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El funeral fue en otoño

La mañana soleada de aquel día de otoño no maridaba con un atardecer tan gélido. La oscuridad se impuso y los cielos se abrieron para descargar una lluvia torrencial que lo enfangó todo. Los coches quedaron abandonados en el barro y los paraguas abiertos terminaron como mástiles quebrados ante una lucha desigual. Los del funeral, calados hasta los huesos, se agarraban entre sí para hacer frente a la escorrentía que bajaba trepidante arrastrando piedras y lodo. Muchos abandonaron. Solo los más afines al difunto siguieron apesadumbrados. El chaparrón tabaleaba sobre el féretro que cargaban los cuatro hijos del fallecido. Con coraje chapoteaban el barrizal para mantener el equilibrio. Sus rostros denotaban las penalidades en el empeño. Quizá fuera la vida ahogada en sombras lo que les infligía tanto dolor. Cuando se tambaleaban un grito unánime de angustia rasgaba el golpear del agua. La lluvia trazaba misteriosos caminos como los recuerdos vividos junto a su padre los habían inundad