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Mostrando entradas de junio, 2014

El loco de la casa gris

La primera vez que se subió a una bici, Laia empezó a pedalear manteniendo el equilibrio para no caerse sin ningún tipo de ayuda. Engatusaba a los gatos para quemarles los bigotes, los perros huían de ella y terminó por aparentar que le eran indiferentes. No tenía miedo a las alturas a pesar de los golpetazos que se había dado en sus vuelos sin red. En la oscuridad mantenía los ojos bien abiertos y los oídos atentos al menor ruido. Anochecía cuando salió de casa con cautela. En compañía de su amigo Raúl, se dirigió a la casona que por su estado desvencijado parecía estar abandonada. La circundaba un jardín invadido por la maleza y los árboles eran tan altos que apenas asomaba el tejado de pizarra. Las arpías de la vecindad decían que vivían en ella dos hermanos, uno de ellos estaba loco, por lo que el otro lo tenía encadenado. Con sigilo la rodearon y decidieron meterse por debajo de la alambrada en la zona que el muro estaba en ruinas. A Raúl le pareció peligrosa la aventura y retr

El amante absorbente

Kandinsky En cuanto lo vi me enamoró, era el perfecto compañero con el que una puede soñar en compartir su vida. De irresistible belleza y tacto suave te satisface en todo. Solidario él, te ayuda a estar más cerca de los tuyos, a capturar esos momentos irrepetibles que vives con ellos, a vivir experiencias jamás soñadas, a viajar a lo largo y ancho del mundo y a contar con millones de amigos. Es todo un caballero y empequeñece a todos los que había conocido hasta ahora. A cambio, te quiere con él las 24 horas del día y por supuesto que no compartas ni un minuto de tu tiempo fuera de él. Sí, es absorbente, absorbente y celoso. Me tenía obnubilada y a su lado viví una pasión desenfrenada hasta que empecé a añorar  la tranquilidad de mi vida anterior. El día que se agotó la batería se hizo el silencio.

El desayuno del abuelo y las sorpresas de google

El olor del pan recién tostado impregnaba el ambiente y se mezclaba con el del café. Aromas inconfundibles que me llevaban a disfrutar de un desayuno en buena compañía. Al acercarme ya oía el tintineo que producía el abuelo al remover el azúcar ¡Siempre el vaso de agua con azúcar del abuelo! Hoy el arroyo esconde su alegre rumor bajo el paseo enlosado, los plátanos que lo bordean alargan las ramas para abrazarse por su ausencia y la higuera protege a sus higos entre sus hojas de lija y tristeza porque ya nadie se ocupará de ella. Por todo el valle se escucha la pena inmensa del tañido de las campanas con el vaivén desconsolado del que las balancea. Tras el visillo de la ventana se refuerza con melancolía la luz agónica del día que nos deja. El olvido es imposible mientras en un lugar exista un tintineo metálico sobre un vaso de cristal. Los cerezos en flor allá donde me los encuentre me dirán que está preparando la malla para protegerlos de los pájaros y así poder regalarnos un ces