Solo el conticinio aplacó el nerviosismo de las niñas envolviéndolas en un apacible descanso. El abuelo, defensor recalcitrante de los perros abandonados, nos había convencido y al día siguiente teníamos la cita para realizar la adopción. Con el fulgor de un sol calcinante , salimos hacia el centro de acogida en la gandola sin remolque. Pronto empezamos a cantar: “Una sardina , dos sardinas…” Ya lo habíamos visto en la visita anterior: "Un cachorro mezcla de Golden con hermoso pelaje dorado que despedía destellos flamígeros ". Cuando llegamos estaba solo, una bolita peluda, un tanto triste, en un montón de arena dentro de su espacio vallado. Levantó la cabeza al vernos. El abuelo, se acercó y le habló con cariño. Se lo fue ganando poco a poco. Al principio temblaba; pero pronto, una luz radiante iluminó sus ojos y empezó a dar saltos de alegría como si entendiera que habíamos ido a buscarlo. Nos contagió la risa. De una pequeña maleta que llevaba sacó un peine es
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