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El beso de Gustav Klimt

Se celebraba la fiesta de la belleza y del erotismo. El cóctel, en el palacio Belvedere, se nos sirvió en el romántico jardín entre fuentes ornamentales y ajedrezados de césped. El grupo más numeroso se quedó en el paseo central que se pierde hacia un horizonte inabarcable y muy animados con sus copas en la mano disfrutaban del privilegio reservado a unos cuantos. Algunas parejas nos fuimos dispersando bajo la influencia de esa luz que matiza los alegres colores florales mientras la brisa nos envolvía con deliciosos aromas de plantas de los Alpes. Los surtidores con sus juegos de agua al precipitarse nos salpicaban la piel y todo avivaba los sentidos y te invitaba a formar parte del juego amoroso porque todo latía bajo el influjo erótico de los actuales dueños. En el salón de baile los tules y las gasas se rozaban al ritmo del Danubio Azul que la orquesta interpretaba y allí Emilie, con la inequívoca sonrisa del amor en los labios, nos comentó que lo conoció en la boda de su hermana