La mañana soleada de aquel día de otoño no maridaba con un atardecer tan gélido. La oscuridad se impuso y los cielos se abrieron para descargar una lluvia torrencial que lo enfangó todo. Los coches quedaron abandonados en el barro y los paraguas abiertos terminaron como mástiles quebrados ante una lucha desigual. Los del funeral, calados hasta los huesos, se agarraban entre sí para hacer frente a la escorrentía que bajaba trepidante arrastrando piedras y lodo.
Muchos abandonaron.
Solo los más afines al difunto siguieron apesadumbrados. El chaparrón tabaleaba sobre el féretro que cargaban los cuatro hijos del fallecido. Con coraje chapoteaban el barrizal para mantener el equilibrio. Sus rostros denotaban las penalidades en el empeño. Quizá fuera la vida ahogada en sombras lo que les infligía tanto dolor. Cuando se tambaleaban un grito unánime de angustia rasgaba el golpear del agua. La lluvia trazaba misteriosos caminos como los recuerdos vividos junto a su padre los habían inundado arañando el alma. Más que el peso que cargaban parecía que la pesadumbre del abandono del padre los aplastara.
Ululó el búho.
Los suspiros y llantos arreciaron.
La violencia del agua con su danza macabra no respetó ni al anciano sacerdote que aguantó estoico y recitó in memoriam las oraciones ante la imposibilidad de leer el libro sagrado convertido en un puñado de papel mojado. Los ramos de múltiples y vistosas flores lucieron su minuto de gloria esparciendo el aroma para terminar formando parte del fango como flores del olvido.
La lluvia creó tal atmósfera de soledad y pérdida que los allí reunidos se sintieron atrapados junto al difunto, elegidos para compartir con él la eternidad.
Acabadas las exequias, entumecidos y con dolor en las piernas, se dispersaron con la rapidez del que huye de la muerte dejando al finado en su mundo de silencio, abrazado a su soledad. Solo algún que otro raudo: "Te acompaño en el sentimiento" se unió al monótono y persistente caer del agua.
A la salida se quedaron petrificados ante la hecatombe. Los gritos se les ahogaron en las gargantas ante la furia de las aguas que sin piedad arrastraban una cáfila de personas que intentaban huir con sus permanencias. Algunos tejados parecían estirarse para sacar la nariz y no morir ahogados. Todo un pueblo engullido por un improvisado embalse les acercaba la tragedia.
La muerte había cambiado de lugar.
Muchos abandonaron.
Solo los más afines al difunto siguieron apesadumbrados. El chaparrón tabaleaba sobre el féretro que cargaban los cuatro hijos del fallecido. Con coraje chapoteaban el barrizal para mantener el equilibrio. Sus rostros denotaban las penalidades en el empeño. Quizá fuera la vida ahogada en sombras lo que les infligía tanto dolor. Cuando se tambaleaban un grito unánime de angustia rasgaba el golpear del agua. La lluvia trazaba misteriosos caminos como los recuerdos vividos junto a su padre los habían inundado arañando el alma. Más que el peso que cargaban parecía que la pesadumbre del abandono del padre los aplastara.
Ululó el búho.
Los suspiros y llantos arreciaron.
La violencia del agua con su danza macabra no respetó ni al anciano sacerdote que aguantó estoico y recitó in memoriam las oraciones ante la imposibilidad de leer el libro sagrado convertido en un puñado de papel mojado. Los ramos de múltiples y vistosas flores lucieron su minuto de gloria esparciendo el aroma para terminar formando parte del fango como flores del olvido.
La lluvia creó tal atmósfera de soledad y pérdida que los allí reunidos se sintieron atrapados junto al difunto, elegidos para compartir con él la eternidad.
Acabadas las exequias, entumecidos y con dolor en las piernas, se dispersaron con la rapidez del que huye de la muerte dejando al finado en su mundo de silencio, abrazado a su soledad. Solo algún que otro raudo: "Te acompaño en el sentimiento" se unió al monótono y persistente caer del agua.
A la salida se quedaron petrificados ante la hecatombe. Los gritos se les ahogaron en las gargantas ante la furia de las aguas que sin piedad arrastraban una cáfila de personas que intentaban huir con sus permanencias. Algunos tejados parecían estirarse para sacar la nariz y no morir ahogados. Todo un pueblo engullido por un improvisado embalse les acercaba la tragedia.
La muerte había cambiado de lugar.
Uff!!... Y ahora que te digo? mis palabras se las ha llevado el agua, mis ideas bajo el pueblo desprendido de sus cimientos. Nunca terminan tus relatos como yo intento adivinar, eres genial. Un abrazo
ResponderEliminarUff, muy duro relato pero bien narrado, casi se siente angustia en las últimas líneas cuando la muerte sale del cementerio y se echa sobre el pueblo...
ResponderEliminarAbrazos
Maria Pilar, Chiquilla tienes hoy un mal d´´ia y acabas de pagarlo con los personajes de tu Relato.
ResponderEliminarQue aparte de esa critica , esta muy bien redactado, incluso leyéndote, espero escuchar algunos estruendo de tormenta.
manolo
Una muerte que sirve para salvar la vida de sus allegados. Tremendo Maria Pilar y muy gráfico, se siente la violencia del agua y de la muerte.
ResponderEliminarBesos
Un relato estremecedor, el otoño, la lluvia y la tragedia cogidas de la mano.
ResponderEliminarTe dejo, un abrazo cálido
Me he quedado con ganas de más, de mucho más.
ResponderEliminarQue final inesperado. Me recordaste los funerales de mi pueblo, a la antigua usanza. Muy bueno tu texto.
ResponderEliminarUn abrazo
Los más felices en este caso los muertos.
ResponderEliminarBesos.
Y llovía, llovía, llovía... No empezó todo con un trueno. Fue una simple llamada de teléfono que no llevaba la felicitación que correspondía.
ResponderEliminarQue decirte,sin palabras y con los ojos húmedos,abrazos miles.
ResponderEliminarPobres de los que no fueron al entierro, posiblemente se los llevó la riada.
ResponderEliminarBesos,
Excelente tu relato, Pilar, como siempre!!
ResponderEliminarTenebroso... Pero magníficamente narrado!!
Siempre es un placer leerte!!
Cariños!
Lau.
Pues a mi, que me he prometido ir solamente a mi entierro (y obligada) me lleva el agua, seguro.
ResponderEliminarHola Pilar,y por poco si me da algo!!pero chica,que forma de narrar.
ResponderEliminarComo siempre es todo un placer leerte.
Besos!!
Clap, clap, clap. Espectacular.
ResponderEliminarAy, si cuando yo digo que la incineración no tiene más que ventajas... Los muertos es lo que tienen, toda una eternidad para maquinar venganzas :)
ResponderEliminarUn besazo María Pilar
Pilar, ese lento calvario hacia el cementerio, aparentemente, desafortunado...Se convierte en la salvación para esos hombres tristes, que llevaban el cuerpo de su padre...Dicen, que no hay mal que por bien no venga, y en este caso es así...El cuerpo quedó sepultado, mientras ellos miran asombrados...Muy bien escrito, sorprendente y mágico...Mi felicitación por tu maestría y buen hacer,Pilar...Mi abrazo inmenso y mi ánimo siempre.
ResponderEliminarM.Jesús
Quise decir : El pueblo quedó sepultado, mientras ellos miran asombrados, sanos y salvos, claro....
ResponderEliminarUn beso, Pilar.
M.Jesús
Un relato tremendo, magnificante construido... Muy bueno, amiga
ResponderEliminarUn abrazo
Hola María Pilar. Realmente es un texto muy original y durísimo.
ResponderEliminarLa tragedia estaba en el cementerio para esos cuatro hijos.
y en décimas de segundo, la tragedia está en el pueblo. Un pueblo que sucumbe al agua y a esa tormenta exagerada. Muy bueno lo escrito.
Nunca sabemos donde nos va a encontrar la muerte.
Saludos y un abrazo
Yo también veo un canto a la incineración.
ResponderEliminarUn abrazo, María Pilar.
Todo es posible en la vida. Tu relato tiene una gran fuerza de tragedia. Los muertos llaman a sus muertos.
ResponderEliminarBss
Perfecta y sentida descripción de una estampa cada vez menos repetida en las ciudades.
ResponderEliminarBesos.
Qué bueno María Pilar, qué arte tienes, hija. A mi me gustan particularmente este tipo de relatos, negro y con gancho. El final, desde luego digno de su autora.
ResponderEliminarBesos apretaos,amiga.
Gracias a tod@s por vuestros magníficos mensajes. Os deseo lo mejor. Fuerte abrazo :)
ResponderEliminarUy como cambian las cosas de un momento a otro . La naturaleza es impredecible. Como siempre me encanto tu relato te mando un beso y te me cuidas mucho
ResponderEliminarLa muerte desatada a través de la lluvia. Excelente, trágico y sorprendente.
ResponderEliminarEnhorabuena!
Muy bien relatado y con un final digno del mejor autor de novela negra.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Me encantó, estoy de acuerdo con Tracy, debería ser más extenso.
ResponderEliminarUn beso.
HD
Un gran texto, ¿continuará? se adivina tanto tras el punto final(?)
ResponderEliminarEl agua se torna cementerio.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hay que tenerle miedo al agua, aquí conocimos su furia en el deslave de 1999, se llevó la vida de muchas personas y dejó otras muchas sin consuelo...
ResponderEliminarBuen relato, amiga, muy visual y descriptivo.
Besos, María Pilar
Te he leído atentamente, hasta me he sentido calada por un rato, lo que ya no me podía imaginar, era el final de tu relato ¡magnífico! el salvar la vida, ha sido como un premio al cariño y amor de esos hijos hacia su padre.
ResponderEliminarTe dejo mis cariños y un fuerte abrazo.
kasioles
La Tragedia sobrenatural mezclada con la casi Tragedia Natural.
ResponderEliminarUna Muerte confirmada y otra casi presente.
Relato Magnífico y lo que siento es lo que ha llevado a esa inspiración.
Triste y Real ante la ausencia de una Eterna Presencia en Tu Alma y Corazón.
Abrazos y Besines...Sabes que te quiero y admiro un montón.
Se moja uno al leerte, se huele a humedad y los zapatos, muchos estrenados para el acompañamiento del amigo, son invisibles. La cuesta es siempre reiterativa en los camposantos. La incomprensión del cambio de lugar de la muerte y la salvación por mantener con fortaleza la amistad y el respeto en momentos tan inhóspitos, son un excelente e imprevisto regalo de esa guadaña que se mueve caprichosamente entre nosotros. De ineterés creciente, ágil en su técnica y sorprendente en su final, Excelente, María Pilar.
ResponderEliminarUn cariñoso abrazo, querida María Pilar.
El relato te moja... por lo bien escrito, se vive en el cementerio, reflexionando sobre la muerte que nos arrastrará al río de la vida...
ResponderEliminarSaludos.
HOLA PILAR,
ResponderEliminarun placer leerte.
Saludos
Tal y como va el otoño este año, o nos ahogamos o nos afixiamos, no me extraña que tu relato se haga realidad... Un pedazo de relato bien conseguido.
ResponderEliminarBesos.
Una prosa elegante y exquisita, María Pilar, para un relato inquietante y tan bien narrado que nos haces protagonistas. ¡Acabé de leerte calada hasta los huesos! La muerte siempre tan imprevisible y tan suya...
ResponderEliminar¡Un beso!