Estos días me he encontrado, en el blog no virtual de Piedad Isla, una excelente exposición de fotografías.
Mujer de un pueblo de la Montaña Palentina, nacida en el 1926, un buen día dice a su familia que quiere ser fotógrafo profesional. ¡Qué locura! ¡Qué no comentarían en su entorno cuando la veían ir y venir en su vespa vistiendo pantalones como un chico!
Fue valiente. Se salió con la suya. Tuvo más fuerza interior para hacer realidad su sueño que para ser arrastrada por las incomprensiones y críticas, por no cumplir con los cánones sobre la mujer en la época que le tocó vivir.
Como mujer adelantada a su tiempo, no se quedó observando la vida sin más, sino que nos dejó el alma del pueblo al que pertenecía. Su fuente de inspiración fue siempre la condición humana: la admiración por los ancianos, la pasión por los niños y el respeto a su tierra. Para salvarla del anonimato la plasmó en sus obras y al contemplarlas podemos conocer la vida austera y cargada de dificultades de su región, en la que no falta la ilusión en su mirada.
Son imágenes que juntas representan las manifestaciones cotidianas de todo un pueblo y separadas, cada una de ellas, nos narra una emotiva historia del discurrir de la vida en ese entorno.
Adelantada a su tiempo, era muy consciente de que la vida cambiaba a ritmo de vértigo y quiso dejar a las generaciones venideras testimonio de aquello que formaba parte de la cultura de un pueblo que con el paso de los años iba a desaparecer.
El tiempo le dio la razón.
© María Pilar
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