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JL y el gallo del corral

 Un mañana llena de sol y nubes espumosas, vieron aparecer por la calle que cruza el pueblo a un buen mozo, guapetón, trajeado a la manera de la capital, con una maleta en la mano. Dedujeron que habría llegado en el autobús que venía de la ciudad. Tenía que ser JL, el esperado novio de su hermana. Todos los hermanos salieron atropelladamente a la calle para recibirlo, más bien, para analizarlo con curiosidad. ¡La primera boda de la familia! Al verlos, JL se dijo para calmarse: «Bueno, la familia va en el lote, la puedes aceptar o no». Habían acordado casarse por esas fechas por algo tan emotivo como decisivo. Al cabo de seis meses iban a ser padres.   Así entró en la casa el cuñao a quien acaeció una historia digna de un relato, cuya memoria perdura aún en todos ellos como un hecho jocoso cuando, en realidad, fue duro y lamentable por culpa del gallo del corral.   El gallo hinchaba el pecho orgulloso, agitaba las alas y lanzaba su canto estentóreo: «kikirikiii». Pendenciero y escanda