Salgo de Ponferrada con la mochila a la espalda y paso ligero para aprovechar la fresca del amanecer. Los kilómetros recorridos desde que empecé esta ruta del Camino de Santiago empiezan a pesarme en las piernas. El cansancio se va acumulando. Los pies recién curados de sus llagas me piden a gritos un descanso. Me animo sabiendo que la meta está ya cerca.
Pronto las nubes se cierran y empiezan a descargar enfurecidas. Se les une un viento frío racheado que hace que cada uno de mis pasos sea una lucha titánica. Arrastrando los pies doloridos, aterido de frío y calado hasta los huesos, entre un ambiente gris gélido, llego al albergue avanzada ya la tarde.
A duras penas, he logrado superar la etapa de hoy.
El pórtico de la Gloria que veía tan cercano cuando empecé esta aventura, hoy se me desvanece.
Todo me da vueltas.
La joven del albergue me abre la puerta.
Sobre mis huellas de olvido y flashes de memoria, una luz irreal lo ilumina todo. La joven, de blancura virginal, vestida con las olas azuladas del mar, camina descalza. Siempre oí desde niño que para escuchar el mar basta ponerse una caracola en el oído, pero ella actúa como si siguiera la llamada de sus ancestros.
Se lanza directamente al agua y abriendo sus bellos ojos azul turquesa se siente libre nadando entre delfines, caballitos de mar y damiselas. Deja una estela de destellos dorados, el camino perfecto para seguirla. Y yo, que me siento atraído por ella, me quedo paralizado, le regalo el silencio de mis palabras desde la orilla.
Sumergida entre las salinidad del agua, parece detener el tiempo. Se alía con las olas y me ofrece el vaivén espumoso envuelto en el más bello e hipnótico canto jamás escuchado. Los pulpos salen de sus cuevas para festejar su paso, los corales se le adhieren para embellecerla y las estrellas de mar se fijan en su melena iluminándola.
De repente, se entristece. Parece luchar contra algo.
¡Ha caído en una red de pesca!
En el muelle, las mujeres de los pescadores cantan misteriosas canciones mientras cosen con cabellos de doncella un talismán en el entramado de la malla. Para evitar que sus maridos sean seducidos por sirenas, dicen.
Un delicioso aroma hace mover mis papilas gustativas. Me despierto envuelto en una manta.
Allí está ella.
Ultima un sabroso asado de carne.
Pronto las nubes se cierran y empiezan a descargar enfurecidas. Se les une un viento frío racheado que hace que cada uno de mis pasos sea una lucha titánica. Arrastrando los pies doloridos, aterido de frío y calado hasta los huesos, entre un ambiente gris gélido, llego al albergue avanzada ya la tarde.
A duras penas, he logrado superar la etapa de hoy.
El pórtico de la Gloria que veía tan cercano cuando empecé esta aventura, hoy se me desvanece.
Todo me da vueltas.
La joven del albergue me abre la puerta.
Sobre mis huellas de olvido y flashes de memoria, una luz irreal lo ilumina todo. La joven, de blancura virginal, vestida con las olas azuladas del mar, camina descalza. Siempre oí desde niño que para escuchar el mar basta ponerse una caracola en el oído, pero ella actúa como si siguiera la llamada de sus ancestros.
Se lanza directamente al agua y abriendo sus bellos ojos azul turquesa se siente libre nadando entre delfines, caballitos de mar y damiselas. Deja una estela de destellos dorados, el camino perfecto para seguirla. Y yo, que me siento atraído por ella, me quedo paralizado, le regalo el silencio de mis palabras desde la orilla.
Sumergida entre las salinidad del agua, parece detener el tiempo. Se alía con las olas y me ofrece el vaivén espumoso envuelto en el más bello e hipnótico canto jamás escuchado. Los pulpos salen de sus cuevas para festejar su paso, los corales se le adhieren para embellecerla y las estrellas de mar se fijan en su melena iluminándola.
De repente, se entristece. Parece luchar contra algo.
¡Ha caído en una red de pesca!
En el muelle, las mujeres de los pescadores cantan misteriosas canciones mientras cosen con cabellos de doncella un talismán en el entramado de la malla. Para evitar que sus maridos sean seducidos por sirenas, dicen.
Un delicioso aroma hace mover mis papilas gustativas. Me despierto envuelto en una manta.
Allí está ella.
Ultima un sabroso asado de carne.
Bello y enigmático texto, con un toque de magia y frescor, en justa medida para el tiempo caluroso que soportamos :)
ResponderEliminarBesos.
Me había perdido esta bonito relato que lleva más de una semana. Más vale tarde que nunca.
ResponderEliminarUn abrazo.
Después de dos lecturas he enlazado las “dos” historias. ¡Precioso, Pilar! un placer para los sentidos.
ResponderEliminarUn abrazo, preciosa, con la ilusión de que estés pasando un buen verano.
Hermoso este relato,cariños.
ResponderEliminar¿Quién pudiera a una sirena encontrar? Eso canta la tuna y me ha venido a la cabeza al leer tu relato azul
ResponderEliminarUn abrazo, María Pilar. Disfruta del verano.
Nos traes en este relato un pedacito de tiempo, congelado en la imaginación del caminante que exhausto fantasea con la chica del albergue, a la que sus sueños convierten en sirena. No hay nada mejor que los pequeños placeres, incluso aunque a veces se imaginen. Y sino siempre quedará el asado, que al menos es más tangible. Un saludo Pilar.
ResponderEliminarHaces que sienta muchas más ganas de hacer ese recorrido tan famoso. Me encantaría tanto!!
ResponderEliminarMuchos besos, M. Pily.
Así andamos a veces, entre suelos, ensoñaciones y realidades.
ResponderEliminarTu relato me llevó a esos mundos de contrastes.
Quiero agradecerte muy especialmente todos y cada uno
de los comentarios que dejaste en casa. Me alegro de que
las fotos te hayan gustado. Gracias también por las felicitaciones
por el cumple e mi hija, ¡ese regalo tan grande que me dio la vida!
Besotes
Bonito relato, y a seguir disfrutando del verano.
ResponderEliminarBesos