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Mostrando entradas de octubre, 2012

Encuentro en el tren

Con los primeros albores del día, el tren sale escrupulosamente puntual. Aquí y allá asientos vacíos y los que van ocupados parecen robots inclinados sobre sus tabletas o sus móviles de alta gama. ¡Cómo ha cambiado el tren en este país! Piensa la todavía joven señora. En su recuerdo quedan los trenes cubiertos de hollín serpenteando pesadamente con su ruido de traqueteo y fuertes silbidos cuyo eco se propagaba por los montes cercanos. Se asumían las largas paradas sin pedir información y los grandes retrasos eran algo habitual. Iban cargados de gente sin sitio para sentarse. Había bullicio y conversaciones cruzadas en voz alta entre conocidos y desconocidos. En cada parada se reubicaban de nuevo, excepto los que ya habían pillado asiento, que no se movían por aquello de que quién fue a Sevilla perdió su silla, aunque los listones de los mugrientos bancos de madera les dejaran marcadas sus descansadas posaderas. Por las ventanillas se apelotonaba la gente para despedir a los suyos

En busca de trabajo y de futuro. Emigración

En este país de vaivenes pendulares rápidamente cambiamos el chip, preparamos la maleta y nos vestimos el traje de emigrante. Tal vez el péndulo esté insertado en el corazón de la naturaleza de este pueblo como  algo que se lleva grabado a sangre y fuego en la cadena genética. Cuando vienen mal dadas, para regresar al punto de partida, se abre en nuestra mente social la puerta de la emigración como única salida en la vida. Quizá sólo así se logre encontrar el camino de vuelta a casa.  Nació en primavera al comienzo de la posguerra española. Era un momento de ilusión y de esperanza en el porvenir una vez terminada la guerra. Desconocían lo larga y brutal que les sería esa etapa.  Manuel a los 12 años empezó a ir al campo con su padre. Así aprendió la dureza de este trabajo cuando, soportando las inclemencias del tiempo, no se contaba con más recursos que la fuerza física y un par de mulas.  La escuela pasó a un segundo plano y acudía cuando las faenas del campo se lo permitían.

El Afilador

La crisis agudiza el ingenio y está haciendo aflorar oficios que creíamos desparecidos. Por la zona donde vivo unas amas de casa han bajado la máquina de coser que tenían en casa a una lonja y hacen todo tipo de arreglos, la ropa ya no se tira como antes, se reutiliza. Un zapatero remendón se ha colocado en un pequeño bajo de un portal y desde fuera, a través del cristal, se le puede ver encorvado sustituyendo las viejas tapas y suelas de los zapatos. Estos días ha recorrido las calles de la zona un silbido característico que desempolvaba recuerdos de infancia, era el chiflo de un afilador.  Al despertar aquellos días, el sol incidía en la tapia de enfrente y un sonido repetitivo y machacón que enfilaba la calle se iba acercando hasta parar bajo mi ventana. Era el inconfundible sonido del chiflo del afilador con el que no paraba de dibujar en el aire en ambas direcciones su tonalidad. A esto le seguía su incansable voz: “el afilaooooor” “se afilan cuchillos, navajas, tijeras,…” “Seño