20 enero 2022

Reseña de Klara y el sol

 Klara y el sol es el libro de Ciencia Ficción escrito por Kazuo Ishiguro después de obtener el premio Nobel de Literatura en el 2017.
 
 Cuando antes leíamos novelas de CiFi sabíamos que con su narrativa fantástica nos sacaban de la realidad y nos hacían soñar en mundos imaginados. Hoy la robótica lo invade todo. Basta darse una vuelta por lo que nos rodea e ir clicando botones. Tienes la sensación de que la vida cotidiana ya ha sido invadida por aquello que nos parecía «fantástico». La originalidad de Kazuo Ishiguro con Clara y el sol es que no trata de cómo vemos nosotros a los robots, sino cómo nos ven ellos. Son los ojos de Klara los que nos muestran el mundo. 

 Klara es un robot comprado en una selecta tienda para cuidar a una niña enferma. Un modelo de androide AA (Amiga Especial) especializado en el cuidado de niños que, bajo la piel de látex y metal, aloja una sensibilidad prohibida a los robots de su gama. ¿Un error de fabricación, quizá? Su voz narrativa, con la que nos va contando la historia, envuelve todo el relato como si fuera un cuento. Un cuento que invita a soñar, pero que también, como todo cuento, tiene su lado oscuro. 

 La curiosidad invade la vida de Klara. Con la ingenuidad de quien pisa el mundo por primera vez, se hace preguntas sobre el comportamiento de los humanos, detecta que pueden estar sufriendo incluso cuando se manifiestan alegres, indaga sobre temas que los preocupan como la soledad, el clasismo social, la muerte… Se esfuerza más y más cada día por entenderlos. Y critica la contaminación atmosférica producto de la actividad humana, contaminación que los enferma y los mata. El sol, que aparece en el título a la par de Klara, es el coprotagonista de toda la historia. Como máquina que es, Klara se alimenta de la energía del sol para vivir igual que cualquier humano. 

 «Cuando Rosa y yo éramos nuevas, nos colocaron en la parte central de la tienda, en el lado de la mesa de las revistas, y eso nos permitía tener vistas a través de algo más de la mitad del escaparate. De modo que veíamos el exterior: los empleados de las oficinas siempre con prisas, los taxis, los corredores, los turistas, Mendigo y su perro, la parte inferior del Edificio RPO. Cuando ya llevábamos cierto tiempo en la tienda, Gerente nos permitía acercarnos a la parte delantera, justo detrás del escaparate, y desde allí podíamos ver lo alto que era el Edificio RPO. Y si estábamos allí en el momento adecuado, podíamos ver cómo se desplazaba el Sol desde los tejados de los edificios de nuestro lado de la calle hacia la acera del Edificio RPO»

 Da la impresión que Ishiguro se ha fijado en Frankestein o el moderno Prometeo de Mary Shelly y ha creado a klara llevándola al otro extremo: inteligente, con memoria, empatía y ternura. En ella no cabe la sublevación. Klara no se enfrenta a los que sirve, al contrario, es diligente en la resolución de los problemas que los afligen, aunque a ella le cueste la vida. Y es aquí donde se desdibuja la línea que diferencia al ser humano de la máquina. 

 Al final, el cuento se rompe en mil pedazos por su parte oscura. Es ese futuro tan sombrío que nos pinta el autor en un mundo en constante cambio. Con ello, deja la puerta abierta a la creación de nuevos modelos de Androides dotados de innovaciones que sobrepasen por desfasados a los humanos. 

© María Pilar 
 

11 enero 2022

El fantasma de la Brígida

En el aniversario del Señorito, el fantasma de la Brígida deja Treviño cuando el ganado sale a la aguada. Siempre fue pobre, y fea sin consolación, nunca honrada, por lo que le toca arrastrarse como alma en pena. 

Eso es lo que quiere ajustar con él, que la libere de las cadenas del título de deshonrada que le impuso para toda la eternidad. ¿Padre antes que escritor? Así lo siente, por muy serio que se ponga. ¿Acaso no la engendró en su imaginación? Y siempre ha tenido la percepción de su debilidad por ella. Una cosa es ser querindonga de un maese Guasón que la pegaba para disfrutar contándole los cardenales y otra, cargar con el sambenito en el más allá. 

Divisa Vitoria, puro resplandor. Al acceder al parque de la Florida, se topa con su figura en el pedestal. Murió tan joven que no pudo ordenar sus papeles y ella salió perjudicada. Sabe que lleva rato con la mirada levantada del libro que tiene en las manos, atisbando su llegada. Al verla, se baja del podio de un salto, y ella lo sigue por los vericuetos del parque. 

—No te pongas pesada, Brígida 

—Cambia mi historia y jamás te molestaré. 

Entonces en un remanso del río, él se agacha para coger agua con las manos juntas y derramarla por la cabeza de la Brígida. Cuando los treviñeses descubren que el fantasma ya no anda por las tierras del condado, sienten un extraño movimiento a su favor y, empiezan a añorar su ausencia como una influencia benefactora. 

© María Pilar 
(250 palabras)
Relato publicado aquí

05 enero 2022

La carta a los Reyes


La noche de Reyes cierra las fiestas navideñas Cada año desfila la cabalgata por mi ciudad con gran bullicio y nos contagia a todos la ilusión. Los más pequeños no quieren ir a dormir, los mayores sonríen; se palpa el nerviosismo en el ambiente. 

Es el cinco de enero y estamos en invierno. Un largo invierno que conoce su fuerza y la muestra cubriéndolo todo de nieve. Después sopla un viento gélido que deja las calles vacías y carámbanos amenazantes colgando de los tejados. A pesar de todo, nunca ha sido un problema para Sus Majestades que no vienen en trineos, sino en grandes camellos del desierto. Son los Reyes Magos y con la magia todo lo pueden. Surcan los cielos a la velocidad de la luz para que por la mañana tanto niños como mayores se muestren emocionados al ver en sus zapatos el regalo deseado.

En la calidez de los hogares, junto a la chimenea, comienzan los preparativos para esa noche: el cuenco de agua para los camellos; turrones y mazapanes para los Magos y las tres copas de vino dulce, una por cada rey. Carlos, de siete años, con los cordones desatados corre nervioso a poner sus botas bajo el árbol y Mikel, de tres, va de un lado a otro pidiendo a gritos, con su lengua de trapo, que las suyas también. Jaime, de quince, está más reflexivo. Algo se cuece en su mente que, con la misma ilusión de cuando era niño, confía en que los Reyes lo hagan realidad. Ya ha escrito su carta pidiéndoselo. Claro que la ha echado él mismo en el buzón de correos, más que nada, por ayudar a que no se pierda. 

Ahora, el semblante del muchacho resplandece como el cometa que guía a los Reyes Magos en su largo recorrido desde Oriente. Piensa en Laura. Cursan cuarto de Secundaria en el instituto de Los Herrán. Están en la misma clase. Desde el primer día que la vio se quedó prendado de ella, pero su timidez le impedía acercarse. Además, siempre iba con dos bulliciosas amigas. En los descansos, corrían a agruparse como si temieran quedarse un segundo a solas. Él, mientras, ocultaba su soledad en la biblioteca como un empollón. Laura es ligera, de ojos claros y formas suaves, con un punto de coquetería que le divierte. Tiene un hoyito en el mentón muy simpático. Repite el gesto de colocarse la melena por delante como si quisiera cubrir sus pechos desarrollados. A veces lleva auriculares. Lo que daría por saber la clase de música que escucha. 

Un día, vio que estaba sola y la esperó a la salida. Tenía buena vibra y emocionado, caminó a la par que ella. Le habló de la casualidad de ir los dos por el mismo camino. Laura se detuvo en seco y lo miró incrédula. Hasta entonces no había cruzado más de dos monosílabos con ese chico al que tenía catalogado como el solitario con gafas. Jaime sintió que el aire del atardecer le refrescaba las ideas y, en vez de cortarse, la invitó a un café cercano. Para su sorpresa, ella aceptó con una sonrisa. Lo de la sonrisa se lo imaginó, pues los dos iban con mascarillas. En la única mesa que quedaba libre, sentados ante dos kalimotxos, hablaron y hablaron, ya sin disimulos, con la franqueza de dos jóvenes ansiosos por conocerse. Un mechón de su pelo liso se le cruzó por la cara, ella sopló para quitárselo, no lo consiguió. Entonces Jaime se lo retiró. Laura le rozó la mano un momento antes de que volviera a su lugar. Para él era su primera conquista y ese roce hizo latir su corazón enamorado, tanto, que el joven espigado, de pelo rojizo y ojos color avellana, pensó que su encuentro iba a acabar en romance. Al darse los dos besos rutinarios de despedida, algo dijo ella que rompió la magia:

—¡Qué tarde tan estupenda hemos pasado, Jaime! Gracias por invitarme. ¡Chao!

Él se sintió un iluso, pero tragó saliva, recurrió a todas sus reservas de coraje y le propuso: «Podíamos quedar de vez en cuando, si te parece». No pasó mucho tiempo cuando en el mismo bar ruidoso, con la gente separada en grupos de cuatro como marcaba la normativa anti covid, se sorprendieron mirándose a los ojos durante un momento tan especial que el mundo que los rodeaba se desvaneció. Fue cuando Laura le cogió la mano y salieron de la cafetería como una pareja más. 

Ahora, se está poniendo nervioso. Constata la hora por enésima vez. Son casi las doce. Marca su número en el móvil y aguarda con el corazón en la garganta. 

—No te habrás olvidado de escribir la carta a los Reyes, ¿verdad? 

—Pues claro que no, tonto. 

—¿Y qué les has pedido si no es un secreto? 

—La colonia de Armani, el último móvil de Apple y unas botas muy chulas. ¿Y tú? 

—Una bici nueva de carreras y luego…, ellos verán si quieren dejarme algo más. 

Las ventanas encendidas de las casas, reflejan la actividad festiva de sus interiores. Es el fulgor de la noche que pronto apagará las luces y reinará el silencio porque quedan pocas horas para que el milagro de la magia se cumpla un año más. Los Reyes sorprenden con sus regalos cuando todos están dormidos. Entonces la ciudad parece flotar en un espacio sin tiempo en el que algunos, entre sueños, llegan a oír los ruidos de los camellos. 

A la mañana siguiente, la cara de Jaime es una muestra cómica de apacible picardía. Los Reyes saben de la sensibilidad de cada uno y mientras a los peques les han dejado sus juguetes preferidos, a él le han traído una experiencia inolvidable. En sus zapatos está la carta que Laura les ha escrito. Emocionado lee: «Pido a Sus Majestades que Jaime y yo podamos sellar este día con la magia de vivir nuestra primera experiencia de amor» Es el mismo deseo que ha manifestado él en la suya, solo que Laura se expresa de una manera tan fina que le saca los colores recordar sus palabras escritas. 

© María Pilar

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01 enero 2022

Una Navidad diferente

Es la mañana del 1 de enero de 2022 y luce el sol. Da alegría ver cómo los rayos se cuelan por las ventanas y sientes algo así como un subidón de moral. A pesar de que el invierno viene muy crudo. Estamos a temperaturas bajo cero y los del tiempo anuncian borrascas de nieve continuadas con el cierre de carreteras. Ya lo están algunos puertos. 

Tras los cristales del mirador, la plaza ofrece una estampa navideña. La nieve caída por la noche la cubre con su capa uniforme, aunque puedo distinguir pinceladas oscuras dispersas. Son las hojas acharoladas de los magnolios que se han sacudido el peso que las tapaba. Todo brilla con tanta luz que te obliga a entre cerrar los ojos. ¡Bien hecho 2022! Empezamos a congeniar. El gris y negro en el que nos tenía metidos tu hermano mayor nos bajaba los ánimos a los pies. 

Ya la noche fue un regalo al poder cenar juntos y, a la vez, separados. Éramos las dos caras del dios brifonte Janus: la del hombre viejo y la del joven. Las mesas estaban repletas de manjares, buen vino y champán para terminar con turrones y mazapanes. Los cuatro vestidos de gala con las doce uvas preparadas en diferentes platitos, uno por persona, para dar la bienvenida al Año Nuevo al son de las campanadas. 

Lo de cenar por videollamada fue la mecha que encendió la magia. ¡No hay otros como los chicos! ¡Son admirables! Una originalidad de ellos para hacernos compañía. Así se nos pasó el tiempo rápido, sin caer en la cuenta de que estábamos solos. Y pensar que, a mis años, no entendía lo de tanto móvil, si parece que lo quieren más que a uno mismo; pues mira por dónde, ¡qué sorpresa! Nos dieron una lección de cómo hacer frente a la adversidad que ya nos gustaría a nosotros. Me emocionaron, vaya que sí, y estuve aguantando las lágrimas. Reflexionaba que serían ellos los que se sentirían solos, y me apenaba; pero no fue así, estaban contentos y nos contagiaron su alegría: a su madre y a mí. Hablábamos quitándonos la palabra, a veces, y reíamos como si estuviéramos juntos en el salón de casa. A las doce menos unos minutos, ya estábamos pendientes del reloj de la Puerta del Sol de Madrid en las respectivas pantallas de los televisores. Hasta en eso nos pusimos de acuerdo. Fue conmovedor; no lo olvidaré nunca. Hay que comer una uva por cada campanada y esas campanadas tienen alma como las que suenan a muerto. En este caso, se supone, que tendremos un año de buena suerte. Pasamos por alto que mamá, como de costumbre, no pasó de la tercera uva y los demás, entre risas, las terminamos con los carrillos a reventar. Comenzó el jolgorio, los abrazos y los besos virtuales junto con los sueños de un año mejor.

Ese brindis con los mejores deseos para el Año Nuevo quedará en mi memoria para recordarme que la fuerza del cariño de los tuyos rompe barreras y se salta los confinamientos, si hace falta, de manera virtual se entiende, para vivir la Nochevieja en compañía. ¡Qué empuje de ánimo y fuerza! Me siento orgulloso por compartir la vida con esta generación joven que nos viene tan bien preparada. Son un soplo de aire fresco. Me gustaría imitarlos. De momento, Estar con los que uno quiere es suficiente, como dijo Walt Whitman. 
© María Pilar

#Feliz2022
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