La noche de Reyes cierra las fiestas navideñas Cada año desfila la cabalgata por mi ciudad con gran bullicio y nos contagia a todos la ilusión. Los más pequeños no quieren ir a dormir, los mayores sonríen; se palpa el nerviosismo en el ambiente.
Es el cinco de enero y estamos en invierno. Un largo invierno que conoce su fuerza y la muestra cubriéndolo todo de nieve. Después sopla un viento gélido que deja las calles vacías y carámbanos amenazantes colgando de los tejados. A pesar de todo, nunca ha sido un problema para Sus Majestades que no vienen en trineos, sino en grandes camellos del desierto. Son los Reyes Magos y con la magia todo lo pueden. Surcan los cielos a la velocidad de la luz para que por la mañana tanto niños como mayores se muestren emocionados al ver en sus zapatos el regalo deseado.
En la calidez de los hogares, junto a la chimenea, comienzan los preparativos para esa noche: el cuenco de agua para los camellos; turrones y mazapanes para los Magos y las tres copas de vino dulce, una por cada rey. Carlos, de siete años, con los cordones desatados corre nervioso a poner sus botas bajo el árbol y Mikel, de tres, va de un lado a otro pidiendo a gritos, con su lengua de trapo, que las suyas también. Jaime, de quince, está más reflexivo. Algo se cuece en su mente que, con la misma ilusión de cuando era niño, confía en que los Reyes lo hagan realidad. Ya ha escrito su carta pidiéndoselo. Claro que la ha echado él mismo en el buzón de correos, más que nada, por ayudar a que no se pierda.
Ahora, el semblante del muchacho resplandece como el cometa que guía a los Reyes Magos en su largo recorrido desde Oriente. Piensa en Laura. Cursan cuarto de Secundaria en el instituto de Los Herrán. Están en la misma clase. Desde el primer día que la vio se quedó prendado de ella, pero su timidez le impedía acercarse. Además, siempre iba con dos bulliciosas amigas. En los descansos, corrían a agruparse como si temieran quedarse un segundo a solas. Él, mientras, ocultaba su soledad en la biblioteca como un empollón. Laura es ligera, de ojos claros y formas suaves, con un punto de coquetería que le divierte. Tiene un hoyito en el mentón muy simpático. Repite el gesto de colocarse la melena por delante como si quisiera cubrir sus pechos desarrollados. A veces lleva auriculares. Lo que daría por saber la clase de música que escucha.
Un día, vio que estaba sola y la esperó a la salida. Tenía buena vibra y emocionado, caminó a la par que ella. Le habló de la casualidad de ir los dos por el mismo camino. Laura se detuvo en seco y lo miró incrédula. Hasta entonces no había cruzado más de dos monosílabos con ese chico al que tenía catalogado como el solitario con gafas. Jaime sintió que el aire del atardecer le refrescaba las ideas y, en vez de cortarse, la invitó a un café cercano. Para su sorpresa, ella aceptó con una sonrisa. Lo de la sonrisa se lo imaginó, pues los dos iban con mascarillas. En la única mesa que quedaba libre, sentados ante dos kalimotxos, hablaron y hablaron, ya sin disimulos, con la franqueza de dos jóvenes ansiosos por conocerse. Un mechón de su pelo liso se le cruzó por la cara, ella sopló para quitárselo, no lo consiguió. Entonces Jaime se lo retiró. Laura le rozó la mano un momento antes de que volviera a su lugar. Para él era su primera conquista y ese roce hizo latir su corazón enamorado, tanto, que el joven espigado, de pelo rojizo y ojos color avellana, pensó que su encuentro iba a acabar en romance. Al darse los dos besos rutinarios de despedida, algo dijo ella que rompió la magia:
—¡Qué tarde tan estupenda hemos pasado, Jaime! Gracias por invitarme. ¡Chao!
Él se sintió un iluso, pero tragó saliva, recurrió a todas sus reservas de coraje y le propuso: «Podíamos quedar de vez en cuando, si te parece». No pasó mucho tiempo cuando en el mismo bar ruidoso, con la gente separada en grupos de cuatro como marcaba la normativa anti covid, se sorprendieron mirándose a los ojos durante un momento tan especial que el mundo que los rodeaba se desvaneció. Fue cuando Laura le cogió la mano y salieron de la cafetería como una pareja más.
Ahora, se está poniendo nervioso. Constata la hora por enésima vez. Son casi las doce. Marca su número en el móvil y aguarda con el corazón en la garganta.
—No te habrás olvidado de escribir la carta a los Reyes, ¿verdad?
—Pues claro que no, tonto.
—¿Y qué les has pedido si no es un secreto?
—La colonia de Armani, el último móvil de Apple y unas botas muy chulas. ¿Y tú?
—Una bici nueva de carreras y luego…, ellos verán si quieren dejarme algo más.
Las ventanas encendidas de las casas, reflejan la actividad festiva de sus interiores. Es el fulgor de la noche que pronto apagará las luces y reinará el silencio porque quedan pocas horas para que el milagro de la magia se cumpla un año más. Los Reyes sorprenden con sus regalos cuando todos están dormidos. Entonces la ciudad parece flotar en un espacio sin tiempo en el que algunos, entre sueños, llegan a oír los ruidos de los camellos.
A la mañana siguiente, la cara de Jaime es una muestra cómica de apacible picardía. Los Reyes saben de la sensibilidad de cada uno y mientras a los peques les han dejado sus juguetes preferidos, a él le han traído una experiencia inolvidable. En sus zapatos está la carta que Laura les ha escrito. Emocionado lee: «Pido a Sus Majestades que Jaime y yo podamos sellar este día con la magia de vivir nuestra primera experiencia de amor» Es el mismo deseo que ha manifestado él en la suya, solo que Laura se expresa de una manera tan fina que le saca los colores recordar sus palabras escritas.
Qué bonito, por favor!!!
ResponderEliminarUna muy buena y oportuna declaración de amor.
ResponderEliminarBesos.
Lindo relato . Feliz dia de reyes
ResponderEliminarSi es que lo que no puedan los Reyes Magos... Papá Noel no lo habría sabido hacer.
ResponderEliminarPrecioso relato.
Felices Reyes también para ti.
Un abrazo
Es precioso tu relato. Felicidades. Que pases buen día de reyes. Te deseo un año 2022 muy feliz. Que en todo te vaya bien. Mucha salud.
ResponderEliminarAbrazos.
La adolescencia. Qué rápido pasa para no volver. Me ha gustado tu historia, Pilar. Un abrazo.
ResponderEliminar¡Hola, Pilar! Si es que lo realmente importante jamás puede comprarse con dinero ni medirse ni calcularse. Es el amor, la amistad, las ilusiones... Todo ello es lo que nos remueve por dentro para siempre. Una preciosa carta de amor, vía reyes magos. Un abrazo!!
ResponderEliminarQué lindo relato, evocador... uno retrocede a ese momento en el tiempo cuando la juventud descubre el amor. Saludos.
ResponderEliminarTienen una gran paciencia lo reyes; por mal que hable de ellos siempre me traen cosas.
ResponderEliminarNo hay mejor regalo que los sentimientos. Y qué bonito lo has contado. Me has emocionado, Pilar! Felicidades por tan bellísimas relato. Un abrazo!
ResponderEliminarPero qué bonito! Me hizo soñar, estar allí, sentir lo que ellos sentían. También me sentí niña. Hermoso, hermoso de verdad, gracias!
ResponderEliminarYo creo que Jaime lo soñó...pero claro ¡vaya usted a saber!
ResponderEliminarque buena entrada eres muy bella
ResponderEliminarQué ternura de entrada, muy hermosa, para alegrar el día, gracias por ello, un abrazo bien grande
ResponderEliminar👏👏que buen regalo!!!
ResponderEliminarEspero que a ella le hayan dejado el recíproco, aunque sea más tosco.
Bueno queda él comenzó la historia, así que tambien tiene su mérito.
De tres cuartos al final, la lectura se precipita sin quererlo a una velocidad vertiginosa, anticipando averiguar cuál es el regalo.
Emocionante y sensible y lo más difícil, sencillo.
Abrazo