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¿Por qué escribes?

"A esta isla que soy si alguien llega Que se encuentre con algo es mi deseo Manantiales de versos encendidos Y cascadas de paz es lo que tengo" (Gloria Fuertes) ¿Por qué escribes? Me pregunta mi hija. ¿Por qué escribes? Me pregunto yo. Porque me gusta, por el placer de contar historias, porque siento una necesidad imperiosa de juntar palabras con las que liberar mi pensamiento. Comencé a escribir en mi adolescencia para dejar volar mi imaginación; bueno, más bien, para aclarar embrollos conmigo misma. Pasados los años me ha servido de confidente y rincón donde reflejar todo lo que se me ocurre: vivencias, sentimientos... Como dice Jaime Sabine: "...me recojo a pedazos, a trechos en el basurero de la memoria y trato de reconstruirme..." Por tanto escribo para mí. “Escribir, para mí, es tener ganas de escribir. Ganas de que haya algo donde antes no había nada. Ganas de llenar un hueco. De cubrir un vacío. De salvar del olvido algo, algo pequeño,

Para Vero

En las alas de los sueños  Planea la música  Brisa sonora del mar  Nos llega con el viento  ¡Qué dulce canción!  Huella deja al pasar  La fuerza del imán  De sombras la noche barre  Dar para ella es arte  El regalo de su amistad  No le pregunten al viento  Si es feliz  Sus claros ojos dicen  Todo lo que quieren oír  ¡Sus grandes sueños!  Pintan risas en el alma  Y rompen miedos  De música vestida contagia  Unas ganas de vivir  Que detienen el tiempo

El día de los milagros

—¿Dónde está San Antonio? ¿Y Juana de Arco?—murmuró ensombrecida la anciana tía abuela paseando la mirada por los muros vacíos de la iglesia—. Ya no quedan altares, ni santos. ¡Cielo santo! Vivir para ver. Se santiguó tres veces. Guardó silencio. Quizá en ese momento empezó a fermentar en su mente el castigo que merecían los causantes de tanta ruina moral porque pronto añadió: —Los ministros de la iglesia… Arderán en el infierno por esta iconoclasia. —Tía, por favor, estás perdiendo el tren de la vida —le susurré —. Los tiempos han cambiado. Un centenar de personas, elegantemente vestidas, ya estaban sentadas en los bancos. Esperaban que comenzase la ceremonia del bautizo de las gemelas Beatriz y Laura. Sobrinas bisnietas de mi tía. —Ahí vienen —dijo una voz a nuestras espaldas. Todos rebulleron en sus asientos. Los móviles quemaban las baterías: fotos y más fotos. —Esto ni es bautizo ni es nada —gruñó taciturna. Los padres caminaban por el pasillo central adaptándose al p

Una niña siria

—Estás loco, Rubén —le dije mientras negaba con la cabeza— Los peligros del mar te han trastornado. —¿Loco? Nunca lo he visto más claro —añadió con esa expresión risueña que tanto me atrae y por momentos me irrita— Te alegrarás, ya lo verás. —Es que no entiendo cómo se te ha podido pasar por la cabeza —Quería imprimir un tono de malestar en mis palabras— Mi vida es mi vida y tú no puedes irrumpir como un vendaval para cambiarla. Además, el interesado eres tú, ¿no? Pues asume la responsabilidad. —Yo… —añadió con una sombra de preocupación en la cara —tengo que volver. Guardé silencio. —¡Myriam! —Se levantó del sillón en el que estaba sentado y me abrazó. Había añorado tanto su ausencia que al sentirlo los ojos se me llenaron de lágrimas. Entendí que quedaba zanjado el problema. La tarde discurrió por derroteros más entrañables. Mi hermano había vuelto con tantas vivencias de esos meses pasados en los puntos calientes del Mediterráneo que me llenó de admiración. El día empezaba a

Lipograma (sin la u)

Me mira, la miro; me sonríe, le sonrío. Sin vacilar saca el móvil del bolso y empieza a grabarme. ¡Es fantástico! Lo colgará en las redes sociales y seré trending topic. De este lado, del otro. ¡Jajaja! Es evidente, la morenaza se ha prendado de mí. ¿Y ese maromo al lado? ¡Bah, si no le hace ni caso! Se me acerca más y más. Divina piel tan lisa y seca, y la cadencia en los andares, me derrite. Con mis grandes e irresistibles ojos le provoco la risa más simpática jamás oída en la alberca. Otro paso y caerá. Se mojará. La besaré, me besará y se convertirá en rana.