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Tu inesperada llamada

El otoño vitoriano despliega su abanico de colores en las amplias zonas ajardinadas que inundan la ciudad. Respiro profundamente ese aire no contaminado y disfruto del placer de lo inmediato. Voy al hospital a recoger los resultados de unos análisis rutinarios.  A la salida de la consulta los violetas de la puesta de sol envuelven la ciudad cerrando un ciclo que en mi vida ya es pasado. Las sombras empiezan a enredarse en mi pelo. "¡Ojalá los días estén nublados y con tormenta!", me digo. Haga lo que haga o esté donde esté siempre mi cabeza está dando vueltas a lo mismo, me siento atrapada y la bola se va acrecentando. Tanta habladuría interna me deja hecha un lío, tantas preguntas sin respuestas. Paso como flotando por los asuntos de mi vida diaria, me siento agotada y sin poder dormir. Quiero salir de ese momento rumiante, pero vuelvo al punto de partida una y otra vez. De momento no lo comento con nadie, les haría sufrir y el torrente de lágrimas llegaría a inunda