26 febrero 2022

Los carámbanos

En aquel pueblo, los carámbanos colgaban de los tejados. Eran seres esbeltos, firmes y duros como un cristal de cuarzo. Entonces, el día lucía espléndido y un sol radiante iluminaba cada rincón del pueblo. Los témpanos expuestos al sol se hacían trasparentes y, durante un instante, se mostraban hermosos, brillaban como diamantes. Pero cómo proteger lo fugaz bajo el sol. Enseguida empezaban a derretirse. Su vida era tan efímera que gruesas lágrimas resbalaban por su cuerpo y, tras un momento de indecisión, se precipitaban al suelo. 

No te puedes enamorar de lo que tan rápidamente desaparece y te deja el vacío de la ausencia. A no ser que ames tan rápido y con tanta intensidad que logres aprehender su esencia. Como cuando de niña subí al Cerrillo para captar el arcoíris. Abrí el gran botón del bolso del abrigo y logré que se metiera en él. Lo cerré con él dentro y, aunque no lo abría para que no se escapase, lo palpaba por fuera. Sentía un calor en la mano que me hacía saber que seguía allí. 

En las zonas umbrías la sombra se atrincheraba y los carámbanos perduraban. Terribles témpanos de hielo afilados como cuchillos. No, estos no me gustaban, me atemorizaban. Me encandilaba lo fugaz, como aquel amor de verano en las fiestas del pueblo, disfrutar de una puesta de sol y el magnífico espectáculo de colores en diferentes rojos que se produce en el cielo o la incomparable felicidad de la sonrisa de un niño. ¡Qué pronto se diluyen, se desdibujan y desaparecen! Pero aprendí que la vida era eso, instantes pasajeros vividos plenamente que permanecen como experiencias eternas. 

22 febrero 2022

Reseña de El baile de las locas



Autora: Victoria Mas
Editorial: Salamandra
Género: Narrativa
Páginas: 235











Ya no son esposas, madres o adolescentes, ya no son mujeres a las que se mira y se tiene en cuenta, ya nunca serán mujeres a las que se ama o desea. Son enfermas. Locas. (pág. 20)

El baile de las locas nos presenta un grupo de mujeres muy especiales, únicas, con aspiraciones y sueños que fueron truncados por las ideas dominantes de la época en la que nacieron.

 La autora, Victoria Mas, se ha basado en un hecho histórico para recrear la vida real del hospital psiquiátrico Saltpêtrière en el París de 1885. Dirigido por el doctor Charcot, reputado neurólogo sin escrúpulos, estudiaba la histeria experimentando con las locas a las que orgulloso mostraba en público en sus sesiones de hipnosis. 

 En la novela, el pabellón de las histéricas está formado por un grupo de mujeres que, por diferentes circunstancias de la vida, se las consideró enfermas mentales, histéricas o epilépticas. También encontramos mujeres que había que ocultar, que eran una vergüenza para el apellido que portaban o la reputación familiar y el padre o el tutor decidía internarlas. Mujeres que eran olvidadas para siempre. Jamás se volvería a pronunciar su nombre en la familia. Jamás se salía de La Saltpêtrière.

 En el hospital se celebraba cada año, a Media Cuaresma, El baile de las locas. Es el hilo conductor de la novela que abarca un periodo de dieciséis días centrados en marzo de 1885. Los días previos al evento hay mucho ajetreo en La Saltpêtrière. Todas las internas se involucran en los preparativos del baile y en la elección de su disfraz. Lo que para ellas es un divertimento que les saca de la vida rutinaria, para los burgueses de París que acuden invitados no es más que una atracción de feria. 

 Los personajes femeninos están muy bien logrados y realmente consigues empatizar con ellos. Entre esas mujeres destacan tres: 
Eugénie, una joven inteligente, con inquietudes y ganas de aprender; pero lo tiene prohibido por el hecho de ser mujer. Todo ello sí lo puede hacer su hermano porque es varón. Eugénie tiene, además, un secreto que, al descubrirse, su propio padre la arrastrará al psiquiátrico para proteger el apellido familiar. Eugénie va a ser el elemento de unión entre la trama hospitalaria y la que se desencadena con su llegada. Una historia contada de manera entrañable y preciosa que deberá descubrir el lector. Sin la unión de estas dos partes la novela quedaría incompleta. A mí me sorprendió realmente y no pude menos que reconocer el mérito de la autora. 
Louise es una joven alegre, ingenua, que sueña con su libertad fuera del hospital. Detrás de todo ello se esconde una chica con grandes traumas ocasionados por lo que sufrió en su adolescencia. La familia se la quitó de encima tildándola de loca. A través de ella conocemos los métodos experimentales de Charcot a los que fueron sometidas tantas y tantas mujeres. Al leerlo se te encoge el alma. 
La tercera protagonista indiscutible, Geneviève, la “Veterana” encargada de las enfermas. Es el personaje que más recorrido tiene en la novela. Su auténtica religión es la ciencia y siente veneración por el doctor Charcot. A medida que avanzamos en la lectura descubrimos que sus férreos principios se van resquebrajando. Se vuelve más vulnerable, más humana. Y abre una puerta al futuro esperanzador de Eugenie sin importarle el precio que tiene que pagar por ello. 

A pesar de ser una historia llena de mujeres maravillosas, pero con vidas muy duras y situaciones extremas, “El baile de las locas” se lee con facilidad. Está escrito con sutileza. El ritmo lento contrasta con el estilo narrativo de la autora que consigue meternos de lleno en ese hospital y hacernos sentir el ambiente que allí se vive. Nos atrapa con la historia y para nada se regodea en el morbo más allá de conocer a estas mujeres y el drama que las rodea. El desenlace me ha gustado mucho y el epílogo es de una ternura que llega a emocionar. Mujeres entrañables que se van a quedar con nosotros tiempo después de haber cerrado el libro.

13 febrero 2022

El obispo enamorado

Érase una vez un obispo que vivía en un palacio. Vestía túnica hasta los talones color amaranto, un solideo del mismo tono y llevaba una cruz colgada sobre el pecho. 

Una mañana entró en la catedral por la puerta de la sacristía para recoger un pequeño libro de meditaciones que había dejado sobre el altar. Casualmente, levantó la vista hacia la nave central y sus ojos se encontraron con los de una joven que, sentada en un banco, le miraba fijamente. Ella no bajó la vista, simplemente se levantó y con elegancia femenina, recorrió el pasillo hacia la puerta de salida. 

Él se quedó absorto durante un tiempo. Algo que hasta entonces se había mantenido en reposo se estaba rebelando en su interior y comenzaba a desasosegarlo. Parecía que la fortaleza que había construido en torno a sí mismo para ser un digno merecedor de su cargo, y vestir un día la sotana blanca de treinta y tres botones, los zapatos rojos y el anillo del pescador, estaba a punto de resquebrajarse ante una mujer. 

Por eso, rezaba con más fervor que nunca, pero sus pensamientos de manera involuntaria volaban hacia la joven. A su edad adulta, era la primera vez que se sentía incapaz de controlar su pensar. Aquel desorden le causaba fatiga, malestar y acritud con los demás. Pasaba como flotando por los asuntos de su vida diaria. Hiciera lo que hiciera, su cabeza estaba dando vueltas a lo mismo. Se sorprendía y a la vez le aterraba sentir deseos de verla entrar de nuevo en la catedral. Su gran temor era que se desvaneciera sin dejar rastro. Solo suponerlo le hacía temblar de miedo. No podía conciliar el sueño. 

Pronto trascendió su lucha interior a todo su entorno. Un monaguillo había sorprendido al sacerdote quedarse callado observando fijamente las puertas abiertas de la catedral mientras oficiaba. Otro lo había visto salir corriendo del altar de la Santa Patrona como sombra que se lleva el diablo. Entre ellos hacían señales moviendo el dedo índice en la sien. La rectitud del obispo era conocida en toda la diócesis y estos hechos sirvieron para que muchos, de manera maliciosa, interpretasen su virtud como mera arrogancia. 

Se acercó a la imagen de la Virgen, la Madre de Dios, a la que tenía devoción desde niño y cayó de rodillas implorando piedad. Cuál no fue su pavor cuando en la misma cara de la Virgen se le superpuso la de la joven que lo miraba. Su universo quedó reducido a los dos y ella le daba la espalda con aquel andar tan elegante como seguro. El obispo se cubrió el rostro con las manos y rompió a llorar. Allí estuvo largo rato con un llanto que le recorría el cuerpo con leves sacudidas. 

Comprendió que el rezo y la reflexión interior no le hacían bien. Decidió apartarse durante un tiempo de sus obligaciones y tomarse unas vacaciones, viajar, dispersarse, cambiar de rutinas. 

Optó por aislarse unos días en las montañas de su tierra que tan bien conocía. La naturaleza, sabia, le trascendía a lo espiritual. La luz del sol iluminaba el bosque. Nunca antes había vislumbrado el bosque con tanta intensidad. Se abrazó a un roble de una manera casi sensual. El verde brillante de los árboles, la fragancia de la lluvia, la elegancia del ciervo o la majestuosidad del águila adquirían una forma colorida y alegre que le hablaba de amor. El amor a la creación y el amor puro del enamorado.

Ese era el nombre que siempre había sabido y se resistía a pronunciar. No era una esclavitud enamorarse y mucho menos un acto impuro. Por primera vez se dio cuenta de que no renunciaba a sus creencias y principios, sino que dentro de ellos había una puerta cerrada para él y una fuerza superior se la había abierto. El universo creado por el Dios en el que creía era amplio, sin trabas contradictorias, con principios claros. 
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