡Cuánta nostalgia!
La calle de su ciudad le recuerda tanto a aquella del cuento: «Conozco esta calle, hasta esa casa del codicioso Mr. Scrooge que me ha puesto donde estoy, no se saldrá con la suya, tengo una familia que me espera».
El viento frío azota y los abetos le echan la nieve que les sobra. Aparte de eso, lo único que lleva consigo es una determinación que va resquebrajando la opresión de su interior.
Una hora más tarde, dos niños alegres y bulliciosos no paran de reír con la boca llena de mazapanes. Es tan amplio el surtido de los productos degustación en esos grandes almacenes que tienen la fiesta garantizada.
—Hace tiempo que no los veía tan felices —dice el padre rejuvenecido recién afeitado mientras ella con los ojos vivarachos lo mira con admiración.
—Haremos que disfruten de una noche inolvidable —le contesta emocionada —.Tendrán el regalo de una mamá que los arrope antes de dormir y luego...
—Luego yo les contaré un cuento de Navidad.
© María Pilar


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23 diciembre 2017

El gordo de Navidad

Querido Papá Noel:
Cuando llegué a esta ciudad la encontré hermosa. Los abetos emitían destellos a ritmo del palpitar de los corazones, las calles adornadas con guirnaldas y luces navideñas parecían las nuestras; hasta el frío era similar. Me sentí orgulloso de ser tu legítimo mensajero, porque… ¡Qué decirte de unos impostores “Papá Noel” diminutos que intentaban colarse por las ventanas! ¡Jo, jo, jooo! Mi duende travieso se despertó y, tan regordete y cachetón como soy, quise conocerla mejor.
Al pasar por delante de un bar me atrajo el bullicio del interior. Hablaban muy alto, a la vez que seguían ansiosos la TV.
— ¿Ha salido el Gordo? —preguntaban algunos.
Una amplia sonrisa me iluminó la cara. Pues claro que había salido, Rovaniemi quedaba muy lejos. Nunca, en ningún lugar del planeta, nos habían esperado con tanta expectación y eso era de agradecer.
De repente, rugieron a una sola voz: “¡El Gordo!”
Por fin me habían visto. ¡Qué fue aquello! Se abrazaban, saltaban, cantaban, atronaban los corchos de las botellas de champán… Feliz y contento le guiñé el ojo a un joven para darme a conocer. Me dio tal empujón que me hizo trastabillar; otros me zarandearon y patearon; a mí, un ser tan sensible. ¡Qué pesar me entró!
Una voz de entre la masa gritó:
— ¡Me ha tocado el Gordo!
Como para no tocar a nadie entre aquella barahúnda; pero por qué aireaba orgulloso aquel boleto con el número 71198. “Un viaje alrededor del mundo” —decía— “El coche de mis sueños”. Definitivamente, la situación era de locos.
— ¿Dónde ha caído el Gordo? — Me quedé aturullado.
Cómo preguntaban dónde había caído si lo estaban viendo. En medio de tanta asfixia perdí el gorro, la capa ribeteada de armiño y acabé con mis calzones rojos hechos jirones entre cajas y papeles de embalar; justo al lado de unos contenedores abarrotados y pestilentes desde donde te escribo. Necesito ayuda, Papá Noel. Siguen pasando como una exhalación tras un gordo que no soy yo. Surcos de lágrimas afean mis mejillas. Imposible competir con la magia de “alguien” que, sin dejarse ver, reparte tanta ilusión.

¡Feliz Navidad!

© María Pilar
Nota: El Gordo es el primer premio de la lotería de Navidad en España.
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09 diciembre 2017

Proclama en busca de autor

¡Qué pesadilla de familia! ¡Qué matraca de canción! Los nietos, los hijos y hasta el abuelo con su bastón, todos a una como un hatajo de fantoches cantando sin ton ni son:
Soy un salero, azucarero
La batidora y una olla “express”
Chu, chu...
Caricaturizan mis sofocos, parodian mis pitidos irritantes, se burlan de las gotas que se escapan por mi válvula floja. ¡Qué horror!
Toda la vida trabajando para ellos, todos los días sudando la gota gorda a un ritmo frenético y, ¿para qué? Para que me torturen con ese soniquete, se me aflojen los tornillos y un día mi onda explosiva los atrape sin consideración. Nunca he pedido nada, ni gracias por los servicios prestados y eso que si no fuera por mí, quién los habría alimentado. Pero ya que se ponen, una pintura de mi orondo perfil en un bodegón, un poema que emocionase los sentires de mi alma agrietada o una partitura para cantarlo a ese ritmo lento tan diferente al mío... Estoy quemada, agobiada, a punto de estallar, los gases me colapsan y este es el gemido envuelto en lágrimas que sale de mi interior. Conozco bien mi destino y lo cumplo entregada al máximo como una gladiadora en la arena de mi coliseo particular, la cocina. Pero relegada a mi lugar de trabajo piensan que con cualquier cosa me han de contentar. No, yo no soy una mujerzuela de usar y tirar. 


Si Richard Pockrich encumbró al vaso con su sinfonía de cristal y Manolo Blahnik ha elevado al zapato a la categoría de obra de arte, ¿por qué yo no puedo tener mi autor? No me digáis que tengo ideas de bombero. Es lo justo, creo. Un Yuri Suzuki, por ejemplo. Admirador de las sonoridades domésticas, ¡qué no haría si se fijase en mí! Una mirada suya captaría mi esencia y la registraría en sonidos que provocarían el disfrute y la admiración.


De lo contrario, ¿os imagináis el mundo con un parón generalizado de las ollas a presión?
© María Pilar
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