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Al otro lado del río

Solo Felipe se quedó rezagado y con una navaja toledana talló una cruz en el tronco del chopo más cercano al lugar donde habían encontrado a la niña. Fijó su vista en la casa de piedra que se veía al otro lado, parecía ruinosa y estaba casi cubierta por la hiedra, pero el ruido renqueante que producía le confirmó que el viejo molino seguía en activo. Limpió la navaja pasándola por su pantalón de pana ajado, la cerró, y se dirigió hacia el grupo.  Al salir a zona más amplia para cruzar el puente de regreso, echó un vistazo a la era donde una mula de talle alto, dirigida por un chaval cubierto con un sombreo de paja, daba vueltas tirando de un trillo. Un perro corría cerca y ladraba a los pardales que levantaban el vuelo. La emoción lo embargó y un punto de rabia brilló en sus ojos. Se sentó en una piedra y apoyó la cara en una de sus manos. Pasó tiempo y tiempo. Fue capaz de abstraerse del mundo exterior y pudo reflexionar sobre la encrucijada en la que se encontraba para buscar una