Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de 2021

Drama familiar en Navidad

Sobre las seis de la tarde, Raúl llegó a la casa de sus padres para celebrar la Nochebuena en familia. El joven parecía desenvuelto y muy feliz. Al entrar, el olor a hogar lo devolvió a su infancia. El lechazo ya estaba en el horno adquiriendo el tostado crujiente tan rico y él llevaba un buen vino para acompañarlo. La madre, al verlo, se secó las manos en el delantal y lo abrazó emocionada. Era su niño, aunque Raúl ya había cumplido los treinta y cinco.   Durante la cena, a la madre no le pasó desapercibido que, a veces, su hijo estaba como ausente. Sintió en su interior una vaga sensación de alarma. Al cabo de un rato, Raúl entraba en la conversación con ellos, reía con esa risa tan franca que lo caracterizaba y ella se alegraba. Pero en el fondo, le quedaba un runrún de preocupación. Secretamente, tenía miedo a que su hijo se fuera alejando más y más de ella. Todos sabemos cómo es una madre posesiva ante un hijo único. Todos sabemos lo que un hijo puede llegar a hacer para gana

Se armó el belén

En el belén no había guirnaldas ni espumillón navideño, pero sí una estrella de purpurina que flotaba en un cielo estrellado. Su misión era la de guiar a los Reyes Magos hasta el portal porque los camellos jorobados que los traían no sabían el camino. Uno, dos, tres. Eran tres los camellos jorobados con sus correspondientes magos.    El Niño Jesús, en pañales, temblaba de frío sobre la paja del pesebre. La Virgen, su madre, estaba sentada al lado en una dura banqueta de madera y nunca se cansaba de mirarlo.    Cuando los pastores vieron a un ángel en un árbol empezaron a hacer gestos como si fueran a desmayarse, no lograban explicarse qué era aquello. Las ovejas, mientras, seguían pastando en el musgo que todavía estaba fresco.    La joven lavandera, arrodillada sobre una piedra, lavaba la ropa en las aguas heladas del río. Desde lo alto, el soldado, que tenía que vigilar los accesos al tenebroso castillo del rey Herodes, no vigilaba nada. Tan solo tenía ojos para la lavandera.  Se hab

Reseña de Casas Vacías de Brenda Navarro

El 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, establecido por la ONU en 1981 para concienciar y prevenir la violencia física, sexual, psicológica y económica que se perpetua contra mujeres y niñas todos los días. La fecha coincide con el asesinato de las hermanas Mirabal, quienes realizaban activismo político en República Dominicana .      FICHA TÉCNICA Título: Casa vacías Autor : Brenda Navarro Idioma: Español Editorial: Kaja Negra, marzo 2018 Género : Novela Páginas: 164 La portada de la editorial Kaja Negra es muy simbólica. Los gorriones están posados en los cables, todos menos uno. Una mano lo ha cogido. Mientras, un paraguas rojo, abierto, rueda por el suelo. Es el de la mujer que se llevó al niño.   Casas vacías es la primera novela de Brenda Navarro. Un libro desgarrador que trata muchos temas. Demasiados, creo, para tan solo 164 páginas. Me quedo con los dos más importantes:  los desaparecidos y la maternidad.

Para Elisa

Proyecto Bradbury:  «Durante un año escribe un cuento corto cada semana. No es posible escribir 52 cuentos malos consecutivos». (7) Éramos niñas y estábamos a un paso de comernos el mundo.  Un día, en la puerta del colegio, alguien entregó a mi amiga Elisa una tarjeta: «Adelgaza sin dejar de comer». Un nuevo médico endocrino se había instalado en Vitoria.     A Elisa le recetaron una sola pastilla que tenía que tomar antes de las doce horas siguientes, de lo contrario, perdería su eficacia. Y surtió efecto. Perdió dos kilos, después ocho… Al principio, estaba feliz. Y eso que cada vez tenía más hambre y comía más que nunca. Se fue quedando muy flaca. Cayó enferma. No quería ver a nadie.   Decía sentir el movimiento de la serpiente que crecía en su interior. Esto le producía tal repugnancia que devolvía sin parar y el dolor intestinal le era insoportable. El tratamiento de bulimia no funcionó, siguió empeorando. El dolor y la frustración hicieron mella en ella. La tristeza se posó en su

En el camino de regreso

Proyecto Bradbury:  «Durante un año escribe un cuento corto cada semana. No es posible escribir 52 cuentos malos consecutivos». (6)  En la basta cocina, la anciana se calienta ante los leños encendidos. Los resplandores del hogar danzan por todo el espacio en un juego de luz y tinieblas. Su cara llamea con el fuego. Con las manos artríticas sostiene el cuenco humeante de leche en el que flotan los trozos de pan. Sorbe tenaz con la boca sin dientes y se limpia el rebosar del líquido por la barbilla con la punta del delantal.   De repente, las llamaradas del fogón se silencian. Solo se oye el sonido de unas pisadas que se acercan. La anciana observa una sombra en la ventana, la está espiando. No la estremece. Es alguien a quien hace tiempo espera.  —Mucho has tardado —le dice con voz resuelta —En un santiamén estoy lista. Mientras, puedes calentarte al fuego y servirte sopa del puchero que borbotea.  De lgada y encorvada, con pañuelo negro, madreñas y toquilla, se echa un cuévano a la e

Cumpleaños de mi blog

Proyecto Bradbury:  «Durante un año escribe un cuento corto cada semana. No es posible escribir 52 cuentos malos consecutivos». (5)   Para mis amigos blogueros:   Nací en un lugar de España que hoy ya no existe, no al menos como yo lo recuerdo. Pero es en ese recuerdo donde nace mi fuente de inspiración para escribir.   Puedo decir que en mi infancia me acunaron con cuentos. Crecí escuchando historias relatadas con el tono justo, un susurro de voz cuando el tema lo requería, el énfasis en la palabra adecuada. Era la voz de mi padre con sus narraciones viajeras, reales o fantásticas. Sucesos dramáticos almibarados de ingenio y siempre con final feliz. Me fascinaban esas aventuras en las que él, normalmente, era el protagonista y salía airoso. Pronto empecé a inventar mis propias historias. Se las contaba a otros niños y me escuchaban  fascinados.   Mi madre me compró el primer cuento. La portada era brillante y muy colorida: un bosque luminoso y un cervatillo tumbado. Me encantó. Tení

Una vida sostenida en el tiempo

Proyecto Bradbury:  «Durante un año escribe un cuento corto cada semana. No es posible escribir 52 cuentos malos consecutivos». (4)  Me afanaba en comprender el mundo, pero el mundo se me resistía. Eran momentos en los que, a tontas y a locas, deshojaba la margarita. ¡Cuántas margaritas sacrificadas inútilmente! Cuando dejé de intentarlo, me di cuenta de que mi mundo se había recolocado solo. Como un puzzle, todas las piezas encajaban en un paisaje perfecto, con sus matices, como a mí me gusta.  Por fin, él y yo nos habíamos encontrado. Era un mundo con volumen y textura. Estimulaba los sentidos. Descubrí un derroche de olores, el frío viento del norte, la sensación de amplitud de los espacios abiertos. Risas y jolgorio. Besos y abrazos reconfortantes que calaban muy dentro. Cerramos los postigos y bajo una luz velada nos atrapó la felicidad.   Casi sin darnos cuenta nos llegó la noche. Al levantarme, encorvada y con pasos lentos, choqué con la mesilla, di un traspié con la esquina de

El pastor del Gorbea

«Durante un año escribe un cuento corto cada semana. No es posible escribir 52 cuentos malos consecutivos». (6)  —¡Qué frío! —dijo la joven que tomaba una cerveza en una terraza.   —No hay derecho —se quejó su acompañante—. En pleno agosto y congelándonos.   —¡Qué nos vendrá en invierno! —añadió el tercero.   Vieron que se acercaba el pastor del Gorbea y muy enfadados fueron a por él. ¡Había fallado en los pronósticos aposta!   Él, retorciendo la txapela entre las manos, les decía que el monte no le había hablado. Pero nadie le hacía caso. Dolido decidió subir hasta la cima para preguntarle:   —¿Por qué no me avisaste? ¿Acaso no ves lo agresivos que están conmigo? Si no llego a zafarme de ellos me habrían pateado.  El monte se agitó y el pastor emocionado oyó de nuevo la voz ronca y profunda que salía de las entrañas de la tierra:   —Mi silencio es la mejor respuesta a tus preguntas. ¡Escúchalo! —Quizás, los tintos  de más me están ofuscando la mente —confesó avergonzado el pastor

La vecina

Proyecto Bradbury:  «Durante un año escribe un cuento corto cada semana. No es posible escribir 52 cuentos malos consecutivos». (3) La mujer que está asomada a la ventana envidia la vida  de sus vecinos. En el patio de la planta baja, trabajan sin descanso ante su atenta mirada. Él canturrea mientras parte la leña con un hacha. El invierno es muy crudo en el pueblo y va apilando un buen montón de troncos para calentarse. Ella lava ropa en una pila con agua helada. Tiene las manos agrietadas. Mira a su marido y ante el coraje de este sonríe. Moriría si le faltara. A veces, le gustaría darle un abrazo, así, sin más. Se reprime por esos ojos de arpía siempre tras la ventana. Por eso, ante la mirada persistente de la vecina, se le ocurre poner una cuerda cruzando el patio de lado a lado, para tender las sábanas. Así tienen algo de intimidad.    La vecina enfurecida saca un palo de escoba y retira las sábanas. El hombre, enérgico, agarra el palo y ella lo insulta y forcejea con sus manos ar

El joven librero

Proyecto Bradbury:  «Durante un año escribe un cuento corto cada semana. No es posible escribir 52 cuentos malos consecutivos». (2) Miró a su mujer como si fuera la primera vez que la veía. Tras un momento de perplejidad, le preguntó titubeando, con desasosiego:   —¿Y tú, quién eres?   —Soy aquella joven apasionada por la pintura. El amarillo era mi color, por eso pintaba girasoles como Van Gogh. La que sentía predilección por los atardeceres otoñales y las puestas de sol sobre el pantano. La que te contaba historias, de noche, cuando tendidos de espaldas contemplábamos el cielo estrellado. Esa que no quería joyas y se puso una luciérnaga de anillo que producía en mi dedo destellos de luz. La que se despertaba a tu lado echa un ovillo porque tenía pesadillas. La adolescente con trenzas que compraba libros a un joven librero que vestía traje azul.   —Vaya —le contestó él—. Ha sido verte y sentir como si lleváramos toda la vida juntos.    «Es cuestión de tiempo que coree mi nombre de nue

Intemperie

Proyecto Bradbury:  «Durante un año escribe un cuento corto cada semana. No es posible escribir 52 cuentos malos consecutivos». (1)  Era un mediodía del mes de agosto. Acompañaba a mi hermana mayor a la botica que estaba en otro pueblo, a cuatro kilómetros. En el camino nos topamos con Perico, el burro del vecino, atado por el ronzal a una piedra. Con cautela nos lo llevamos.   «Móntate. Yo te ayudo», dijo mi hermana. Me lanzó con tanta fuerza que fui a caer al otro lado. «No creo que sea tan difícil. ¡Agárrate a la crin!», insistió. «¡Venga, arriba!» Me agarré fuerte, pero Perico, con un trote desmañado, acabó conmigo en el suelo.   Entonces, con la cabeza gacha y las patas esparrancadas, se negó a dar un paso más. Desesperadas con aquel asno, bajo los ardientes rayos del sol, nuestros pies se arrastraban pesados levantando el polvo del sendero. El campo alrededor, hasta donde la vista nos alcanzaba, se veía encendido de luz, sin una brizna de sombra. En el momento que bajábamos l

Un pueblo para volver

El tiempo de pandemia se ha ido deslizando con desesperante lentitud. Por fin, con la pauta completa de la vacuna, la idea de volver al lugar en el que nací me entusiasmaba a la vez que sentía nervios. Siempre produce impresión el encontrarte con personas a las que no has visto desde hace mucho tiempo.   El pueblo es como uno de esos barcos amarrados entre suaves lomas, con esa luz especial que tanto añoramos los que vivimos en el norte del país. En compañía de Ana Mary, el hilo que me mantiene apegada a mis orígenes, recorremos el amplio y solitario paseo sombreado con plátanos y nos metemos en las viejas calles de la infancia. Mi vista las transita libremente confrontando recuerdos con la impresión de que la vida discurre como siempre, inalterada. La brisa nos trae aromas de plantas aromáticas y escuchamos el canto del hermoso pavo real en un jardín antes de pasar por la casa de los pájaros. De repente, algunos cambios me conectan con la modernidad del momento. Llamo modernidad a l

Cómo aprendí a andar en bici

En días de tiempo sin tiempo por la pandemia, recojo la alegría y el bullicio de otros momentos inmensos. Son bonitos recuerdos de una época que dibuja sonrisas, mientras tejíamos sueños. Yo era una niña y, en aquella sociedad rural a la que pertenecía, se esperaba que me comportase como tal con mis zapatitos nuevos y vestido de domingo. ¿De dónde me venía la fuerza para saltarme las normas con el riesgo de acarrear consecuencias? Era así, rebelde sin causa y no me arrepiento. No eran hazañas que quedaran reseñadas en las crónicas del pueblo. De todas formas, me encanta esa niña traviesa de siete años, sin ella no hubiera llegado a la mujer que soy hoy.    Ahora recuerdo con una mezcla de asombro y melancolía mi primer paseo en bici. Era un día de verano muy soleado. Mi primo, tres años mayor que yo, la había dejado junto a la última casa del pueblo. Era nueva, de color rojo y sin la barra que diferenciaba la de chico. Seguramente no la quería acercar al pilón para que no se la manch

No me ocurre nada

El pequeño David clava los ojos en el techo con desasosiego. Cada vez soporta menos estas broncas constantes que le llegan por las noches de la habitación de sus padres. Sabe que están nerviosos y cuando la gente está nerviosa grita y dice cosas raras. Cosas que a él le producen angustia.   El espejo de su cuarto le devuelve la imagen de un niño pálido, asustado. Con los dedos se pellizca las mejillas, pero no consigue enrojecerlas. Está cabreado con sus padres, también consigo mismo. Para ellos es un cero a la izquierda. Él se siente una mierda. Porque si fuera valiente subiría y les diría cuatro cosas bien dichas. Para que aprendiesen. Pero sigue apalancado al lado de su cama, mirando al techo, como si pudiera traspasarlo y atisbar lo que sucede arriba. Con lo que escucha hace su composición del lugar. Ahora, llevan unos minutos en silencio.    Mamá empieza, otra vez, con su voz compungida, y acusatoria: «Revolviendo en mi armario he encontrado una caja con las notas que me dejaba

Celia la aventurera (Cuento)

 Aquella noche, con dos años, fui corriendo a despertar al abuelo. Encendió la lamparita y me vio junto a su cama. No daba crédito.   —¿Qué haces aquí, pequeña? ¡Vete a dormir!   —Están los Gremlins, y me asustan.   —¿Los Guemlis? —El abuelo no pronuncia bien algunas palabras y yo se las enseño. Pero esa noche no tenía tiempo.  —¡Ya voy! —Se levantó con su pijama de rayas azules y se puso las pantuflas.   Cogida de su mano, ya no tenía miedo. El abuelo es mi héroe y los héroes tienen superpoderes. Al llegar a mi cuarto, con su voz grave, les echó una bronca de cuidado.  —¡Ja, ja, ja! Mira cómo corren —le dije.  —Estos ya no vuelven —afirmó él.  —Seguro —contesté feliz.   Ahora que soy mayor, cuando me lleva al colegio, me protege mientras voy caminando por encima de la valla. Sabe que me estoy entrenando para volar como una superheroína y hacer aterrizajes dignos del circo en el que él trabajó. El abuelo dice que ser en la vida lo que uno quiere es la base de la felicidad.  Por eso,