El abuelo sigue firme, agarrado a esos terruños que domina con los ojos cerrados. «Aquí vamos tirando», responde cuando le preguntan qué tal está.
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Tiene salud, se ocupa de la huerta y da largos paseos al atardecer. Parece sentirse a gusto rodeado del paisaje y el paisanaje de su pueblo.
Cumple los 89 como si le cayeran de golpe y empieza a hablar de que se siente viejo. El mover enormes piedras, limpiar el arroyo, trabajar en la huerta y pasar horas ayudando en la reconstrucción del muro de la casa, han hecho que se sienta algo más cansado de lo habitual. Con el buen tiempo volverá a su actividad cotidiana.
Cuerpo proporcionado y ojos azules, pequeños de curioso observador sin descanso, a la sombra de unas pobladas cejas blancas, como blanco es el pelo, abundante para su edad; la boca, muchas veces seca de incansable hablar, con el vaso de agua y azúcar siempre cerca; piel rugosa, muy pálida, aminorada esta palidez por la colección de pecas que, como pelirrojo en su juventud, no le han abandonado. Le gusta verse acompañado lo justo, alguien que le atienda la casa y le haga la comida, el exceso de gente lo agobia y tiende a aislarse.
Es un hombre recio, como buen labrador del lugar, más preocupado por la producción de sus tierras que por demostrar cariño a su familia. Esta rudeza es un envoltorio para disimular emociones y sentimientos que muchas veces lo delatan con lágrimas en sus ojos. Apaga las luces allá por donde pasa y lo hace con un sentido del ahorro seguramente heredado de sus antepasados, hombres y mujeres del campo que llevaron una vida de penuria y estrecheces. El reloj parece tenerlo grabado en su cabeza y no necesita mirarlo para acostarse todos los días del año a las 12 y levantarse a las 7 de la mañana.
Al jubilarse cambió de actividad, pero en ningún momento se quedó pasivo. Camino de los 90, es uno de los octogenarios con más carácter del pueblo. Por su agilidad, autonomía e independencia, parece gozar de una segunda juventud en su madurez tardía. Sus palabras adquiridas por una perspectiva larga de la vida, son sabias en ocasiones; refunfuñonas las más de las veces ante su disconformidad y desacuerdo con casi todo.
Necesita el jardín y la pequeña huerta, le mantienen activo y disciplinado, desde aquí ve a los que pasean por la carretera, conoce los entresijos del pueblo, habla de la vida de la ciudad y de la provincia, de España y del mundo. y todo desde esa huerta epicentro en torno al que gira lo demás.
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