"Olvidamos que el ciclo del agua y el ciclo de la vida son uno mismo".
Jacques Cousteau
#DíaMundialdelAgua
La escasez del agua en esa zona de cerros y terreno de secano era algo habitual, sobre todo en los meses de verano, pero el año de «la gran sequía» con toda la tierra agrietada no tuvo parangón. El sol asomaba todos los días tras El Cerrillo como un globo incandescente flotando en un mar azul del que no caía ni una gota. Los habitantes del lugar, se protegían de los rayos abrasadores escondidos en la oscuridad de sus casas de adobe que se mezclaban con el color de la tierra. La fuente del pueblo empezó a manar gota a gota, las mujeres hacían enormes colas con sus cántaros a lo largo del día intentando no desperdiciar ni una sola, hasta que un día se agotó. El arroyo hacía tiempo que era un camino pedregoso, los pozos también se secaron, empezó una sangría migratoria entre los habitantes y los pocos que quedaron clamaban al cielo. Para atraer la lluvia, las rogativas, con todo el pueblo rezando, no tuvieron el efecto esperado, y renegaron del santo al que encerraron en su urna para siempre, por impostor.
Una vez a la semana, el señor Anastasio enganchaba la mula al carro y, con parsimonia, recorría los seis kilómetros de distancia hasta el río Pisuerga. Era un día de algarabía en el que las jóvenes aprovechaban para meterse en el agua y disfrutar de la vida. Al atardecer, todas volvían con los baldes de ropa lavada a la vez que traían los cántaros llenos para racionar hasta la última gota.
El joven Antonio, de pelo alborotado, desaliñado y sucio, pero de confiado mirar, trajo la noticia de que en la finca del marqués, que lindaba con el peñascoso monte del pueblo, el agua corría a borbotones porque él los había escuchado tras la tapia. Subido a la misma había visto, a lo lejos, el inmenso jardín del caserón del señor marqués con los rosales florecidos y las casitas de los peones con geranios en las ventanas. Tan lejos como su vista alcanzaba se extendían los trigales salpicados de amapolas.
Con barba crecida, boinas raídas y terrosos pantalones de pana, algunos descalzos y otros con alpargatas agujereadas, se reunieron en torno a la fuente seca de la plaza. El tío Anastasio, el más anciano de todos, comentó que recordaba de niño haber oído durante la guerra, que el señor marqués de entonces incorporó la fuente que nunca se secaba del pueblo, a su terreno. Lo hacía ̶̶̶̶ dijo ̶ para que el agua nunca nos faltara, que los tiempos eran muy convulsos y así la fuente estaría mejor cuidada.
A la finca del señor marqués se acercaron para tratar con el capataz, pero este, negándose a hablar con palurdos y muertos de hambre, envió a sus vigilantes que, con látigo en mano y seguidos de sus perros, los cosieron a latigazos y mordidas hasta bien entrados en el pueblo.
Cuando un grupo apesadumbrado, con las garras del hambre royéndoles las entrañas, bajaba del cementerio en el que habían enterrado al pequeño de Manuela, Teresa, enérgica y voluntariosa, con lágrimas contenidas, les espetó:
̶ ¿No viene el marqués todos los veranos al terminar de recoger la cosecha para ajustar las cuentas de su finca con el capataz?
Por la polvareda del camino supieron que el marqués con su séquito se acercaba, intentaron detener la comitiva. Los caballeros que la guiaban hicieron restallar sus látigos. Ellos soportaron los golpes cerrando el paso. Al oír los gritos de sus hombres, el marqués asomó la cabeza por la ventanilla de su carruaje y al ver que el grupo estaba formado por mujeres y hombres maltrechos y sin armas, con su voz aflautada dio a los suyos la orden de alto. Teresa, con la cara rasgada por un latigazo, se dirigió a él pidiendo ser escuchados. El joven señor marqués, que no podía soportar la severidad de los rayos del sol cayendo en vertical sobre su sombrero de ala ancha, le dijo, sin ocultar su impaciencia, que no era lugar ni momento, que a tres de ellos los esperaba al día siguiente en la sala de recepción del marquesado.
Allí se presentaron Teresa, Antonio y el tío Anastasio. Con la austeridad de palabra que le caracterizaba, Anastasio le expuso al señor marqués que tenía dentro de su finca una fuente que no le pertenecía. El bisabuelo del marqués había comprometido su palabra de mantener saneada dicha fuente del pueblo para que a los ciudadanos no les faltara el agua. El joven marqués, cansado de tanta habladuría que no le interesaba, manifestó que pediría a su abogado que lo consultara.
El viejo abogado de la familia no tuvo nada que consultar porque bien sabía de la existencia de documentos sellados y firmados que confirmaban todo lo que el viejo del pueblo había hablado. La fuente era del pueblo, pero era la mejor en todo el marquesado y si la perdían saldrían muy perjudicados. Propuso que la fuente quedara en terreno neutral y que el agua fuera compartida, era lo más razonable por los muchos años que la habían cuidado.
Los del pueblo lo celebraron con la dignidad y ese espíritu del compartir que los caracterizaba, porque sabiéndose dueños de todo nada tenían y ahora compartiéndola, podrían disponer de la mitad. Esa noche nadie del pueblo durmió o si lo hicieron fue para soñar con fuentes donde apagar la sed que los secaba, y su mente dio paso al ciclo de la vida y del agua.