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Mostrando las entradas etiquetadas como #Villamediana

Las Fiestas de Villamediana

̶ Por fin llegan los días más esperados del año. ̶ ¿Navidad? ¿Pero qué dices? Si estamos en agosto. ̶ ¡Hablo de las fiestas! Cómo se nota que no tienes pueblo, tú que tanto hablas de turismo rural y de lo que te gustan los pueblos con encanto. Mira, no te preocupes, te vienes conmigo a Villamediana que en las fiestas de mi pueblo lo vas a encontrar. Desde que se ha publicado en la página del ayuntamiento el programa; el whatsapp, los móviles, el fijo o “el boca a boca” están que echan humo transmitiendo la noticia. No necesito recurrir al tópico de que son de las mejores, porque lo son y a ver quién es el guapo que se atreve a decir lo contrario. Se extienden del 22 al 26 de agosto y no están dedicadas a ningún santo en concreto porque el pueblo no tiene, pero tiene un Beato Francisco que hace las veces; minucias sin importancia porque de lo que se trata es de celebrar lo que conocemos como LAS FIESTAS DEL PUEBLO. Todos reservamos esos días aunque estemos en la playa, en la mon

Días grises amenazantes

Día gris amenazante. Se siente la presencia del Sr. Clima Invernal que hoy se ha despertado tras un periodo primaveral y deambula por el entorno. Desde el amanecer, está preparando sus brochas para pintar la ciudad. Hoy ha elegido su color favorito, el gris; la neblina se pega a los cristales y parece querer inundarnos la casa. El mal tiempo exterior acompañado de un gran silencio en esta destemplada mañana, nos invita a permanecer en casa. Afortunadamente es sábado y podemos quedarnos. De niña no recuerdo días grises.  Allá donde vivía juraría que no había. Frío sí y mucho, pero siempre teníamos ganas de salir a la calle, sobre todo cuando el cielo se desplomaba y lo uniformaba todo cubriéndolo de nieve. Los caminos los hacía la gente a base de pisadas. Fuera de estas veredas las huellas de algún gorrión sobre la nieve quedaban borradas por la silueta de un niño que divertido se tumbaba en la nieve.  Aquí y allá se oía el rasgar de las palas con las que los vecinos limpiaban las

Los años se le escapaban por la sonrisa

Caras Inut —Te estás sonriendo. —¡Ah! eres tú. No te había visto. —Claro, estabas tan atenta mirando a tus nietos por la ventana. Es bonito verlos a todos juntos ¿verdad? Lo que tú siempre hiciste con nosotros ahora el mayor ha cogido el testigo y lo ha logrado con ellos. - ... La relación con ella siempre era fácil porque era inteligente, intuitiva y conciliadora. Y sobre todo fue una buena madre. Le gustaba verse rodeada de familia y estar al servicio de los demás. Viendo con qué entusiasmo nos contaba historias de cuando vivió en Burgos de joven, creo que fue el tiempo más feliz de su vida. Sabía escuchar y tenía una sonrisa preciosa que le iluminaba la cara. Cuando alguna cosa le sorprendía gratamente o le hacía gracia se reía hasta brotarle las lágrimas y no podía parar de reír cuando quería contárnoslo. Como esa vez que iba con Román en el coche por la calle principal de la ciudad y de repente él paró el coche y le dijo: "Espera un momento". Por la ventanilla d

La tormenta

La tormenta no esperó al anochecer para enseñarnos sus cuchillos. Los primeros nos sorprendieron antes de salir del pueblo. La estrecha carretera por la que íbamos se desdibujaba por momentos al ritmo de los limpiaparabrisas que braceaban sobre el cristal sin dar a basto. También nosotros intentábamos dominar nuestros miedos sin conseguirlo. En la vega éramos un coche a merced de la tormenta, el paisaje real se desvanecía y los cielos se abrían llameando fuego acompañado de un ruido infernal. La lluvia arreciaba y el coche seguía moviéndose sin clara orientación. La negrura de la noche envuelta en lluvia torrencial se rasgaba con más rapidez ante la fuerza de los rayos y truenos que caían por doquier. El alma de los relámpagos se filtraba en el interior del coche creando una atmósfera de pesadilla. Se nos tragó la voz. © María Pilar 

La caza del jabalí

Al final la curiosidad de aquella niña superó sus miedos y se acercó a la plaza. Tenía apenas seis años, dos largas trenzas, vestido estampado y calcetines cortos. Quería ver con sus propios ojos lo que constituía la gran noticia que como un rayo había irrumpido en la monotonía del discurrir de la vida del pueblo. Encogió su pequeña figura como un gazapo y logró ver entre las piernas de algunos señores, que formaban un corro, al enorme jabalí que habían cazado. Olía a animal salvaje y a caza.  A medida que iban llegando el corro se abría para hacer hueco a los nuevos. Observaban al animal con gestos sorprendidos, como la prueba de una gran proeza. Después se dirigían con admiración al héroe del día. Este sonreía y reconocía que cualquiera lo hubiera hecho si la suerte le hubiera venido de cara. A juicio de los entendidos era la mayor fiera que se había visto en la zona desde tiempos inmemoriales. La emoción estallaba en medio del silencio. El sol incidía sobre la mancha rojiza en e

El espantapájaros

¡El espantapájaros! Recuerdos de infancia, aplausos infantiles, miradas temerosas. Los lugareños cachiporra en mano, hartos de que los intrusos visitantes alados les devorasen las frutas, decidieron declararles la guerra y no cejar hasta acabar con ellos o que pactasen una retirada en desbandada. El revoloteo, gorjeo y trinos, exasperaba aún más a los del bastón que enfurecidos arreciaban contra las alegres aves cantarinas. Éstas, cual imán, se sentían atraídas más y más por las rojas y carnosas cerezas. Reunidos en asamblea pequeños gorriones, negros tordos, coloridos petirrojos, cantarines canarios, camuflados mirlos y vencejos revoloteando, decidieron copiar el mimetismo del lugar y pasar desapercibidos ante el ojo humano. Con la tranquilidad y el silencio, los lugareños dormitaban la siesta, lo que era aprovechado por las ágiles y astutas aves para hacerse con el fruto. Al límite de su paciencia, los hombres crearon, cual dioses supremos, un ser a su imagen y semejanza, un ser

Los quinquilleros

Caras Ionut Llegaban envueltos en una nube de polvo que levantaban sus pesadas carretas y al son de un tintineo que producían todos los objetos metálicos que colgaban en los laterales. —¡Ya están aquí los quinquilleros!—decían en el pueblo. Una columna de humo nos indicaba dónde se asentaban. Los chicos los mirábamos semiescondidos desde la distancia. Desprendían olor a humo, y los niños iban descalzos. Eran diferentes. Entre ellos y nosotros se establecía una barrera de incomunicación. Las mujeres vestían faldas largas de colores y llevaban puesto un pañuelo en la cabeza dejando ver por detrás sus largas melenas. Eran jóvenes y muy guapas, con grandes ojos negros y unos pendientes muy largos. Con la carga de algún bebé a sus espaldas iban por las casas para que les dieran utensilios de metal, porcelana o loza para arreglar. Lo más curioso es que ponían unas grapas enormes en los platos rotos de cerámica o loza y no se les resquebrajaban. Un año se desgajó una pareja del gran

El madrileño en el pueblo

Allí estaba, como un pasmarote larguirucho y estirado con su ropa nueva de verano y sus sandalias relucientes. Todo él parecía salido de la plancha. Ni un solo pelo se le movía de lo engominado que iba. Desde la acera de enfrente nos vigilaba y escuchaba lo que hablábamos. Al principio no le dimos importancia. La carretera era la línea divisoria y así seguimos con nuestros juegos y nuestra vida en la calle. No teníamos nada que ver con él. Vestidos con la ropa heredada de algún hermano mayor, con los rasponazos en las piernas, las zapatillas de color indefinido y sobre todo alegres y curtidos por el sol, lo nuestro era la vida de la calle. A pesar del acuerdo tácito de la carretera, la relación hostil se fue fraguando entre las dos aceras hasta que un día le oímos hablar por primera vez: ¡Paletos! ¡Paletos!  Su desfachatez nos enconó. Edu no tardó en escupir lo que nos pareció el peor insulto: ¡Madrileño! Y toda la panda, que éramos Edu, Luisito y yo, al grito de ¡Madrileño! nos

El monstruo

de Almoharín "No tuve más remedio que meterme en la cama. Y me acosté. Pero tomé la precaución de dejar abiertos los postigos, porque no hay nada más hermoso que ver una estrella sorprendida y fija dentro de un marco. Una. Las demás hay que olvidarlas." (García Lorca) Cuando leía este texto en la enciclopedia de primaria, admiraba a Lorca; lo admiraba y lo envidiaba. Él tenía su estrella. Yo también sabía que en mi cachito de cielo había muchas estrellas y una brillaba más que las otras y titilaba como si me hablase, pero agachaba la cabeza porque no me atrevía a contemplarla. Me parecía que la noche nunca dormía y siempre había algo que se movía en su oscuridad: ojos que me observaban o manos que se alargaban para atraparme El mayor monstruo para mí era la enorme luna de octubre. Y me acuerdo que era octubre por coincidir con mi cumpleaños. La luna carirredonda clareaba la higuera que estaba enfrente de mi casa, se colaba por la ventana de mi habitación y proyectaba

Un abecedario de 1898

El abecedario que estaba haciendo la abuela de la entrada que colgué:  “Ocurrió en el año 1898” ,es auténtico. Yo lo descubrí 100 años después. Seguramente fue algo que se valoró en su momento y por eso se conservó. Posteriormente, su dueña sería costurera y lo enrolló para utilizarlo como acerico. Pero un día, con el descuido con el que se pierden las cosas más normales, desaparecería de su sitio sin dejar rastro; o la que desapareció fue la dueña y el acerico se quedó en el fondo del costurero cuando ya nadie lo usaba. Así, los alfileres pudieron dejar su huella oxidada que hoy nos muestra.  Años más tarde, alguien hizo grandes cambios en la casa y volvió a abrir ese costurero. Salvó lo que era salvable y tiró o fue quemando lo inservible. Este abecedario, de color indefinido cuando yo lo encontré, lleno de manchas y hecho un rebujo, fue a parar, junto a troncos y otros papeles, a un cesto que había en la pequeña cocina de la casa vieja para calentar la estufa. Por suerte, los du

Calle del Obispo Almaraz

“Al instante se propagó la trágica noticia del desastre y las primeras autoridades de la provincia se personaron en Villamediana […] El Sr. Obispo de la Diócesis D. Enrique Almaraz y Santos, que en el mismo día primero había salido para Asturias, comunicó por medio de una sentida carta la amargura de que se hallaba poseído por tan grande calamidad […] Se abrió una suscripción nacional y toda la prensa hizo un llamamiento para allegar recursos” (D. Valentín Alonso en el Libro de Difuntos nº 7 de la Parroquia) ¿Llegó esa ayuda? La conflictividad social en el país era un hecho generalizado con el lema de “Trabajo y Pan”. Toda España se enfrentaba esos días a la subida del precio del trigo y al hambre. Además, la recaudación de impuestos especiales para mantener la guerra de Cuba —El Gobierno envió ese año a la isla 200.000 hombres en armas— gravaba sobre todo a las clases más bajas. No era posible que saliera una ayuda de donde no había. Fue el 18 de agosto de 1898 cuando el Obisp

La comida del Obispo

Acabada la ceremonia religiosa, se dirigieron al banquete con el que los del pueblo le agradecían su presencia y él gustoso se dejaba agasajar. Al entrar, los envolvió un aroma cálido mezcla de los ramos de romero y flores silvestres estratégicamente colocados y de las abundantes viandas que tan apetecibles lucían en la mesa con sus manteles de lino bordados. Las autoridades del pueblo, con la inseguridad que les daba el no saber de protocolo, estaban pendientes de la actitud del Sr. Obispo con los jugos gástricos alterados ante la visión de tan apetitosos manjares. Campechano y con la tez tersa de los que disfrutan de una abundante alimentación diaria, se sentó en la presidencia haciéndoles un gesto amistoso para que lo acompañaran. Bendijo la mesa y poniéndose la servilleta al cuello sobre la que flotaba su abundante papada, echó mano de un cangrejo tan sudoroso y rojo como él y, dejando un reguero sobre el mantel, lo sorbió ruidosamente para que ni una gota de la salsa se le

Turismo rural

—Me voy al pueblo a pasar unos días de vacaciones. —¿A qué pueblo? —me pregunta mi amiga Amaia  —¿A qué pueblo? Al mío, al de siempre.  —La diferencia es que si vas a tu pueblo es gratis y si haces Turismo Rural vas a un pueblo que no es el tuyo pagando una pasta. Además, no vale cualquier pueblo, tiene que ser un pueblo con encanto que son los que aparecen en la Guía de Pueblos con Encanto.  —¿…?  —A estos pueblos se va por una carretera con tantos baches y curvas que no ves el momento de llegar. Lo siguiente es alojarse en una casa con encanto adornada con muchas vasijas y ristras de ajos, que no tiene tele, ni radio, ni microondas. Eso sí, tienen mosquitos trompeteros que te dejan como un Ferrero Rocher con varicela.  —¡Amaia!  —¡Calla!, que luego te das cuenta de que los del pueblo tienen parabólica, jacuzzi, internet y portero automático. Tu casa no tiene portero automático, pero tiene una llave que pesa medio kilo. También puedes elegir vivir con los dueños. ¡Estupendo! Tú vas de

Puesta de sol camino de Villamediana

El viernes por la tarde dejamos la ciudad de Vitoria fría, gris y lluviosa y nos encaminamos al pueblo de Villamediana, Palencia. Pasada La Brújula, un derroche de luz y color parece incendiar el ambiente. Nos dirigimos hacia esa luz de poniente, deslumbrante y espléndida que tanto agradecemos. El cielo está teñido de rojo y fuego, y algunas nubes algodonosas que a esta misma hora pasean, lucen sus mejores galas entre rosas y violetas. Los pueblos, con sus tejados rojos y jaspeados, se arropan en torno a la iglesia de piedra de sillería y campanario. Al abrigo de los vientos fríos de esta época, complacientes, se dejan acariciar por el cálido sol del atardecer. Los campos cubiertos de un manto verde transmiten un olor a humedad y frescor que nos renueva. La silueta de las altas sierras se recorta perfectamente con los rastros de nieve aún sin deshacer y por su cima, los molinos de viento trabajan airosos y competitivos a la vez que nos saludan levantando los brazos.  Los ríos A

El encuentro con la encina seca

Todos los años son fieles a su cita en torno al tronco seco de una encina centenaria que se yergue en la planicie del monte, mientras espera convertirse en humus forestal.  Entre tanto, proporciona hogar a insectos, hongos y otros organismos a los que, con la generosidad que la caracteriza, alimenta. No está muerta, no todavía, porque es una explosión de vida.  Luchó por sobrevivir frente a las inclemencias del tiempo. El paso de las fragosas embestidas le dejaron huellas debido a las heridas que le ocasionaron y que tuvo que restañar.  Con la fuerza vital de su naturaleza, siguió dándolo todo: sombra, refugio y referencia. Hoy es un símbolo, el resto que queda de lo que fue un antiguo encinar. Se mantiene, aunque seca por dentro y por fuera, erguida y valiente, a pesar de la hendidura que la atraviesa, mostrando el mal que tanto la dañó. Por ese gran desgarro que la aqueja en su lomo rugoso, podemos suponer que  un rayo, envidioso y cruel, fue el que la hirió de muerte. Sigu