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Mostrando entradas de octubre, 2018

El anticuario y la joven Griet

Paisaje de Delf pintado por Vermeer Sentado junto a la ventana de un bar, al otro lado del agua,  disfrutaba de una Heineken cuando la vi asomarse por la buhardilla de la casa de enfrente. Fue un momento mágico. Un tímido rayo de luz que se colaba entre las nubes amenazantes realzaba su osadía. Era hermosa, mucho; con un halo de misterio. El exótico turbante azul ultramar que llevaba  potenciaba la belleza de su rostro. Los labios le brillaban con un toque sensual irresistible. Y qué decir de los destellos que desprendía el pendiente que le colgaba del lóbulo izquierdo… Me dejaron obnubilado, a mí, un hombre pragmático, que nunca ha prestado demasiada atención a los sueños de amor. Giró la cabeza hacia el lado en el que me encontraba y nuestras miradas se encontraron: la mía anhelante de información y la suya tan transparente y seductora que lo ocupó todo. Me atrapó en su inmensa profundidad y se paró el tiempo. Había llegado a Delf, una ciudad a medio camino entre Rotterdam

Crecen en silencio, las niñas

Las niñas susurran entre ellas palabras calladas, y con sus vestidos de niñas miran al infinito donde tejen sueños que crecen de día en día. La madre las observa y calla. Se ríen de manera alborotada y lo contagian todo con su frescura. Cogen a su madre para enseñarle los pasos del baile de moda y como es una patosa se parten de risa e inundan hasta el último rincón de la casa con su jarana y música pachanguera.  Hay momentos en que las risas se tornan lágrimas, que se derraman en un mar de desconsuelo. Amores adolescentes que creían eternos. La madre tiene ganas de estrujar al verdugo causante de tanto desconsuelo; en cambio, le quita hierro al asunto mientras espera que llegue su aliado, el tiempo.  Ya no se ponen los zapatos de tacón de mamá ni se pintan con su barra de labios. Las niñas coquetean con el tiempo. Ahora sacan sus zapatos nuevos, de carmín pintan sus anhelos y no es a mamá a la que ven en el espejo. Aunque ellas aún no lo saben, qué bien comprende la madre lo que sign

Sentimiento de culpa

Imagen de internet Le di una bofetada a mi hija. El que me contestara de tan malas maneras hizo que me encolerizara. Mis dedos habían quedado tatuados enrojeciendo su cara. Me quemaba la mano. Me pesaba en el alma. Rompí el silencio con palabras imprecisas de perdón y arrepentimiento. Quise cobijarla, abrazarla, como cuando era pequeña y que tanto le gustaba. "Déjalo ya, mamá", me dijo con los ojos húmedos sin derramar una lágrima. Lloraba hacia dentro y mi alma de madre se quebró al ver el dolor de la decepción en su mirada. Se dio media vuelta y, se alejó de mí. En mi interior la frustración aullaba. De puntillas y con el corazón encogido me acerqué a su habitación. Escuché un silencio tenso. No me atreví a rozar la puerta, a pedirle: "hablemos", por no enojarla más, por lo mucho que la quiero. Sigo disimulando el dolor que me quema por dentro porque sin ella mi vida ya no es mi vida y empiezo cada mañana con esa esperanza inconformista de que se vuelvan a

Cuando uno dice blanco, el otro... blaugrana

Va a ser un día complicado, se dijo Aurora al despertar pensando en que se jugaba el Clásico. Su preocupación eran sus hijos Raúl y David. Cuando nacieron todo fue caos en su entorno y nadie, excepto ella, se fijó en los ojos tan abiertos con los que se observaban sin pestañear. Aunque le decían que los recién nacidos no ven, esa mirada gélida de un gris opaco fue el presagio que acabó con sus sueños de madre.  La crueldad sistemática entre los hermanos confirmó sus sospechas. Parecían dos gatos en continua pelea. Si uno necesitaba luz, el otro oscuridad; si uno quería dormir, el otro berreaba y si uno decía blanco el otro… blaugrana. Era un sinvivir que a ella le tenía agotaba. —Os vamos a machacar —decía Raúl con la camiseta blanca. —¡Qué dices, idiota! Hoy comeréis el barro bajo nuestras botas. —De idiota nada, mamón.  — ¡Pum! Arrojó un derechazo al ojo de su hermano. —Te arrancaré la nariz, imbécil. —Y el zurdazo lo dejó sangrando. —¡Ay!, me ha mordido. —¡Basta! —gritó Aur

La musa de la escritura

Hoy hace un año que te fuiste… Digo a gritos que no te necesito, que ojalá no vuelvas. Miente mi orgullo para cubrir el dolor de mi impotencia. Ya sabes que mi cabeza es un cóctel de ideas encontradas, letras sueltas y sensaciones indefinidas. Qué diferencia con las composiciones escritas a golpe de vértigo, las notas de recuerdos con ilusión vividos, la actividad nerviosa, el febril pensamiento desbocado, todo un mundo que se diluía en la página en blanco. Mi imaginación no se resigna a esta inactividad actual y sigue alimentándome: me trae el choque de olas acunando a otros muchos en sus aguas, el espectáculo de un gnomo sibilino junto a una princesa destronada, un bello alfiler ensangrentado en el escenario de una explosión en Yakarta, hasta me tienta con el aroma de la riquísima sopa de la abuela. Miro tu hermética bola de cristal donde encierras la energía en un tiempo y un espacio diferente al que reclama el reloj para sí mismo. Te miro y tu fulgor me deslumbra y pienso