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En el patio de vecinos

He parado el reloj Son las siete menos cinco Las siete menos cinco Detenidas, congeladas Un minuto, una eternidad. Un piso por debajo Su eco sigue sonando Las horas, las medias, los cuartos… Eso es lo que ha escrito mi dueña, pero si pudiera escribir mi historia os diría que me trajeron de Suiza. Soy pequeño y cantarín, mi casa es de madera de caoba y fue trabajada por un famoso ebanista, su nombre luce en letras negras en mi esfera. Mi dueña me desembaló con mucho cuidado y me colocó en una columna al lado del luminoso mirador, el sitio ideal, manifestó, porque así presidía todo el salón. “Esta vez te has pasado”, le dijo con una radiante sonrisa a mi comprador. Así comenzó mi eterna andadura con una exactitud propia de mi condición suiza. El golpeo de mi maquinaria es sutil y armonioso. Hipnotizados se quedan todos mirándome al escuchar mis embaucadores trinos con los que doy salida a los latidos de mi corazón. La que más, mi dueña; hay que notar la suavidad de sus ded