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La llamaban loca

Antes de abrir la puerta del despacho del doctor Zulueta se detuvo un instante para ajustarse el nudo de la corbata. Se sentía satisfecho. —Doctor, venía para llevarme a mi esposa. —Si hace apenas dos meses que la ingresó con un cuadro agudo de ansiedad. —Y que no hablaba, ¿se acuerda? —El doctor asintió —. La culpa de todo la tuvo el gato. —¿El gato? En el informe de ingreso no mencionó ningún gato. —Me contó que anochecía cuando lo vio cerca de nuestra casa. La siguió. Se le enredaba entre las piernas y ella le acariciaba el lomo con su pie descalzo. Tenía que ver cómo respondía zalamero a las carantoñas con su ronroneo. Mi esposa cambió, doctor, no era la misma. Su llanto desesperado llenó la casa durante tres días. Después, el silencio. Me miraba con ojos de espanto. La mujer que más he querido... Ahora participa en juegos de mesa, sonríe y habla. Puede volver a casa. —Me queda una duda, ¿qué vio o qué sintió una mujer tan serena y cariñosa en el momento que rompió en aqu