Sergio va caminando por la Gran Vía de su ciudad, una calle llena de rostros ausentes. Solo y aterido de frío, extravía la mirada por su entorno. No, no brillará un cielo cuajado de estrellas, la potente iluminación navideña lo impedirá. Se detiene ante un contenedor de basura y con el cuerpo invertido rastrea las fauces del abismo. Lo que ve bajo la azulada luz le produce un estremecimiento: Cuento de Navidad de Charles Dickens. Tembloroso, lo coge. Se cubre los ojos con una mano gélida de mugre y las lágrimas ruedan al ritmo de sus espasmos. Es su voz de niño la que le llega desde el cálido hogar familiar:
—Mira mamá, ¡y también un cuento! ¿Me lo lees?
—Es tarde cariño, dormimos y te lo cuento mañana.
El pisar de algunas personas cruje en la nieve helada. Cual sombras en la noche, con grandes bolsas de regalos, pasan raudas mirándolo con desconfianza. Después, el silencio sólo es traspasado por las notas nostálgicas de un piano que desde un bar cercano perpetúa la canción "Oh blanca Navidad". ¡Cuánta nostalgia!
La calle de su ciudad le recuerda tanto a aquella del cuento: «Conozco esta calle, hasta esa casa del codicioso Mr. Scrooge que me ha puesto donde estoy, no se saldrá con la suya, tengo una familia que me espera».
El viento frío azota y los abetos le echan la nieve que les sobra. Aparte de eso, lo único que lleva consigo es una determinación que va resquebrajando la opresión de su interior.
Una hora más tarde, dos niños alegres y bulliciosos no paran de reír con la boca llena de mazapanes. Es tan amplio el surtido de los productos degustación en esos grandes almacenes que tienen la fiesta garantizada.
—Hace tiempo que no los veía tan felices —dice el padre rejuvenecido recién afeitado mientras ella con los ojos vivarachos lo mira con admiración.
—Haremos que disfruten de una noche inolvidable —le contesta emocionada —.Tendrán el regalo de una mamá que los arrope antes de dormir y luego...
—Luego yo les contaré un cuento de Navidad.
—Mira mamá, ¡y también un cuento! ¿Me lo lees?
—Es tarde cariño, dormimos y te lo cuento mañana.
El pisar de algunas personas cruje en la nieve helada. Cual sombras en la noche, con grandes bolsas de regalos, pasan raudas mirándolo con desconfianza. Después, el silencio sólo es traspasado por las notas nostálgicas de un piano que desde un bar cercano perpetúa la canción "Oh blanca Navidad". ¡Cuánta nostalgia!
La calle de su ciudad le recuerda tanto a aquella del cuento: «Conozco esta calle, hasta esa casa del codicioso Mr. Scrooge que me ha puesto donde estoy, no se saldrá con la suya, tengo una familia que me espera».
El viento frío azota y los abetos le echan la nieve que les sobra. Aparte de eso, lo único que lleva consigo es una determinación que va resquebrajando la opresión de su interior.
Una hora más tarde, dos niños alegres y bulliciosos no paran de reír con la boca llena de mazapanes. Es tan amplio el surtido de los productos degustación en esos grandes almacenes que tienen la fiesta garantizada.
—Hace tiempo que no los veía tan felices —dice el padre rejuvenecido recién afeitado mientras ella con los ojos vivarachos lo mira con admiración.
—Haremos que disfruten de una noche inolvidable —le contesta emocionada —.Tendrán el regalo de una mamá que los arrope antes de dormir y luego...
—Luego yo les contaré un cuento de Navidad.
Ritos que se perpetúan, silencios eternos, la vida sigue.
ResponderEliminarMuy hermoso cuento. Que el espíritu de Navidad se nos mantenga, por todos los demás días del año.
ResponderEliminarFeliz año, María Pilar. Un fuerte abrazo!
Un cuento, un cuento de Navidad. En estas fechas todos lo recordamos.
ResponderEliminarBesos