Mi pecado lo conoce el mundo entero. ¡Qué le voy a hacer! A mí me gustaba más ella que él, tan peludo y descuidado y siempre pensando en las musarañas. Yo necesitaba algo que me permitiera sentir la fantasía y que me elevara de aquella vida tan rutinaria. Con ella encontré ese punto de evasión que me llevó a una sensualidad sin artificios porque simplemente me alentaba al disfrute en libertad.
Andábamos desnudos por aquel jardín al que nos habían invitado a una fiesta cuando nos encontramos por primera vez. Con la piel satinada y las mejillas arreboladas lucía tan hermosa que no pude menos que alargar mi mano para acariciar su rostro. Sonreía ruborizada al sentir el cosquilleo de mis dedos. El embrujo de la mezcla de dulzura y sensualidad hizo brotar en mí la pasión. Cuando me la presentaron fue para decirme que ni se me ocurriera pensar en ella. Para entonces yo ya había hecho un largo recorrido de pícaras miradas e intenciones lujuriosas.
Cuando mis labios se acercaron a su piel, me inundó su fragancia afrutada y me produjo tal explosión de sensaciones ante la inmediatez de probarla, que mi boca se humedeció. El gemido placentero que emitió al morderla por primera vez me hizo cerrar los ojos para disfrutarla en plenitud. Mi lengua se deleitaba con lo voluptuoso de su carnosidad y mis manos se mezclaban con el jugo de su cuerpo que colmaba mi delirio placentero.
Estoy segura que el dueño de aquella finca disfrutó como un voyeur desde su posición privilegiada, pero lo había desobedecido y cayó sobre mí su venganza. El cielo se oscureció, el aire se había enrarecido y se desató la tragedia. Celoso me lanzó su látigo de luz y me condenó a vivir errante sufriendo sangre, dolor y lágrimas. Con la modernidad me es más fácil camuflarme y pasar desapercibida. Sigo saltando de manzana en manzana cual pérfida, sin corregir mi rumbo. Seguidora de los Beatles por su logotipo, actualmente he encontrado feliz acomodo en la Apple de Steve Jobs.
© María Pilar
Andábamos desnudos por aquel jardín al que nos habían invitado a una fiesta cuando nos encontramos por primera vez. Con la piel satinada y las mejillas arreboladas lucía tan hermosa que no pude menos que alargar mi mano para acariciar su rostro. Sonreía ruborizada al sentir el cosquilleo de mis dedos. El embrujo de la mezcla de dulzura y sensualidad hizo brotar en mí la pasión. Cuando me la presentaron fue para decirme que ni se me ocurriera pensar en ella. Para entonces yo ya había hecho un largo recorrido de pícaras miradas e intenciones lujuriosas.
Cuando mis labios se acercaron a su piel, me inundó su fragancia afrutada y me produjo tal explosión de sensaciones ante la inmediatez de probarla, que mi boca se humedeció. El gemido placentero que emitió al morderla por primera vez me hizo cerrar los ojos para disfrutarla en plenitud. Mi lengua se deleitaba con lo voluptuoso de su carnosidad y mis manos se mezclaban con el jugo de su cuerpo que colmaba mi delirio placentero.
Estoy segura que el dueño de aquella finca disfrutó como un voyeur desde su posición privilegiada, pero lo había desobedecido y cayó sobre mí su venganza. El cielo se oscureció, el aire se había enrarecido y se desató la tragedia. Celoso me lanzó su látigo de luz y me condenó a vivir errante sufriendo sangre, dolor y lágrimas. Con la modernidad me es más fácil camuflarme y pasar desapercibida. Sigo saltando de manzana en manzana cual pérfida, sin corregir mi rumbo. Seguidora de los Beatles por su logotipo, actualmente he encontrado feliz acomodo en la Apple de Steve Jobs.
© María Pilar