«Creo en todo hasta que sea desmentido. Así que creo en las hadas, en los mitos, en los dragones. Todo existe, incluso si está en tu mente. ¿Quién dice que los sueños y las pesadillas no son tan reales como el aquí y el ahora?».
John Lennon
El VadeReto del mes de noviembre es sobre: Dragones. El requisito principal de este reto consiste en que, al menos, uno de los personajes de vuestra historia tiene que ser un Dragón.
Soy una mujer de setenta años que repasa la historia de su familia en la que una mujer de setenta años nos dejó un legado. Las posibilidades de cumplirlo, en lo que a mí respecta, son nulas. ¿Quién en este siglo se dedicaría a dejarse conquistar, enamorar y casarse por una tradición familiar? El mandato de una herencia no puede ser más pesado que la vida real. En consecuencia, voy a cerrar el libro de la familia sin transmitir el amuleto.
La muerte me llegará por sorpresa o por enfermedad y me gustaría dejar aclarado este asunto. Cuando llegue, lo haré oficialmente como doncella, pues no conocí varón con el que poder engendrar la hija depositaria, a su vez, de la joya familiar, como lo dispuso aquella abuela primigenia.
Ahora una idea exaltada bulle en mi cabeza. No logro explicar cómo surgió. Pero ahí está, como una intrusa testaruda. Me parece que todo empezó cuando me asustó tanto ver aquellos ojos ambarinos. Sí, los que, al despertarme en medio de la noche, estaban clavados en mí tras el cristal de la ventana. Me miraban con la intensidad penetrante de un águila, y a la vez los empañaba la melancolía. No pude ver su cabeza o parte de su cuerpo porque se mimetizaba en la negrura de la noche, pero estaba segura de que era el dragón negro. El corazón se me salía del pecho y esa mirada atrapaba la mía como un imán. ¿Qué quería? ¿Me interrogaba por lo que no había hecho? Supongo que eso os parecerá absurdo, pero si hubierais visto su mirada, seguro que estaríais de acuerdo conmigo. Me imponía tanto que no conseguí mover los labios para preguntárselo. Con los ojos intenté justificarme. “Por amor, lo hice por amor”. “Un amor tan total que no da pie a otra realidad paralela”. Entonces fustigó al viento con sus alas y desapareció.
Cuando la casa familiar estaba junto a un bosque inmenso, el conde del lugar dio la orden de talarlo para ganar tierras de cultivo, con lo que alteró el orden natural de la zona. Un leñador dijo que había visto una sombra apenas perceptible de algún animal volador que se adentraba en una de las cuevas, en los confines del bosque. Espiaron hasta confirmar que era una cueva de dragones. Las gentes de la zona estaban aterrorizadas. El espanto los sobrecogió. Y fue lo que los empujó a plantar cara a los que consideraban intrusos y declararles la guerra con todos los medios a su alcance: espadas, trampas, flechas y, sobre todo, la destrucción masiva y continuada del arbolado. El Conde puso precio a cada dragón muerto y la furia se desató en el pueblo.
En aquel tiempo, la abuela vio cómo caía herida una cría de dragón negro en su terreno. Al cogerlo, la enterneció el fuerte latido del corazón del pequeño, le costó calmarlo. Llevaba una flecha clavada en el interior de una de las alas. Enfurecida con los que habían cometido aquella salvajada, lo escondió en el sótano de la casa. ¡Con qué inmenso cuidado lo curó y lo alimentó!, como si fuera su hijo pequeño. Afortunadamente, era curandera y sabía hacer emplastos con hierbas para curar las heridas. Cuando el pequeño dragón tuvo la fuerza suficiente, la abuela le dijo que tenía que irse lejos, muy lejos. Una noche, en la que en el silencio del bosque no se oía ni un solo rumor, tuvo el valor de atravesarlo, esquivando a los hombres del conde que vigilaban. Lo llevó hasta los imponentes despeñaderos, donde las lobas parían a sus crías y aullaban con estruendoso celo. Encaramada en los empinados e inamovibles acantilados, el viento la azotaba implacable. Aseguró los pies, lanzó por los aires al dragón y se quedó viéndolo volar hasta que lo perdió de vista.
Pasó el tiempo y, un buen día, cuando la abuela estaba trabajando en su huerto, descubrió el amuleto a sus pies. Era el dragón de obsidiana. Al alzar la vista, el dragón negro la despedía con un parpadeo risueño. Nunca más lo volvió a ver.
De la abuela aprendimos que el amuleto representaba la inmortalidad, la perseverancia y el éxito. También era un escudo protector contra la negatividad. Lo teníamos que poner con la cabeza hacia la ventana y lo heredaría la primera nieta.
Conmigo se acabará la historia del amuleto porque no me he casado y no tengo hijos. Por tanto, no existe una primera nieta que sea la portadora de la joya familiar. Aquí viene la idea que no logro sacar de mi cabeza desde la noche que el dragón vino a visitarme, tal vez a despedirse. Creo que mi destino ya estaba señalado con el número nueve desde el principio de los tiempos. El que representa el fin del camino y el inicio de un nuevo principio, un periodo renovado y próspero. Mientras, mi compañera y amante me acompañará hasta cerrar el ciclo.
¡Ay, qué bueno! ¡Me super-encantó! Logras desde el inicio captar toda nuestra atención. Das profundidad a la historia con el conflicto personal de la mujer que no pudo "cumplir" con la tradición familiar. Al final se nos revela el por qué y entendemos cuando dice que lo hizo por amor. De verdad un gran relato. Enhorabuena.
ResponderEliminar¡Gracias, Ana! Comentarios así te dan alas para seguir escribienddo. Te mando un abrazo.
EliminarHermosa y tierna historia y ese final coronado por el fin del camino y el resurgimiento. Gracias por él. abrazo grande
ResponderEliminarGracias, Themis. Encantada de que te haya gustado. Un fuerte abrazo.
EliminarQué bonita alegoría, María Pilar. El legado de la protección familiar y del éxito en un amuleto del dragón de obsidiana. "El que representa el fin del camino y el inicio de un nuevo principio". Es enormemente sugerente y te pasan múltiples ideas por la cabeza de posibles continuaciones de la historia. Me ha encantado.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Hola, Marcos, sugerentes palabras las que me dejas para seguir escribiendo. Encantada de que te haya provocado esas impresiones.
EliminarUn fuerte abrazo.
Me encantó y sabes tengo haste dentro de unos días 70 años,abrazotes.
ResponderEliminarHola, Fiaris, felicidades por adelantado y contenta de que te haya gustado. Abrazo.
EliminarMe encanto la historia. Amo a los dragones. Te mando un beso.
ResponderEliminarHola, Citu, sé lo que te gustan los dragones y me alegra que este relato te haya gustado. Otro beso para ti.
EliminarTú sí que nos has parido, María Pilar. Una preciosa historia, con un conmovedor final. Después de tanto tiempo, sigues teniendo la facultad de sorprenderme con tus escritos. Felicidades.
ResponderEliminarUn abrazo.
Tú, Chema, que me lees con buenos ojos. ¡Jeje! Abrazo.
EliminarConviene cerrar el ciclo y concluir un capítulo. Si no sería como vivir en la incertidumbre en una historia sin fin.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo. 👍
EliminarHola, María Pilar.
ResponderEliminarMe ha encantado cuánta dulzura y amor hay en cada reflexión del relato.
Es evidente que las tradiciones tienen que ser rotas alguna vez; pero, a veces, no es su final, sino el comienzo de otra más hermosa y renovada. Como la tuya.
Exquisita y magnífica la forma en que nos has llevado hasta esa conclusión tan bonita. El amor existe, hasta para aquellos que no saben mirar abiertamente. Se puede querer sin mirar al pasado. Es más importante encontrar la felicidad con los ojos puestos en el futuro.
Ese dragón se fue, pero feliz porque habías rejuvenecido y fortalecido su talismán.
Enhorabuena. Fantástico relato.
Muchas gracias por regalarlo para el Acervo.
Un Abrazo.
Encantada de que te haya gustado, Jose.
EliminarUn abrazo!
Maravilloso relato, María Pilar.
ResponderEliminarEl amor siempre tiene que anteponerse a cualquier tradición, por trascendente que ésta sea.
Un fuerte abrazo.
Gracias, Estrella.
EliminarUn fuerte abrazo.
Normalmente los dragones hacen el papel de malos. Es de agradecer un relato como el tuyo. Un abrazo 🤗
ResponderEliminarEncantada de que te haya gustado, Fede.
EliminarUn abrazo.
Ay, qué bonito te ha quedado, super acorde al primer pensamiento de John Lennon. Tu mente buena, saltarina y audaz. Tiene tu sello, claro que sí! Muy especial, de verdad que me ha encantado.
ResponderEliminarTe mando un gran abrazo María.
Hola, Maty, encantada de que te haya gustado.
EliminarOtro abrazo, con todo mi cariño, vuela para allá.
Un relato que toca el corazón! ¿Quién no tiene un mandato que no ha cumplido? Llega el momento de plantar cara a las imposiciones familiares.
ResponderEliminarUn abrazo ;)
Hola Xurxo, sí nada dura para siempre. Los cambios traen renovación y nuevos horizontes.
EliminarUn abrazo!
¡Hola, María Pilar! Un precioso relato, y nostálgico. Más allá de la historia que narras, nos deja esa sensación de que todo es temporal, que nada es eterno, que cualquier época por gloriosa que sea termina y de esas cenizas nace otra. El tiempo de los dragones termina, empieza una nueva era. Me encantó la paleta de lenguaje que has utilizado y que te sirve para poner la historia en ese pasado que termina. Un abrazo!
ResponderEliminarGracias, David, por tu bello y reflexivo comentario. Lo he escrito a la luz de una sociedad muy alterada. Nada perdura, todo cambia.
EliminarUn abrazo!
COMENTARIO DE OSWALDO MEJÍA: Lograste que una historia, por el estereotipado de los dragones, no fuera violenta, sino, casi un cuento de hadas.
ResponderEliminarGracias, Oswaldo. La escritura tiene ese poder de cambiar tópicos y tradiciones. Saludos!
Eliminar¡¡Me ha encantado!! Aplausos y abrazo grande
ResponderEliminarGracias, Amaia. Un fuerte. 🤗
EliminarPrecioso relato, Maria Pilar!! Atrapa desde el principio y va desvelando poquito a poco tanto la historia familiar como el motivo por el que nuestra protagonista no sigue la tradición. Me ha encantado. Un abrazo!!
ResponderEliminarGracias, Lola, por tu análisis del relato. Un fuerte abrazo!
Eliminar¡Qué relato, María Pilar!
ResponderEliminarHas dado una vuelta a las historias de dragones, haciendo que estos no representen ni el mal ni la violencia, creando un relato que se mueve entre el amor y el fin de una tradición y herencia.
Un fuerte abrazo :-)
Gracias, Miguel. Una síntesis del relato inmejorable.
EliminarUn fuerte abrazo!