Son las doce. Miro tras la ventana. La plaza solitaria se envuelve en sombras. La noche languidece desde que la crisis obligó a cambiar la iluminación de las farolas. También yo bajo la luz de la lámpara de sobremesa, lo justo para que me acompañe en esta espera.
Miro el móvil. El whatsapp anterior no lo ha visto. Llamo. El sonido se pierde como un eco repetitivo hasta desaparecer. Cojo un libro. No me entero de lo que leo. Cuento los minutos… Las 12 y media. ¡Qué larga se hace la espera!
La una. Tiemblan los cristales de la ventana. El viento del norte sopla con fuerza. Con estruendo ha desgajado varias ramas de los castaños de indias. Y ella. ¿Dónde está ella? En mis pensamientos la tensión arrecia. Es tan peligrosa la noche para una joven. Tal vez ha perdido el móvil o se lo han robado. ¿Y si algún desconocido la tiene en sus manos? Si lo está pasando mal, si está sufriendo y no tiene quién la ayude. Un minuto, un segundo puede ser clave. Tengo que hacer algo. Busco los teléfonos de las amigas. Alguna me responde. Casualidad, no ha salido y la he sacado de un dulce sueño…
Son las dos cuando oigo el ascensor. Pego el oído a la puerta. Cuando llegue disimularé, no le gusta que esté tan pendiente de ella. Se para en el piso de abajo. Alguien sale y abre con llave la puerta de su casa. Espero a que siga subiendo. El silencio es la respuesta. Me siento en el sofá con el corazón en un puño. Pongo la tele, hago zapping... El aguanieve racheada pega en los cristales con fuerza.
Suenan las tres en el reloj de la vecina. No puedo parar quieta. Salgo al balcón. El frío me hiela. Voy a entrar cuando me da un vuelco el corazón. Una joven sola ha entrado en mi campo visual. Por su apariencia puede ser ella. Pasa de largo y se pierde en la noche. Entro furiosa. Cuando la tenga delante me va a oír. Se enfadará conmigo, no me importa. Tengo que acabar con este sinvivir. Si la dejo salir mal, si no la dejo peor. ¿Y si llamo al 112? Con la que está cayendo los de emergencias tendrán una noche movidita. Me dirán que es mayor de edad… El ascensor de nuevo... Ha parado aquí. Oigo pasos. Miro por la mirilla. Enciende la luz del pasillo... el vecino de enfrente.
No puedo estar sentada. Me dirá que en la discoteca no oye el teléfono. Si al menos supiera… Le he dicho que no venga sola… A veces ha venido porque las demás preferían quedarse más tiempo. No, no me gusta que haga eso. Me envuelvo en la manta del sofá y salgo de nuevo al balcón. Me escuecen los ojos de mirar tan fijamente la bocacalle por donde creo que ha de aparecer. Algunas sombras solitarias, nocturnas, somnolientas, pasan y después nada. La humedad y el frío me han atrapado, estoy tiritando.
El reloj implacable marca las cuatro menos cuarto. Empiezo a toser. Lo que me faltaba. Me tumbo en el sofá. Envuelta en un edredón entraré en calor… Me despierto sobresaltada. ¿Qué hora es? Las cinco y media. Me levanto. Me acerco a su cuarto y… ¡está en la cama!
Miro el móvil. El whatsapp anterior no lo ha visto. Llamo. El sonido se pierde como un eco repetitivo hasta desaparecer. Cojo un libro. No me entero de lo que leo. Cuento los minutos… Las 12 y media. ¡Qué larga se hace la espera!
La una. Tiemblan los cristales de la ventana. El viento del norte sopla con fuerza. Con estruendo ha desgajado varias ramas de los castaños de indias. Y ella. ¿Dónde está ella? En mis pensamientos la tensión arrecia. Es tan peligrosa la noche para una joven. Tal vez ha perdido el móvil o se lo han robado. ¿Y si algún desconocido la tiene en sus manos? Si lo está pasando mal, si está sufriendo y no tiene quién la ayude. Un minuto, un segundo puede ser clave. Tengo que hacer algo. Busco los teléfonos de las amigas. Alguna me responde. Casualidad, no ha salido y la he sacado de un dulce sueño…
Son las dos cuando oigo el ascensor. Pego el oído a la puerta. Cuando llegue disimularé, no le gusta que esté tan pendiente de ella. Se para en el piso de abajo. Alguien sale y abre con llave la puerta de su casa. Espero a que siga subiendo. El silencio es la respuesta. Me siento en el sofá con el corazón en un puño. Pongo la tele, hago zapping... El aguanieve racheada pega en los cristales con fuerza.
Suenan las tres en el reloj de la vecina. No puedo parar quieta. Salgo al balcón. El frío me hiela. Voy a entrar cuando me da un vuelco el corazón. Una joven sola ha entrado en mi campo visual. Por su apariencia puede ser ella. Pasa de largo y se pierde en la noche. Entro furiosa. Cuando la tenga delante me va a oír. Se enfadará conmigo, no me importa. Tengo que acabar con este sinvivir. Si la dejo salir mal, si no la dejo peor. ¿Y si llamo al 112? Con la que está cayendo los de emergencias tendrán una noche movidita. Me dirán que es mayor de edad… El ascensor de nuevo... Ha parado aquí. Oigo pasos. Miro por la mirilla. Enciende la luz del pasillo... el vecino de enfrente.
No puedo estar sentada. Me dirá que en la discoteca no oye el teléfono. Si al menos supiera… Le he dicho que no venga sola… A veces ha venido porque las demás preferían quedarse más tiempo. No, no me gusta que haga eso. Me envuelvo en la manta del sofá y salgo de nuevo al balcón. Me escuecen los ojos de mirar tan fijamente la bocacalle por donde creo que ha de aparecer. Algunas sombras solitarias, nocturnas, somnolientas, pasan y después nada. La humedad y el frío me han atrapado, estoy tiritando.
El reloj implacable marca las cuatro menos cuarto. Empiezo a toser. Lo que me faltaba. Me tumbo en el sofá. Envuelta en un edredón entraré en calor… Me despierto sobresaltada. ¿Qué hora es? Las cinco y media. Me levanto. Me acerco a su cuarto y… ¡está en la cama!
Soy madre de dos mujeres, pero hoy me has retrasado el reloj y me has hecho sufrir. Ese es el merito de un relato, crear tensión y sorprender con un final inesperado o repentino. Genial. Un abrazo
ResponderEliminarGracias por estar siempre ahí Ester. Lo he escrito con el sentimiento de madre y con ese sentimiento tú lo has captado. Me alegro.
EliminarInmenso abrazo.
Un buen relato sobre la espera de una madre, sobre la angustia que puede invadirla.
ResponderEliminar¿Sabes? Me ha recordado mucho a uno similar que yo tengo en «Linaje oscuro», titulado «Las noches de una madre», aunque en el mío la cosa acaba de otra forma.
Un abrazo muy grande
No conozco "Las noches de una madre", pero ahora que me has puesto este comentario creo que ya va siendo hora que lea ti "Linaje oscuro". ¡Hace tanto que está esperando!
EliminarInmenso abrazo, Isabel.
Hola María Pilar. Joooooooooooo, qué tensión más tensa. No soy madre y no sé de esos nervios esperando a los hijos, pero hoy, con tu texto, me he dado cuenta de lo que sufren las madres. Realmente tiene mucha tensión el escrito. Después de la mala noche que pasa la pobre madre, cuando se da cuenta la hija ya está en la cama. Vaya sufrimiento. Enhorabuena. Buenisimo.
ResponderEliminarAbrazos
Pilar, tu relato es tremendamente real, amiga...Tengo una hija de 17 años y a veces sufro esperándola, menos mal que no vuelve tarde aún y mi sufrimiento no pasa de las 10 0 10.30 de la noche...Te felicito por ese final feliz que nos regalas... a pesar de todo.
ResponderEliminarMi abrazo y mi cariño.
Las madres esperando..... cuantos relatos se podrian hacer!!!!
ResponderEliminarGrato leerte
Cariños
Un excelente relato,si las habré pasado ahora son mis hijas las que viven eso,de generación en generación,abrazos
ResponderEliminarUff, menos mal que los tengo a los dos en casa ;)
ResponderEliminarMuy bueno
Uy pobre pero eso es el amor. Te mando un b eso y te me cuidas
ResponderEliminarQué bien has transmitido la antustia de una madre esperando a su hija. Iba a decir "de una madre preocupona", cuando en realidad es una madre cualquiera. Qué tranquilo me has dejado al final.
ResponderEliminarMuy bueno.
Un abrazo.
Esas esperas...hay que dejar vivir!
ResponderEliminarBesos.
¡¡¡QUE ANGUSTIA Y DESAZÓN!!!
ResponderEliminarHOY EN DÍA ES UN AUTÉNTCO GALIMATÍAS LOS PELIGROS QUE PADECEN NUESTRO JÓVENES.
COMO SIEMPRE ES UN PLACER LEER TANTA COSA BONITA Y A ESTE RITMO TAN BIEN ESCRITO.
ABRAZOS Y BESINES.
Muy cierto a veces los minutos se convierten en la espera en horas...
ResponderEliminarUn abrazo.
Así sucede en todas las familias.
ResponderEliminarEse miedo angustioso y descorazonador.
Al final se acepta el riesgo.
Hay que vivir.
Besos.
¡Qué difícil es ser madre de una adolescente! Sino lo sabré yo, que me han tocado noches en vela y cuando la sentía abrir la puerta, me iba a la cocina con el "ay! Justo llegás? Cómo te fue?" y aparentaba tener sed... Mientras observaba en qué estado llegaba.... Ufffffffffff
ResponderEliminarBesos