En las familias hay secretos que no se cuentan a viva voz, pero que son traídos y llevados entre cuchicheos por la gente del pueblo. Así,
en voz baja, previo juramento de que no se lo diría a nadie, me llegó el gran
secreto de mi familia por una compañera del colegio: Tu madre no es hija
de tu abuelo. La llamé mentirosa y le di tal empujón que se cayó de culo. Sin
embargo, me dejó preocupada y empecé a mirar a los míos de manera diferente. Investigué, pregunté.
La guerra había terminado, según dicen los libros, 10 meses antes de la
llegada de mi abuelo al pueblo. Había caído herido y permaneció todo
ese tiempo en un hospital. Regresó renqueante portando un simple capazo bajo el
brazo. Mi abuela lo esperaba con un campo árido, cuarteado por la sequía, y dos vacas flacas que ni leche daban.
Esa noche, los vecinos escucharon el llanto de un bebé tras los muros de la casa. Las malas lenguas dijeron que María había tenido una relación extramarital en ausencia de su marido. Y Manuel, que había vuelto con la blancura del enfermo que ha pasado largo tiempo debatiéndose entre la vida y la muerte, se había encontrado la niña al llegar. Los calificativos que dedicaron a mi abuela prefiero callármelos, solo decir que al crecer mi madre, en parte, los fue silenciando con su mirada azul, la mirada de mi abuelo. Mas el dicho que se había creado: «María, la hija de María» corría de boca en boca y tal habladuría se impuso y así llamaban a mi madre en vez de Manuela, su verdadero nombre.
El comedor con sus muebles de caoba y un gran balcón a la calle principal siempre permanecía cerrado. Aquel día se había abierto con gran solemnidad para la
apertura del testamento de la abuela con la presencia del notario. Cuando
nos leyó: «Como no he tenido descendencia se lo dejo todo a Manuela…»
—¡Qué falsa! —dijo por lo bajo mi tía que hervía de ira.
—¡Es mía! ¡Manuela es mi hija! —gritó el abuelo dando un golpe en la mesa.
De repente, como si aquella voz suya, que había quedado flotando en la atmósfera del comedor, hubiera tocado el resorte para abrir una puerta cerrada durante muchos años, empezó a hablar: primero, entrecortado; después, todo fluyó como la seda.
—Había sumado tantos años a mis veinticuatro. Los años de la guerra envejecen, endurecen. Solo tú, Manuela, me hiciste volver a creer en la vida.
La joven que me salvó lo hizo de manera muy simple, un día llegó con un bebé envuelto en una mantilla tejida con mucho primor y me lo entregó: «Se llama Manuela, como tú»
Al cogerte con mis brazos torpes, un zarpazo me rasgó por dentro, no quería tocarte por miedo a pasarte el horror, la crueldad y el miedo que llevaba conmigo. Tu fuerza pudo con mis temores. Eras la pureza sin contaminar por la guerra brutal y sucia, todo cuanto yo tenía en mi vida de viejo. Y cuando la existencia te ofrece algo así te aferras a ello y no quieres soltarlo.
«El tiempo que estuviste inconsciente hablaste de tu esposa, —decía la joven que me vio caer herido por la metralla y me había arrastrado hasta una cabaña de pastores para curarme— ella te estará esperando. Un día la rutina de esta subsistencia perdida entre montes y cabras te hará añorar lo que dejaste. No quiero presenciar ese momento ni que nuestra hija repita la vida que me ha tocado a mí.»
Por sus ojos llorosos y la cara descompuesta, veía el sacrificio que hacía al desprenderse de ti. El corazón se le encogía de tristeza. Lágrimas silenciosas rodaban por sus mejillas y yo le acariciaba el pelo a la vez que le decía que siempre estaría con ella. Ella sorbiendo los mocos afirmaba con la cabeza. Y ambos sabíamos que nos estábamos despidiendo. Algo moría entre nosotros y se llevaba un pedazo de nosotros mismos. Muchos compañeros míos habían muerto de manera fulminante. Mi vida parecía ser una muerte a plazos.
Así fue como con un bebé en un capazo y las cicatrices de las heridas de guerra que me han causado la cojera en la pierna izquierda, una noche llamé en el cristal de la ventana de casa. Un ¡toc, toc, toc!, que María conocía muy bien de nuestra época de novios. Y gracias a ella, a su amor, generosidad y valentía, las cosas tomaron el mejor rumbo que me habría podido imaginar.
—Si tuviéramos la oportunidad de empezar de nuevo, dime, ¿lo harías? —le pregunté con el alma puesta en sus hermosos ojos color miel.
—Lo haremos, vaya que lo haremos. Esta niña será mía, no me importa el qué dirán. Solo tú sabes que yo no puedo ser madre. —Y me miró con ternura, con esa ternura que tanto agradeces en los momentos más frágiles.
Quiero deciros algo más que para mí es importante. No lo olvidéis. Quizá algún día, tanto tú, Manuela, como tu hija podáis encontraros con la mujer que te dio la vida. Me gustaría que le llevaseis la mantilla con la que te envolvió.
Buena historia.
ResponderEliminarAbrazos.
Gracias, Alfred.
EliminarUn abrazo.
Cuanto desagravio en tus palabras, se juzga por no pensar o preguntar. Una historia llena de belleza en los sentimientos, de amor en los corazones y de fortaleza en las almas. Abrazos
ResponderEliminar¡Uf! Qué bonitas palabras me dejas, Ester. Mil gracias.
EliminarAbrazos.
Qué bonita historia, María Pilar.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Gracias, Chema.
EliminarTodo mi cariño en este abrazo
ResponderEliminarQué hermosa historia, Pilar!! Una historia de verdadero amor!!
Cariños para vos, Amiga!!!
Lau.
Qué alegría verte por aquí, Lau. Me encanta que te haya gustado la historia.
EliminarTodo mi cariño.
Besos.
Linda historia muy humana. Padre es es el que cría y ama. Te mando un beso
ResponderEliminarHola, Citu, qué alegría verte por aquí de nuevo.
EliminarOtro beso para ti.
Una alegría que regreses. Es muy buena tu historia. Circunstancias difíciles, generaban sucesos secretos en las familias. Con el tiempo se convertían en secretos a voces. Aunque nadie los confirmaba abiertamente. Pero cuando alguien lo hacia, se liberaba a muchas personas de un solo golpe.
ResponderEliminarAbrazos de anís.
Una alegría también para mí veros por aquí. Gracias, Sara, por el bello comentario que me dejas.
EliminarMi cariñoso abrazo :)
Hola Pilar. Vaya historia más buena cargada de amor que trajo la esperanza a ese hogar. Magistral la historia a pesar de lo duro de la época y la situación de hombres y mujeres.
ResponderEliminarAbrazos
Gracias, Isa. Me alegra que te haya gustado.
EliminarAbrazo inmenso.
¡Hola, María Pilar! Espero que hayas disfrutado de un verano maravilloso. Jo, ¡qué historia de sentimientos! Frente a la maldad de los cuchicheos de pueblo, la belleza de uno de los mayores actos de amor que podríamos ver en este mundo. No imagino mayor angustia que la de una madre entregando a su hijo para asegurarle la vida. Ni mayor generosidad que aceptarlo pese a todo y hacerlo tuyo. ¡Vuelves en plena forma! Un fuerte abrazo!
ResponderEliminarHola, David, pero qué alegría encontrarte por aquí. Y qué bonitas palabras me dejas.
Eliminar¡Gracias!
Un cariñoso abrazo.
Una historia verdaderamente enternecedora. Con miraleja, además: no debe juzgarse a otro ser humano por improcedente y por erróneo cusndo no se han calzado esos zapatos.
ResponderEliminarBesos, María Pilar 😘😘
Me alegro tu regreso.
Una historia verdaderamente enternecedora. Con moraleja, además: no debe juzgarse a otro ser humano por improcedente y por erróneo, cuando no se han calzado esos zapatos.
ResponderEliminarBesos, María Pilar 😘😘
Me alegra tu regreso.
Qué bonita reflexión me dejas, Myriam. Me alegro de verte.
EliminarBesos 😘😘😘