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Y la llamaban loca

—Sr. Director, perdone las molestias, quería llevarme a mi mujer. —Si hace apenas dos meses que la trajo con un cuadro agudo de ansiedad —respondió el doctor sentado tras la mesa del despacho. —Y que no hablaba, ¿se acuerda? —El director asintió—. La culpa de todo la tuvo el gato. —¿El gato? En el informe de ingreso no mencionó ningún gato. —Sí, el odioso gato. Propiedad de nadie y rico en piojos y pulgas. Me contó que anochecía cuando lo vio como a diez minutos de nuestra casa. Estaba hurgando entre bolsas de basura que la gente no había metido en los contenedores. Levantó la cabeza y dos luceros en medio de la penumbra se clavaron en ella. La siguió. Al principio, venía, comía y desaparecía. Después se quedó. Se le enredaba entre las piernas y ella le acariciaba el lomo con su pie descalzo. Tenía que ver cómo respondía zalamero a las carantoñas con sus ronroneos. Parecía una relación de pareja o más bien materno filial. Claro, como no tenemos hijos. Para qué , le decía yo.