Aitor salía del área de descanso Ruta de Europa donde había parado para comer cuando le entró una llamada en el móvil. Al ver el prefijo de Francia tuvo un mal presentimiento. Dejó que sonara. Se cerró el anorak y corrió hasta el camión para protegerse del temporal de viento y frío de noviembre. Con las manos heladas conectó el motor y salió huyendo dirección Madrid.
Volvió a sonar.
Estaba ahí. Podía sentirlo. Podía olerlo. El olor del miedo
—¡Qué hostias pasa, tío! ¿Por qué no contestas?—La voz firme y autoritaria que le llegaba del otro lado de los Pirineos le confirmó lo que intuía: "el Burua".
Intentó ocultar tras la suya la debilidad nerviosa que sentía:
—¿Quién coño eres?
—Mira Ortzi, a mí no me vaciles. Tenemos un trabajo para ti. Tú no estás fichado y hay que ejecutarlo en Francia el 20 de noviembre.
Ortzi —pensó— el seudónimo que muy pocos conocían.
Rememoró su época de estudiante con grandes ideales. Las manifestaciones y los enfrentamientos con la policía, las carreras ahogándose entre botes de humo y las agresiones brutales. Un profesor lo reclutó para luchar por la independencia. Les comentó que necesitaban gente en Francia donde la banda se estaba reorganizando. Una noche, ateridos de frío y sin despedirse de los suyos, cinco amigos cruzaron la frontera. ¿Cuántas veces actuaron? Con eso carga su conciencia. Entre rejas conoció a Maite cuando su única compañía eran los fantasmas de sus muertos. Ahora se ganaba la vida honradamente como transportista, se había casado y pronto iba a tener un hijo.
—Yo ya no pertenezco a la banda.
—No me hagas reír. Aquí se está en primera fila o en la retaguardia, pero se está.
—Hace cinco años quedaron las cuentas saldadas con vosotros. Prometisteis dejarme en paz si no me iba de la lengua. Y yo he cumplido.
—¿Prefieres que hagamos una visita a Maite?
—A mi mujer, ni nombrarla.
Llamó a la empresa para coger días libres y a Maite:
—Una ruta por Europa… Sí, una semana… Imposible, no he podido negarme.
Entraba en el bar Lagunekin de Baiona cuando los vio. Eran los dos de la foto aunque no vistieran uniforme. Acarició la Browning calibre 9 mm. en el bolso de la chamarra. Llevaba el martillo montado. Los tenía a tiro, sacar la pistola, dos tiros: ¡pum!, ¡pum! y… Retrocedió.
Negoció la venta del camión.
—¿Eres tú, Aitor? ¡Qué raro que me llames a estas horas!
—Maitia, cómo me alegra escuchar tu voz, tu alegría... si te pasara algo...Escúchame... Esta vez mis fantasmas son reales... No hables con nadie. Saca todo el dinero que puedas y coge el tren a Portugal… Estaré en la estación de Guardia esperándote. Contaré los minutos comiéndome las uñas. La ansiedad me enloquece… Sabes cómo te quiero… Desconecta el móvil.
© María Pilar
Volvió a sonar.
Estaba ahí. Podía sentirlo. Podía olerlo. El olor del miedo
—¡Qué hostias pasa, tío! ¿Por qué no contestas?—La voz firme y autoritaria que le llegaba del otro lado de los Pirineos le confirmó lo que intuía: "el Burua".
Intentó ocultar tras la suya la debilidad nerviosa que sentía:
—¿Quién coño eres?
—Mira Ortzi, a mí no me vaciles. Tenemos un trabajo para ti. Tú no estás fichado y hay que ejecutarlo en Francia el 20 de noviembre.
Ortzi —pensó— el seudónimo que muy pocos conocían.
Rememoró su época de estudiante con grandes ideales. Las manifestaciones y los enfrentamientos con la policía, las carreras ahogándose entre botes de humo y las agresiones brutales. Un profesor lo reclutó para luchar por la independencia. Les comentó que necesitaban gente en Francia donde la banda se estaba reorganizando. Una noche, ateridos de frío y sin despedirse de los suyos, cinco amigos cruzaron la frontera. ¿Cuántas veces actuaron? Con eso carga su conciencia. Entre rejas conoció a Maite cuando su única compañía eran los fantasmas de sus muertos. Ahora se ganaba la vida honradamente como transportista, se había casado y pronto iba a tener un hijo.
—Yo ya no pertenezco a la banda.
—No me hagas reír. Aquí se está en primera fila o en la retaguardia, pero se está.
—Hace cinco años quedaron las cuentas saldadas con vosotros. Prometisteis dejarme en paz si no me iba de la lengua. Y yo he cumplido.
—¿Prefieres que hagamos una visita a Maite?
—A mi mujer, ni nombrarla.
Llamó a la empresa para coger días libres y a Maite:
—Una ruta por Europa… Sí, una semana… Imposible, no he podido negarme.
Entraba en el bar Lagunekin de Baiona cuando los vio. Eran los dos de la foto aunque no vistieran uniforme. Acarició la Browning calibre 9 mm. en el bolso de la chamarra. Llevaba el martillo montado. Los tenía a tiro, sacar la pistola, dos tiros: ¡pum!, ¡pum! y… Retrocedió.
Negoció la venta del camión.
—¿Eres tú, Aitor? ¡Qué raro que me llames a estas horas!
—Maitia, cómo me alegra escuchar tu voz, tu alegría... si te pasara algo...Escúchame... Esta vez mis fantasmas son reales... No hables con nadie. Saca todo el dinero que puedas y coge el tren a Portugal… Estaré en la estación de Guardia esperándote. Contaré los minutos comiéndome las uñas. La ansiedad me enloquece… Sabes cómo te quiero… Desconecta el móvil.
© María Pilar