Se llama Renata, estaba cursando segundo de Historia del Arte en la universidad de Florencia. Allí conoció a su novio, Piero, hijo de un industrial de Turín. Lo suyo fue amor a primera vista. Él no pudo resistir sus grandes ojos verdes y su belleza mediterránea.
A los dos les gustaba mucho viajar. Un día Piero le comunicó que había solicitado una plaza de Erasmus en una universidad de España, en concreto en la facultad de filología de Vitoria (País Vasco). Animó a Renata para que lo acompañase, aunque ella no tuviera beca, contaban con la suya y sus pingües ingresos familiares.
Renata, como era muy inquieta, dedicaba sus horas libres en una ONG por los derechos de los Saharauis, se sentía útil organizando campañas para buscar ayuda para los campamentos de Tinduf. Introdujo a Piero en este mundo para él tan desconocido y al principio se sintió encantado.
Pronto el visado de Renata caducó y al quedarse en España en situación irregular, pasó a formar parte del grupo de extranjeros sin papeles, vistos con desconfianza muchas veces y muy maltratados a la hora de pedir trabajo. Renata sufría por eso; además, el dinero de sus ahorros se le acababa y empezó a ver en sí misma la cara de la vida dura y cruel de los asistidos en la ONG.
Piero cada vez estaba más ocupado con sus temas en la universidad y empezó a no venir a dormir a casa porque se le hacía muy tarde y se quedaba donde unos amigos con los que estaba preparando los trabajos. Hasta que desapareció y no lo volvió a ver.
Renata le ocultó la situación a su madre, nunca la entendería y quería evitarle el sufrimiento. Encontró trabajo de reponedora en un supermercado de una gran superficie, pero pagar el piso ella sola estaba por encima de sus posibilidades, todo lo que ganaba se lo llevaba el alquiler. Cogía del cubo de la basura de la gran superficie comercial latas de conserva y productos envasados para alimentarse. Eran alimentos buenos, pero los tenían que tirar por algún fallo del empaquetado.
Un día, nada más llegar a las 6 de la mañana, le llamó la encargada para decirle que no se quitara el abrigo porque quedaba despedida por ladrona, y que diera las gracias por no la denunciarla.
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