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¿Crees que el nombre condiciona?

La parturienta, mi madre, estaba encogida por los dolores del parto cuando oyó a su suegra: —Pánfilo de Cesarea y no se hable más. Está hoy en el calendario y esas cosas son sagradas. —Pero… ¿Pánfilo?, madre —le dijo el hijo con la sumisión que le caracterizaba. —Pánfilo de Cesarea, sí, en la iglesia, en el registro civil y para toda su vida. El niño, o sea yo, hermoso, por cierto, y ahí estuvieron de acuerdo todos, gritaba proclamando al mundo su vitalidad o tal vez su protesta ante semejante carga de por vida. Su primera y última pataleta ante la sargento de su abuela. En cuanto lo cogió en brazos supo lo dura e insensible que era. En casa era la dueña de los caudales y la que daba las órdenes. Muy pronto, me vi relegado al lugar de los que obedecían, junto a mis padres. Enseguida fui consciente de las risitas que ocasionaba mi nombre en todos aquellos que lo escuchaban, ya me llamara mi madre, débil y enfermiza: ¡Mipanfi!; mi padre con su potente voz y débil carácter: ¡Pánfi