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Aparece el chico perdido

Lorenzo volvía decidido a su pueblo como si la larga noche le hubiera dado alas. Cuando un relámpago rasgó los cielos y el estruendo descargó la tromba de agua que empezó a inundar el chozo en el que se había refugiado, pensó que iba a morir. Calado hasta los huesos con su blusón de rayas sin cuello y pantalón a media pierna, se cubrió los hombros con la talega vacía y se hizo un ovillo sobre el poyo de piedra. Con el fragor continuado y violento de los truenos interpretó que el fin del mundo estaba al llegar. El ulular del viento se metía entre los muros de piedra y le traía rumores del más allá. Las ráfagas serpenteantes de luz lo cegaban y lo envolvían en un miedo que le hacía castañetear. Después, vino el silencio, y agotado se durmió. Se despertó con el sol de la mañana entrando a raudales. Salió del páramo tupido de encinas y en el camino no se encontró con nadie, ni ladridos de perros ni ruidos de carros ni hombres faenando, y tampoco los rebaños de ovejas estaban pastand