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Mostrando entradas de febrero, 2017

Amantes

En la sombra del lecho las amantes Desnudas se cimbrean abrazadas Fragancias de diamantes impregnadas Transparencias de anhelos excitantes. Ceñidos corazones palpitantes Ruborosas furias descontroladas Cabalgan con ansias desesperadas Ardientes aventuras delirantes. Sin límite marcado ni frontera A ritmo volcánico en sintonía Fogoso mar de placer erizado. Impetuosa noche ávida y fiera A la estrella que tranquila dormía Un placentero grito ha despertado. © María Pilar

La larga espera

Son las doce. Miro tras la ventana. La plaza solitaria se envuelve en sombras. La noche languidece desde que la crisis obligó a cambiar la iluminación de las farolas. También yo bajo la luz de la lámpara de sobremesa, lo justo para que me acompañe en esta espera. Miro el móvil. El whatsapp anterior no lo ha visto. Llamo. El sonido se pierde como un eco repetitivo hasta desaparecer. Cojo un libro. No me entero de lo que leo. Cuento los minutos… Las 12 y media. ¡Qué larga se hace la espera! La una. Tiemblan los cristales de la ventana. El viento del norte sopla con fuerza. Con estruendo ha desgajado varias ramas de los castaños de indias. Y ella. ¿Dónde está ella? En mis pensamientos la tensión arrecia. Es tan peligrosa la noche para una joven. Tal vez ha perdido el móvil o se lo han robado. ¿Y si algún desconocido la tiene en sus manos? Si lo está pasando mal, si está sufriendo y no tiene quién la ayude. Un minuto, un segundo puede ser clave. Tengo que hacer algo. Busco los teléfonos

Las mentiras del espejo

Hicham Berrada Tenía 13 años y estaba rellenita, no, gorda, esa es la verdad. «Vaca gorda», decía el último mensaje anónimo. Me sentía culpable. ¿Por qué? Pues por todo: por comer, por no ser perfecta... Creía que si adelgazaba me iban a querer. Empecé a dejar de comer. Comenzó mi suplicio. Hablaba lo justo. Ni eso. Buscaba la soledad y me molestaba que alguien interfiriera en mis cosas. Como mi madre que entraba en mi cuarto con cualquier excusa:«Te hago esto, te apetece aquello». Yo le rogaba/exigía: ¡Vete y déjame en paz! Aprendí a mentir. A mis padres de manera compulsiva. Cuando me obligaban a comer me metía los dedos para devolver y los kilos bajaban. Y pensaba que era yo la que controlaba mi vida. Ilusa. Entré en una espiral de miedo y autodestrucción que me introdujo en un mundo paralelo sin lazos de conexión con la realidad. El monstruo que me dominaba me seguía con la mirada, escuchaba su respirar: Demasiado gorda . ¡Qué impotencia de vida! Sin meta, sin final, sin esper