Mientras escribo, en el umbral de la noche, me recuerdo como una adolescente cuando apareció él, Román, en nuestra casa. Era un cazador de sueños y Marilé, su talismán. Escuchad un momento que están hablando. —Madre, te estás sonriendo. —¡Ah! Eres tú, Román. No te había visto. —Claro, estabas tan atenta mirandolos a todos. Es bonito verlos juntos, ¿verdad? Lo que tú siempre hiciste con nosotros, mantener la familia unida, tomamos el testigo y lo quisimos continuar. Si es que la relación contigo siempre fue fácil porque nos acogiste a todos los que íbamos llegando. Y sobre todo, porque fuiste una buena madre. Te gustaba verte rodeada de familia y siempre estabas al servicio de los demás. Sabías escuchar y tenías una sonrisa que te iluminaba la cara. —Mira, Román, ahora que dices lo de mi sonrisa. Cuando alguna cosa me sorprendía gratamente o me hacía gracia, quería contarla y no podía parar de reír, hasta me brotaban las lágrimas. Algunos de esos momentos te los debo a ti. Com
Un blog de relatos