El otoño vitoriano despliega su abanico de colores en las amplias zonas ajardinadas que inundan la ciudad. Respiro profundamente ese aire no contaminado y disfruto del placer de lo inmediato. Voy al hospital a recoger los resultados de unos análisis rutinarios.
A la salida de la consulta los violetas de la puesta de sol envuelven la ciudad cerrando un ciclo que en mi vida ya es pasado. Las sombras empiezan a enredarse en mi pelo.
"¡Ojalá los días estén nublados y con tormenta!", me digo.
Haga lo que haga o esté donde esté siempre mi cabeza está dando vueltas a lo mismo, me siento atrapada y la bola se va acrecentando. Tanta habladuría interna me deja hecha un lío, tantas preguntas sin respuestas.
Paso como flotando por los asuntos de mi vida diaria, me siento agotada y sin poder dormir. Quiero salir de ese momento rumiante, pero vuelvo al punto de partida una y otra vez. De momento no lo comento con nadie, les haría sufrir y el torrente de lágrimas llegaría a inundarme.
Absorbida por esta realidad, tu inesperada llamada me produce el efecto balsámico del viento cuando levanta las hojas y, revoloteando a mi alrededor, me muestran una de esas ranuras por las que se cuela la luz.
Me dejo inundar por ella.
Se pulverizan mis miedos y todo el bullicio interior se calma.
Empiezo a tener fe en mi misma y aunque las preguntas se queden flotando en el aire, ya no es lo que más me preocupa.
Es el aquí y ahora lo que cuenta.
Frente al espejo encuentro una joven de media melena lisa y ojos serenos, de apariencia frágil, pero tenaz y enérgica. Carga una mochila de ilusiones que piden a gritos hacer frente a este nuevo proyecto que le depara la vida.
A la salida de la consulta los violetas de la puesta de sol envuelven la ciudad cerrando un ciclo que en mi vida ya es pasado. Las sombras empiezan a enredarse en mi pelo.
"¡Ojalá los días estén nublados y con tormenta!", me digo.
Haga lo que haga o esté donde esté siempre mi cabeza está dando vueltas a lo mismo, me siento atrapada y la bola se va acrecentando. Tanta habladuría interna me deja hecha un lío, tantas preguntas sin respuestas.
Paso como flotando por los asuntos de mi vida diaria, me siento agotada y sin poder dormir. Quiero salir de ese momento rumiante, pero vuelvo al punto de partida una y otra vez. De momento no lo comento con nadie, les haría sufrir y el torrente de lágrimas llegaría a inundarme.
Absorbida por esta realidad, tu inesperada llamada me produce el efecto balsámico del viento cuando levanta las hojas y, revoloteando a mi alrededor, me muestran una de esas ranuras por las que se cuela la luz.
Me dejo inundar por ella.
Se pulverizan mis miedos y todo el bullicio interior se calma.
Empiezo a tener fe en mi misma y aunque las preguntas se queden flotando en el aire, ya no es lo que más me preocupa.
Es el aquí y ahora lo que cuenta.
Frente al espejo encuentro una joven de media melena lisa y ojos serenos, de apariencia frágil, pero tenaz y enérgica. Carga una mochila de ilusiones que piden a gritos hacer frente a este nuevo proyecto que le depara la vida.
Qué bonito relato, María Pilar. Las ganas de disfrutar la vida, sean cuales sean las circunstancias, y la esperanza, nunca deben abandonarnos. A veces viene bien esa llamada amiga que nos lo recuerde... :)
ResponderEliminar¡Un abrazo!
Gracias, Julia. Qué alegría verte por aquí.
EliminarUn abrazo con todo mi carriño.