Las niñas susurran entre ellas palabras calladas, y con sus vestidos de niñas miran al infinito donde tejen sueños que crecen de día en día. La madre las observa y calla. Se ríen de manera alborotada y lo contagian todo con su frescura. Cogen a su madre para enseñarle los pasos del baile de moda y como es una patosa se parten de risa e inundan hasta el último rincón de la casa con su jarana y música pachanguera.
Hay momentos en que las risas se tornan lágrimas, que se derraman en un mar de desconsuelo. Amores adolescentes que creían eternos. La madre tiene ganas de estrujar al verdugo causante de tanto desconsuelo; en cambio, le quita hierro al asunto mientras espera que llegue su aliado, el tiempo.
Ya no se ponen los zapatos de tacón de mamá ni se pintan con su barra de labios. Las niñas coquetean con el tiempo. Ahora sacan sus zapatos nuevos, de carmín pintan sus anhelos y no es a mamá a la que ven en el espejo. Aunque ellas aún no lo saben, qué bien comprende la madre lo que significa todo eso. Las contempla con orgullo, y con el temor de madre les abre la puerta. Le dicen como siempre: hasta luego, mamá. Y siente en la mejilla el roce cálido de un beso. Feliz les da ese achuchón que esperan de niñas, aunque ya no lo sean.
Un día el padre se emociona al verlas y cree que es el único en darse cuenta: ¿te has fijado en lo guapas que están nuestras hijas? La madre se hace la sorprendida. Oculta el secreto de su infancia y adolescencia que con nostalgia ha revivido a través de ellas. Las mira con una sonrisa cómplice y le dice lo que esperan que diga: son tan solo unas niñas.
Comentarios
Publicar un comentario
Este blog permanece vivo gracias a tus visitas y comentarios. Te agradezco estos momentos especiales que me regalas.