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La niña del tren

La adolescencia de María es un tren con el traqueteo de los del pasado. Un tren que con sus silbidos envueltos en hollín deja atrás los ondulados campos de cereal mecidos por el viento y serpentea montañas inabarcables que le descubren las grandes dimensiones del mundo ante las que ella, como una papanatas, abre la boca admirada. De mañana, su padre la lleva a la estación, le coloca la maleta de remaches en el portaequipajes y, mirando el billete, le indica el sitio donde tiene que acomodarse; junto a la ventana y frente a un señor mayor con la cabeza caída sobre el pecho, parece dormido. Con lo que le gusta a ella ver pasar trenes, ahora que, por fin, está dentro de uno siente una punzada en el estómago. La gente se arremolina en el andén para despedir a los que se van; raudos cargan bultos y maletas, los últimos abrazos y besos, otros dicen adiós con la mano. El tren en marcha va empequeñeciendo la figura del padre hasta reducirlo a un punto inexistente y a ella le invade una sensa

Las mujeres guerreras

Cuenta la leyenda que las amazonas yacían con hombres extranjeros para engendrar. Si eran varones, los debían matar en el momento de su nacimiento. El pequeño Tanais con sus rizos negros y ojos azules como el mar debía abandonar el lugar refugiándose en la noche.  « Ha llegado el momento, mi niño, el tatuaje de tu hombro te protegerá como un talismán », le había dicho su madre.  Encontraría el camino bordeando el bosque según las indicaciones que le dio, pero antes, quería verla por última vez. Solapándose en la oscuridad, se introdujo en la cripta prohibida. Nueve guerreras dirigidas por la gran reina Hipólita formaban el consejo en torno a la piedra sagrada iluminada por la vasija del fuego. Sus siluetas se agrandaban a la luz de las antorchas con un aspecto salvaje que le infundían temor al ver cómo acorralaban a su madre. Sus ojos expectantes se emocionaron al descubrir en Aella el gesto valiente de la gran amazona a pesar de haber sido despojada de sus emblemas como la mejor l

Hagamos un trato

Te propongo un pacto. No removamos más el pasado, no le demos más vueltas ni nos echemos más en cara lo que ocurrió, ya no lo podemos cambiar, dejémoslo correr por el camino del olvido, no me gusta esta guerra soterrada ni este mirar de soslayo con la desconfianza como carga. Llevamos un tiempo con el rictus de la tristeza pegado y el alma rota sin querer dar el brazo a torcer. «Demasiado vehemente», me dices; «excesivamente racional», te contesto. Esto es un «toma y daca» y esta guerra no va a parar. Ya sé que soy impulsiva, alocada y me lanzo sin escuchar tus voces de contención, pero reconoce que eres tan racional, tan pausado y mides tanto las palabras que a tu lado últimamente no hago más que bostezar. Me gusta volar como el viento, necesito sentirme en libertad, no me atosigues. Cuando yo he tomado decisiones no nos ha ido tan mal. Y sobre todo no cargues sobre mi conciencia, sabes que soy muy sensible y el sentimiento de culpa me hace pasarlo fatal. Te pasas la vida planific

Los tentáculos de la corrupción

El niño que jugaba con un balón en el patio del colegio soñaba con ser deportista de élite y se esforzaba sacrificando el tiempo de los recreos para conseguir su objetivo. A cambio, la vida le dio prestigio como deportista y empezó a mirar de frente a los que estaban en la cima de la escala social. Se casó con una princesa de las de verdad, tuvo hijos guapos y todos juntos vivían en un inmenso palacio de cristal. Y colorín, colorado. ¡No!, no se ha acabado. En el palacio había una puerta giratoria que llevaba por un pasadizo secreto a la cueva de Alí Babá y los cuarenta ladrones y allí entró a participar del reparto de todo lo robado, simplemente por su cara bonita y por posar los veranos en Marivent. Es verdad que al principio sintió un cierto olor a podrido en aquella cueva, pero su fina pituitaria se fue acostumbrando, al fin y al cabo actuar al margen de la ley no era tan complicado y le ofrecía todas las satisfacciones que un hombre como él podía soñar. ¡Qué papanatas los que

Bajo las alfombras del Congreso

Mi plan de vida era seguir el consejo de mi abuela, una matrona gordezuela que siempre me decía: “Mejor que aquí en ningún sitio, mi niña”. Lo suyo eran las alfombras del Congreso y esa fue mi escuela. “Tendrás que aprender de tus experiencias y elegir lo que te haga feliz. Esa ha sido mi trayectoria y así he conseguido la PAZ: de vida, de mente y de espíritu”. Tenía razón, si había un lugar con el aire rancio, el olor a abrillantamiento de madera y la transpiración humana que tanto nos deleitaba, era este; pero… ¡Ay si mi abuela levantara la cabeza! Se abren las puertas del Congreso de una manera tan brusca que una corriente fría me encrespa los segmentos ¡Qué jauría tan variopinta! Empiezan a confirmarse mis peores pensamientos. ̶ Ya están aquí, ­̶ anuncio a los míos ̶ rápido, actuad como el gran ejército que somos con nuestra afilada uña de garfio, sus ojos son demasiado simples para vernos. Dejad que entre ellos se peleen, pero que no toquen ni a uno de los nuestros. Las f