Papa, sigo llevando la llave colgada al cuello como me enseñaste. Desde que te fuiste se acabaron las caricias, los juegos en los que tanto peleábamos por ganar, las risas, los cuentos... Mamá miraba como ida, sin palabras y sin lágrimas. Parecía una estatua de piedra. Un día se acostó y no se ha vuelto a levantar. Todos las tardes le leo la nota del colegio y se la dejo en la mesilla por si la quiere repasar cuando yo me voy, pero nada. La profesora dice que si no voy más aseado no podré entrar en la escuela. Toda mi ropa está sucia, papá, y nadie quiere ponerse a mi lado.
¿Por qué no vuelves? Recuerdo lo divertido que era cuando estabas aquí, y, como un cascabeleo, me llega el alboroto de los tres cuando no había riñas en casa ni mandaba el silencio. Por la noche cuando me entra el miedo, abro tu armario, cierro los ojos y te respiro por dentro. Pienso si tú te acordarás también de mí.
En el polvo del mueble de la entrada te he dejado escrito con el dedo: “Papá, si pasas por aquí déjanos algo de dinero”. Es lo primero que vas a ver cuando entres en casa. Lo repaso todos los días para que no se borre. Papá, necesitamos dinero. La señora de la tienda dice que o le pagamos o ya no nos fía más. Solo nos queda la media pizza que lleva días encima de la mesilla de mamá… Como ella no come… me la voy a comer yo. ¡Tengo tanta hambre!
Yo la cuido ¿sabes? ¡Siempre tiene frío! Es un bulto en un amasijo de mantas. Me siento a su lado y le digo: “Mamá por favor, háblame” y me limpio los mocos y las lágrimas con el puño del jersey para que no me vea llorar... Está tan pálida… Tiene los ojos muy abiertos…, pero no me mira… A veces me parece un poco como muerta…
Papá, ¡tengo miedo!
¿Por qué no vuelves? Recuerdo lo divertido que era cuando estabas aquí, y, como un cascabeleo, me llega el alboroto de los tres cuando no había riñas en casa ni mandaba el silencio. Por la noche cuando me entra el miedo, abro tu armario, cierro los ojos y te respiro por dentro. Pienso si tú te acordarás también de mí.
En el polvo del mueble de la entrada te he dejado escrito con el dedo: “Papá, si pasas por aquí déjanos algo de dinero”. Es lo primero que vas a ver cuando entres en casa. Lo repaso todos los días para que no se borre. Papá, necesitamos dinero. La señora de la tienda dice que o le pagamos o ya no nos fía más. Solo nos queda la media pizza que lleva días encima de la mesilla de mamá… Como ella no come… me la voy a comer yo. ¡Tengo tanta hambre!
Yo la cuido ¿sabes? ¡Siempre tiene frío! Es un bulto en un amasijo de mantas. Me siento a su lado y le digo: “Mamá por favor, háblame” y me limpio los mocos y las lágrimas con el puño del jersey para que no me vea llorar... Está tan pálida… Tiene los ojos muy abiertos…, pero no me mira… A veces me parece un poco como muerta…
Papá, ¡tengo miedo!
!Dios, que pena! Duele y ahora cuesta no buscar una solución para un relato, no se debe encariñar uno con un personaje pero a veces tenemos mucho cariño guardado. Abrazos dama de las letras
ResponderEliminarNo va a decirle nada la pobrecica!
ResponderEliminarUn abrazo.
Realmente triste este relato que bien pudiera ser verdad y por eso produce un escalofrío al leerlo. Besos
ResponderEliminarUna gran pena dejarse morir, abandonar de esa manera a su hijito que se tiene que arreglar solo, cómo no va a sentir miedo. Lo expresaste con mucho sentimiento, María Pilar.
ResponderEliminarUn abrazo.