Es una de esas películas geniales que de vez en cuando irrumpen por encima del listón de las corrientes, lo notas en cuanto empiezas a verla, te cautiva con su historia. Por eso, creo que lo mejor es verla, dejarse llevar y sentirse atrapada por su ritmo.
La historia traspasa la pantalla porque trata temas universales: el amor que siente el protagonista por una mujer y que le marca para toda la vida; el valor de la amistad hasta el punto de sacrificar la vida por tu amigo; la corrupción en los ámbitos políticos y judiciales; la pasión en la vida, como es el fútbol para muchos; la venganza y el valor de las personas dependiendo de la clase social a la que pertenecen.
El director, Juan José Campanella, con un excelente guion, cuida perfectamente hasta los más mínimos detalles y va entremezclando todos los aspectos de la trama dentro de un marco de referencia: la Argentina de los años 70. Vemos el reflejo del clima en el que vivía este país en esa época, donde el crimen, la política y la justicia van de la mano construyendo muros inquebrantables. A esto hay que unir que el director también ha sabido sacar lo mejor de sus actores. Ricardo Darín está que se sale, magnífica la actuación de Soledad Villamil, Pablo Rago y Javier Codino, brillante la de Guillermo Francella.
Por último, quiero destacar dos elementos que me parecen también muy importantes: los diálogos en los que hay que agudizar el oído para captar todo el sentido de esas frases irónicas en español-argentino, pletóricas de sarcasmo y con chispazos de humor que te provocan una sonrisa. Las miradas, esas miradas cargadas de emoción y sentimiento, de amor e impotencia, que transcienden al lenguaje de las palabras a las que contradicen en numerosas ocasiones.
Sólo se me ocurre dar gracias a los que nos han regalado esta gran historia porque he disfrutado con ella.
© María Pilar
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