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Aquel lúcido recuerdo de un gélido diciembre

Tras las huellas de mi infancia llego a un pequeño pueblo de luz radiante que no soporta la mirada y se tiene que refugiar en los adustos soportales en sombra. Sus campos proyectan un matiz dorado salpicado del rojo amapola. Juego con Josu, mi hermano mayor. Siempre me quita las cosas. Pronto se cansa y las abandona, muchas veces rotas. En esos momentos me enfado con él. Zalamero me hace carantoñas y no para hasta que me río y lo abrazo. En invierno el manto de nieve silencioso lo uniforma todo a ratos, y otros, con pisadas misteriosas de seres invisibles que excitan mi imaginación. Unas huellas, que parecen puntas de estrella, me llevan hasta la base de un chopo cercano. Son de un gorrión común. Tiembla de frío, tal vez de miedo al verme. Me acerco despacio. Está tan débil que se deja coger. Siento en el hueco de mis manos el palpitar desorbitado de su corazón. Acaricio la suavidad de su plumaje. Le preparo una caja de zapatos con un vasito de agua y unas migas de pan en una taza. L