Sí, hoy es nuestro aniversario de bodas. Le digo que no quiero ir a ningún sitio, que me apetece quedarme en casa. Prepararé una comida como a nosotros más nos gusta: entremeses, redondo de ternera asado, puré de patatas, todo ello regado con un buen vino, macedonia de frutas, dulces variados y solo para mí un café negro.
Mientras lo ayudo a poner el mantel, le miro las manos enérgicas, tan suaves cuando rozan mi piel; el perfil de su rostro serio y concentrado en lo que está haciendo para que le quede bien, la frente amplia y despejada, los ojos entrecerrados por la necesidad de gafas, la nariz contundente, la boca de finos labios y besos apasionados…
En sus actos transmite quietud, aunque dentro de esa quietud bulla una mente inquieta, activa e incansable, que se manifiesta por cómo frunce el entrecejo.
Unos ojos azules como el mar en un día de sol se encuentran con los míos que sienten perderse en el interior de esas aguas. «¿Está todo?», me pregunta. Son estas palabras las que rompen mi magia de observadora para volcarme en la realidad.
Al levantar la copa de vino para brindar, la suavidad del roce de su mejilla recién afeitada sobre mi rostro me hace cerrar los ojos y aspirar su aroma característico.
Son estas pequeñas cosas del día a día las que me emocionan.
©María Pilar
Felicidades, por el aniversario y por celebrarlo de la mejor forma posible, dejando el ruido fuera mientras se disfruta el calor del verdadero hogar.
ResponderEliminarSí, tienes razón. A veces se pretende llenar vacíos con mucho ruido y cuando todo termina el vacío se ha agrandado.
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