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Cómo cuidamos a nuestros mayores

En mi sueño volvía ensimismada del trabajo dejando que el sol de poniente me contagiara con su brillo. De repente se coló una casa solariega que había visto en una revista a la que habían premiado por su rehabilitación. Era el portal número 13 de la calle de las Angustias. ¿Qué hacía ese grupo de personas arremolinadas ante la casa? Me acerqué picada por la curiosidad y de súbito lo vi. Era un pie lo que provocó mi inquietud, el resto del cuerpo permanecía cubierto por una manta. Un pie descalzo, cansado de las muchas caminatas que había dado en la vida, marcado por las durezas a las que había hecho frente en la vida y al final, envejecido. Enseguida aparté la vista. Fue un flash, un segundo que se quedó colgado en mi mente creándome un gran desasosiego. Ese pie desnudo, que en la caída en vertical de su dueño había perdido su zapatilla se liberaba del silencio al que seguramente durante largo tiempo había estado sometido. En el grupo de personas la muerte había impuesto su sile