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Un abecedario de 1898


El abecedario que estaba haciendo la abuela de la entrada que colgué: “Ocurrió en el año 1898” ,es auténtico. Yo lo descubrí 100 años después. Seguramente fue algo que se valoró en su momento y por eso se conservó. Posteriormente, su dueña sería costurera y lo enrolló para utilizarlo como acerico. Pero un día, con el descuido con el que se pierden las cosas más normales, desaparecería de su sitio sin dejar rastro; o la que desapareció fue la dueña y el acerico se quedó en el fondo del costurero cuando ya nadie lo usaba. Así, los alfileres pudieron dejar su huella oxidada que hoy nos muestra. 

Años más tarde, alguien hizo grandes cambios en la casa y volvió a abrir ese costurero. Salvó lo que era salvable y tiró o fue quemando lo inservible. Este abecedario, de color indefinido cuando yo lo encontré, lleno de manchas y hecho un rebujo, fue a parar, junto a troncos y otros papeles, a un cesto que había en la pequeña cocina de la casa vieja para calentar la estufa. Por suerte, los dueños cambiaron de vivienda antes del invierno para irse a vivir a una casa moderna, más acorde con los nuevos tiempos. El cesto con su contenido fue cubriéndose con el polvo que lo uniformó todo y lo protegió a lo largo del tiempo. 

Allí lo encontré y lo rescaté aquel verano que entré en esa casa antigua, en la que había nacido. En cuanto puse un pie en la entrada, el asfixiante olor a cerrado me invadió la nariz. Sentí la amenaza del estornudo. Todo dormía en el más absoluto de los silencios. Las lágrimas de emoción y sentimiento que corrían por las paredes, por el encierro al que la habían sometido, se trocaron en lágrimas de risas en cuanto la luz del sol entró al abrir la puerta. Conmovía ver cómo una pátina de polvo la había sellado por dentro justo en el momento que fue abandonada y todo permanecía tocado con la magia de un largo sueño. Bastó mi presencia para que despertara y empezó la vida tantos años olvidada. Me dio horas para explorar y horas para encerrarme con los recuerdos que compartíamos.

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