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Se armó el belén

En el belén no había guirnaldas ni espumillón navideño, pero sí una estrella de purpurina que flotaba en un cielo estrellado. Su misión era la de guiar a los Reyes Magos hasta el portal porque los camellos jorobados que los traían no sabían el camino. Uno, dos, tres. Eran tres los camellos jorobados con sus correspondientes magos.    El Niño Jesús, en pañales, temblaba de frío sobre la paja del pesebre. La Virgen, su madre, estaba sentada al lado en una dura banqueta de madera y nunca se cansaba de mirarlo.    Cuando los pastores vieron a un ángel en un árbol empezaron a hacer gestos como si fueran a desmayarse, no lograban explicarse qué era aquello. Las ovejas, mientras, seguían pastando en el musgo que todavía estaba fresco.    La joven lavandera, arrodillada sobre una piedra, lavaba la ropa en las aguas heladas del río. Desde lo alto, el soldado, que tenía que vigilar los accesos al tenebroso castillo del rey Herodes, no vigilaba nada. Tan solo tenía ojos para la lavandera.  Se hab