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Mostrando entradas de noviembre, 2013

La soledad de las personas mayores

Resiste con sus artríticos sonidos esa escalera de la que hoy se ha adueñado el fantasma de la soledad. Nerea, subiendo peldaño a peldaño hasta el 3.º piso en el que vive sola, la equipara con el fluir de su vida y su memoria. En los momentos que afloran sentimientos dolorosos ocultos entre los pliegues del alma, busca la compañía del agua, percibir como fluye por su piel hace que se sienta bien. Añade al baño sales de lavanda y se sumerge hasta el cuello cerrando los ojos para disfrutar de uno de los pocos placeres que se da en la vida. Cuando más relajada está oye un ruido apenas perceptible. ¡Están abriendo la puerta de su casa! Las pisadas ya suenan por el pasillo. Siente el aliento de alguien que se acerca. Su corazón desbocado le hace encogerse sobre sí misma. A través de la mampara empañada nota que la puerta del baño se abre muy despacio. La tensión se hace irrespirable. Una sombra oscura ocupa aquel húmedo oasis absorbiendo todo el oxígeno. La sombra pasa una mano por el

Alguien me sigue

Caras Ionut La Avenida es una de las calles de entrada y salida a la ciudad dirección norte. Esta tarde grisácea del mes de noviembre, entretenida con la niña en los columpios del parque que están al lado, no me he dado cuenta del paso del tiempo. En esta época, los días son muy cortos y pronto se hace de noche. Voy con mi hija de la mano porque quiere ir andando; siempre quiere demostrar que es mayor de lo que en realidad es.  Despacio, sigo el ritmo de sus pequeños zapatos camino de casa cuando comienzo a escuchar unos pasos. No veo a nadie, pero sé que alguien más está con nosotras. Acelero la marcha para llegar cuanto antes y, con ello, obligo a mi pequeña a avanzar a trompicones. Noto en mi nuca el aliento del que se nos acerca por detrás. Instintivamente, aprieto a la niña contra mí y también el bolso que llevo en el hombro. Me paro y, con disimulo, miro de reojo a la vez que me agacho para cogerla en brazos. Se detiene también, es un hombre con deportivas blancas y vaqueros.

Intemperie de Jesús Carrasco

Es un libro de 224 páginas, se lee de un tirón y te atrapa con las vicisitudes que acontecen al protagonista. Un niño acechado por los mil peligros que se va encontrando en su huida para ponerse a salvo de su perseguidor.  Es un relato sobre la supervivencia y la solidaridad.  Una vez leído, se te queda bullendo en la mente. Puede gustar o no, pero no deja indiferente. Un niño y un viejo, las dos etapas más indefensas de la vida, se ven obligados a huir de un mundo gobernado por la violencia en el que son tratados de manera brutal y vejatoria. En su huida por la supervivencia, la naturaleza hostil con la que se encuentran les ofrece una sequía eterna y un sol abrasador. Todo ello hace que tengan que afrontar condiciones difíciles de soportar. En esta novela de ficción, la dura realidad que nos cuenta, aunque el autor no nos indica ni el tiempo ni el lugar, está muy pegada a la realidad del campo rural de la España interior hacia mediados del siglo pasado. Muy acertado el título de I

Mujer leyendo en el vertedero de Dandora

Allí estaba ella, leyendo. En el centro del basurero más peligroso del mundo. Una mujer joven de piel morena que me atrajo como un imán. Sentada sobre bolsas y sacos de basura que había recogido a lo largo de todo el día, se la veía feliz con aquel libro en las manos. Parecía acariciar las hojas que mostraban las cicatrices del tiempo pasado bajo tierra. Lo había liberado del más ingrato de los destinos y en compensación él la envolvía con el hechizo de sus letras. Me quedé más o menos a un metro de distancia intentando no estropear el mágico momento. Toda ella me transmitía autenticidad y no podría ni imaginar lo paradójico que a mí me resultaba su situación. Parecía sentirse una mujer más que, tras una jornada durísima de trabajo, se permitía un momento de ocio disfrutando del placer de la lectura. La dignidad y serenidad que transmitía contrastaba con el mundo carroñero del vertedero que la rodeaba. De todo era capaz de evadirse cuando podía permitirse un rato de descanso bajo l