La tormenta no esperó al anochecer para enseñarnos sus cuchillos. Los primeros nos sorprendieron antes de salir del pueblo. La estrecha carretera por la que íbamos se desdibujaba por momentos al ritmo de los limpiaparabrisas que braceaban sobre el cristal sin dar a basto. También nosotros intentábamos dominar nuestros miedos sin conseguirlo. En la vega éramos un coche a merced de la tormenta, el paisaje real se desvanecía y los cielos se abrían llameando fuego acompañado de un ruido infernal. La lluvia arreciaba y el coche seguía moviéndose sin clara orientación. La negrura de la noche envuelta en lluvia torrencial se rasgaba con más rapidez ante la fuerza de los rayos y truenos que caían por doquier. El alma de los relámpagos se filtraba en el interior del coche creando una atmósfera de pesadilla. Se nos tragó la voz.
© María Pilar
© María Pilar
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