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El valor del silencio

Me han bastado dos días de paso por mi pueblo para constatar que sigue meciéndose en amplios campos de cereales que ya secos, le susurran sus nanas características ante la suave caricia del viento. Es el acompañamiento a tanta explosión cantarina de grillos, cigarras y mirlos. El viento nos trae aromas de tomillo, romero y espliego y en casa brillan en el cesto las cerezas recién cogidas. El caserío evoluciona lentamente, pero dando una vuelta nos encontramos con casas, rincones y restos de murallas que como un libro abierto te retrotraen al pasado histórico que con la modernidad no ha sucumbido sino que se ha hecho más visible. No ocurre lo mismo con otros elementos de un pasado no tan lejano, a los que las telarañas y el polvo los están acallando. Sólo algunos ojos pueden contárnoslo tal como ellos lo ven y digo ojos porque el grupo de personas mayores que se sientan en los bancos de la plaza a la sombra de los frondosos plataneros, pasan las horas rumiando sus silencios cargad

Sonámbula

Se levantaba por la noche.  Deambulaba por la casa como alma sin dueño.  Encendía las bombillas desnudas que colgaban del techo y con su pálida luz amarilla disipaban la oscuridad, aunque ella no las necesitaba porque caminaba con los pasos ciegos del que no ve el mundo exterior, sin voluntad ni decisión.  Contestaba incoherencias cuando le preguntaban y todos así lo proclamaban: "Es sonámbula". El recuerdo que tiene de sus paseos de nocturnos no responde a una experiencia vivida sino a algo que le han contado, porque su voz en esos momentos era la voz que proviene de los sueños y no de la garganta y sus ojos abiertos, hacia esos mundos oníricos miraban. Tantas veces le han contado lo que hacía o decía que lo ha fijado en su memoria como una fotografía, de ahí que solo se ve a sí misma como una imagen que le devuelve el espejo de su adolescencia con cara de niña y expresión seria, ojos abiertos, camisón blanco y los pies descalzos a pesar del frío. De su madre, que e

La RAE "ratifica" el matrimonio gay

Las palabras del texto siguiente parecen sacadas del reino de Frikilandia, pero no; la mismísima Real Academia de la Lengua Española las ha dado por correctas. Las podremos seguir usando como hasta ahora, pero sabiendo que además de estar en la calle también están en el diccionario de la Lengua Española lo que las “santifica”,  pues han entrado en él por la puerta grande: Una friki con gayumbos se ha colado de okupa sin ningún acojonamiento en mi canalillo. Mientras chateaba en spanglish con mis amigos blogueros estrenando mi nueva tableta, me ha pasado un lápiz y en cuanto he hecho la conexión USB he podido leer: "Pasa de trifulcas entre peperos y sociatas porque son un peñazo, vamos a la fiesta isidril donde formaremos un matrimonio gay que, aunque para los euroescépticos sea un proceso de inculturación, es más globalizante que la actividad de los teletrabajadores y con nuestra actitud empática lo haremos más incluyente".

Pobres pero honrados

No hace mucho tiempo la gente de este país decía con orgullo pobres pero honrados y era una norma de conducta que intentaban inculcar a sus descendientes. Tiempos aquellos en los que el reclamo turístico era la pandereta, los toros y el sol y los de fuera le pusieron la música: que viva España, vaya como contrapunto, que también fueron los que nos enseñaron a leer la Historia de España, así con mayúsculas, la de verdad. Después se metió todo en el mismo saco y se empezó a rechazar tanto la pandereta como la honradez que suponía esfuerzo y trabajo para alcanzar algún logro en la vida. Se le dio la vuelta de tal manera que ser honrado vino a ser sinónimo de bueno y bueno de tonto, era normal decir: "De puro bueno parece tonto" y rápidamente se abrió la veda. En un país con la tradición picaresca que tiene éste, no les fue difícil a muchos exhibirse en toda su autenticidad. Lo que contaba era ser rico, los medios no importaban, al fin y al cabo casi nadie pasa de presunt

Lágrimas silenciosas de un niño

Como todos los días la joven profesora saluda a los niños con una amplia sonrisa. Un grupo rodea a un niño de pelo castaño y piel transparente cuestionándole el porqué de su cara marcada. —Me he caído en el parque con el monopatín —les contesta con una voz tímida y adorable, pero ausente de toda su gracia natural.  A la profesora no se le escapa el leve rubor de sus mejillas y la falta de chispa en sus ojos. Pronto los otros niños vuelven con su inocencia a su bullicio habitual y él rápidamente aparta sus grandes ojos de la mirada de ella. Sentado ya en su sitio, la profesora, en lo que dura un pestañeo, recoge la mirada cargada de pesadumbre que él le lanza. El niño aprieta los labios y unas lágrimas silenciosas, discretas y llenas de pudor corren por sus mejillas. Ni un hipo, ni un gesto que delate a los demás toda la angustia que le ahoga. Ella sabe lo que tiene que hacer, y vaya que si lo va a hacer, pero ahora lo más inmediato es hacerle sentir su compañía, que sepa que no