Eran las doce de la mañana del 23 de diciembre de 2024; María estaba en la cocina preparando el menú de las fiestas navideñas que iba a celebrar con la familia. El día era soleado y la luz brillante entraba por la ventana. De pronto, apareció una llamada en el móvil. La voz suave y dulce de una doctora del hospital trepó por su espalda como un escalofrío. Se presentó con su nombre, que se quedó flotando un momento hasta desaparecer por el extractor. Nunca lo ha recordado. La escuchaba con la respiración contraída. Estaba tan aturdida. Como he dicho, no era una voz de trueno, no; aunque tras ella se abrieron los cielos y se resquebrajaron los suelos sin que María tuviera alas para alzarse. Unas briznas que traía el aire fresco se posaban en los cristales de la ventana y mirándolas, se perdió entre hilachas de niebla en las que flotaban aquellas palabras. Había tanto dolor en ellas. Se encontró sentada en una de las sillas de la cocina, con las manos en la cara, ahogada en llanto po...
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